En Europa nos encaminamos hacia una tercera caída
generalizada de la economía, dentro de lo que se ha venido a denominar la Gran Recesión.
Éste sería su séptimo año y, para muchos países de Europa, como España, esta es
la época de su historia donde durante más tiempo se ha convivido con tasas
negativas de crecimiento. Una recesión o crisis económica es la constatación
empírica de que no se están asignando de una manera adecuada los recursos
económicos, tanto públicos como privados. En una economía desarrollada los
primeros suelen suponer más de un tercio y los segundos menos de dos tercios.
Por tanto, lo primero que tendríamos que hacer es modificar la asignación de
recursos que nos ha llevado a esta situación, es decir, cambiar las políticas
económicas impuestas desde el Banco Central Europeo, tanto públicas como
privadas. Como Shakespeare hubiera dicho hoy, algo podrido huele en Berlín, pero lo peor es que sigue oliendo y
nada hace pensar que dejará de hacerlo en un futuro próximo.
Las políticas económicas que se han aplicado en el mundo
desde la última recesión, el crack del petróleo de 1973, han sido las
neoliberales, reforzadas por el hundimiento de la alternativa soviética en
1991. Como dijera Fukuyama en su ensayo El
fin de la historia, sólo existe el camino de la democracia liberal y la
economía de mercado para las sociedades del siglo XXI. El problema es que este
camino se muestra, cada año, más angosto y sombrío para una mayoría de la
población, en Europa y en el resto del mundo. Pero si sabemos, si constatamos
estadísticamente todos los trimestres, que estas políticas son un error,
entonces, ¿por qué seguimos aplicándolas?, ¿por qué seguimos errando año tras
año…? Unas políticas que, además, pese a su fracaso empírico, ganan más y más
gobiernos; el último el de Hollande, que precisamente se alzó con el poder con
un discurso contrario a las mismas, e iba a ser la “última esperanza socialdemócrata”
que derrotase a Merkel. Sin embargo, su combate contra el neoliberalismo no ha
durado ni un asalto.
Siguiendo con el relato principal, ¿por qué se mantiene en
la agenda política la implementación de unas políticas económicas que están
destinadas al fracaso, que pueden incluso destruir el sistema político que las
ampara? La respuesta es que éstas tienen mayor fuerza que la realidad, la de la
religión. Las élites económicas y políticas de Europa, sobre todo en el norte,
llevan durante siglos, desde el XVI, conviviendo con una práctica moral que
vincula gracia divina y beneficio económico, que considera la ganancia
comercial como un presente de Dios. Una moral económica que es optimista para
los que triunfan y despiadada para los que fracasan, que es indiferente a las
estadísticas y resultados empíricos, porque sus agentes políticos y económicos
están llevando a cabo un plan divino, donde el objetivo de las políticas de
austeridad es castigar a una clase trabajadora cuya falta moral (escasa
competitividad) es causante de la actual crisis económica y sólo una mejora de
las exportaciones (gracia divina) será capaz de restaurar nuestras economías,
de ahí que el país con más exportaciones del Mundo (Alemania) sea el
representante en la tierra de las políticas económicas divinas. En palabras de
Bill Clinton: no es economía estúpidos,
es fanatismo.