Aldous Huxley escribió su novela
más emblemática, Un mundo feliz, en
el año 1932; con ella intentaba describir los convulsos acontecimientos que
estaba protagonizando la sociedad de Entreguerras. En esta se produjo el
ascenso de la sociedad de masas a golpe de producción en cadena, siendo sus
principales engendros políticos las dictaduras totalitarias de Hitler y Stalin;
aunque, como toda buena novela moderna, esta trasciende la época en que fue
escrita y está llena de referencias a categorías universales, planteando una
lucha nada optimista entre la libertad del individuo y la sociedad en la que
vive, sus leyes, su escala de valores, sus costumbres, sus modas, etc. Esta
sociedad en Huxley se convierte en el perfecto gineceo que impide que se
desarrolle el individuo y, por tanto, la libertad.
A lo largo de esta dictadura
distópica, curiosamente, el autor parece justificar, mediante la guerra o la
revolución la necesidad del control social o, al menos, dar causa al origen del
mismo. El autor tenía en la retina el recuerdo de la I Guerra Mundial (1914 –
1918) y en su novela, la Guerra de los Nueve Años justifica el desarrollo de un
sistema de control a partir de la tecnología: selección mediante ADN,
condicionamiento clásico o pavloviano desde el nacimiento, inducción constante
de sesiones de hipnopedia y, para los episodios coyunturales de pérdida de
“felicidad” pasajera, un chute de
soma. Este control social se extiende a toda clase de sentimientos y, así, se
toman todas las precauciones para que las relaciones sean lo más superficiales
posibles, para que, de este modo, nadie se implique emocionalmente. En resumen,
como en el propio libro describe el autor, se ha desarrollado un cristianismo sin lágrimas. Este control
de los individuos también sirve para establecer una perfecta jerarquía de la
sociedad. La población, desde el nacimiento, se encuadra en Alfas, Betas,
Gammas, Deltas y Epsilon, según sus capacidades, ya que de otro modo estos se
hubieran autodestruido luchando por los mejores puestos de la sociedad, como
demostró uno de los experimentos en que se eliminaron las jerarquías sociales y
la revolución acabó con la mitad de la población.
La conclusión final a la que nos
aboca la lectura es que el autor nos ha situado ante una dictadura de carácter
estructural, donde el máximo dirigente que aparece en la novela, Mustafá Mond,
parece una pieza más del engranaje que ha sido situado allí por sus aptitudes y
que, al igual que él sustituyó a otro consejero, este también será sustituido. Pese
a su consciencia de la distopia de la que forma parte y del acceso a
conocimientos diferenciados respecto del resto de la población, este no hará
nada que ponga en riesgo la sociedad “perfecta” que ideó Huxley, más bien todo
lo contrario. En resumen, el verdadero filo ejecutor de los individuos que
forman esta sociedad son el desarrollo y la tecnología, unos entes abstractos
que han situado como fines absolutos la felicidad y la estabilidad, frente a la
verdad y la belleza, algo vetado a la mayoría de la población.
Frente a la abrumadora realidad
anterior se alzan, en Islandia, como una resilencia del pasado, los salvajes,
aquellos que viven condicionados por sus sentimientos: sufren, sienten dolor,
lloran, padecen y, del mismo modo, también conocen la alegría, la felicidad y
la satisfacción. A través de un viaje a esta isla que llevan a cabo Bernard y
Lenina, dos miembros un tanto inconformistas de la distopía, Huxley establece
una ruptura literaria con algunas de las convenciones más arraigadas de la
cultura occidental, situando en un ambiente salvaje y de “rechazo” por la parte
más civilizada de la sociedad convenciones tales como la vejez o la maternidad,
aspectos que en la tecnocracia de Huxley habían sido desterrados y que sus
habitantes las descubrían con asombro, comicidad e, incluso, horror. La ruptura
de las normas sociales llega a tal extremo que la familia es perfectamente
identificada como una mera convención social. También será en esta isla donde aparezca
el auténtico protagonista de la novela, John, que, como no podía ser de otro
modo, se nos presenta como un auténtico inadaptado social, un espíritu libre
que nada entre dos mundos y que vive el rechazo de ambos.
En resumen, una novela
recomendada para aquellos que sientan la amenaza de la biotecnología, la
robótica y la Inteligencia Artificial, nuevos campos que ha desarrollado la
ciencia y que amenazan el mundo que conocemos, aunque de nuestra “libertad” en
el uso y abuso de dichas tecnologías siga dependiendo el futuro que ahora
estamos construyendo.