jueves, 3 de agosto de 2017

PIKETTY: UNA PAZ CUYO PRECIO ES LA DESIGUALDAD



El mundo que nos habían contado nuestros padres y abuelos, el mundo en el que creíamos cuando estudiábamos; un mundo lleno de esfuerzos y recompensas, una sociedad meritocrática, que reconocía tus logros personales desde la escuela hasta la jubilación, se esfumó con la Gran Recesión (2007 – 2013). Esto no quiere decir que esta crisis económica cambiase estructuralmente la dinámica del sistema capitalista, sino que hizo más visible los cambios que se venían sucediendo en el mundo, desde la Revolución Conservadora de los años setenta del siglo XX.
La realidad anteriormente descrita no es solo una percepción fruto de las malas noticias económicas que se sucedieron durante los años de la crisis económica, sino que está perfectamente documentada en la obra del economista francés Thomas Piketty (1971-), a través de una exhaustiva recopilación estadística sobre la distribución de ingresos en los principales países de Occidente. Sus series de datos muestran cómo tras los Treinta Gloriosos (1945 – 1973), hemos vuelto al punto de partida, y la desigualdad ha crecido tanto que nos situamos en unas condiciones estructurales similares a las vividas durante los años previos a la I Guerra Mundial (1914 – 1918).
La constatación de esta realidad se realiza a través de un arduo recorrido por 116 gráficas y cuadros, un hecho que parece contradictorio en un autor que ya en las primeras páginas critica el excesivo abuso que, en las últimas décadas, ha hecho la ciencia económica del análisis matemático. Pero la crítica de Piketty a su disciplina no es tanto metodológica, como epistemológica, es decir, unas matemáticas que alejan a los economistas de las preguntas que realmente se han de plantear, como a las que, sin embargo, pretende dar respuesta, Piketty. ¿Por qué crece la desigualdad en nuestras sociedades? Por otro lado, este uso inmoderado de las matemáticas también ha generado una ilusión de estabilidad en los mercados económicos (caso Pareto), que han favorecido determinadas interpretaciones ideológicas de la realidad, cercanas al neoliberalismo, al generar la sensación de una estabilidad macroeconómica en el largo plazo y que, por tanto, legitima, el modelo económico capitalista. Sin embargo, los datos que nos ofrece Piketty en su obra, parecen contrarrestar este prejuicio ideológico.  
El economista francés se nos muestra, por tanto, como un perfecto producto salido de la academia francesa, ya que el autor reivindica la necesidad de que los economistas vuelvan a incorporar la mirada histórica en sus investigaciones. Una mirada que se asemeja a la longue durée de Braudel, ya que Piketty nos retrotrae a los años de la Revolución francesa, para iniciar sus comparativas sobre la redistribución de ingresos, tanto en la sociedad francesa como en la británica. La pintura que nos ofrece del siglo XIX se beneficia de sus conocimientos literarios. Para ejemplificar cómo estamos en una época donde el trabajo y los estudios eran responsables de una peor vida que la renta o la herencia, recurre a Papá Goriot de Balzac (uno de los pocos fallos de la obra es la mala traducción desde el francés de las obras de Balzac, que en la traducción al castellano aparecen como el pobre Goriot) o, para el caso inglés, a las novelas de Jane Austen, cuyos héroes muy a menudo elegían no tener una profesión. 
Tras el siglo XIX Piketty analiza los inicios del siglo XX, La Belle Époque y las dos guerras mundiales. Para el autor francés, la historia de 1914 a 1945 fue el suicidio colectivo de Europa y su sociedad de rentistas. Los niveles de desigualdad llegaron a cotas históricamente altas (en la actualidad se están alcanzando unos niveles similares). Aunque también será en esta época cuando las dos guerras mundiales, la aparición de la inflación y los cambios en el sistema político harán tabla rasa con el pasado. La riqueza patrimonial que venían acumulando las clases altas desde el siglo XIX se perderá en el convulso mundo de entreguerras y se iniciará una disminución de las desigualdades sociales. Por ejemplo en Francia el decil superior (10 % de los ciudadanos más ricos) pasó de acumular entre el 45-50 % de la renta nacional al 30-35 %. Este esquema que se ha desarrollado a partir del modelo francés se siguió con mayor o menor similitud en el resto de países europeos, siendo incluso más radical la disminución de las desigualdades en el caso de las naciones liberales (Estados Unidos y el Reino Unido).
Tras la II Guerra Mundial llegará la reconstrucción de Europa, la implementación de un impuesto progresivo sobre la renta más eficaz y con mayor capacidad de recaudación que en otras épocas, la construcción de los Estados del Bienestar y la aplicación de política keynesianas de estímulo de la demanda mediante inversión pública. Todo esto hace que el peso del Estado en la economía crezca desde el 10 % en Entreguerras a cerca del 40 %, según países, lo que llevará a la mayor reducción de la desigualdad de la historia. En estos años el decil de renta superior pasó de controlar el 70 % de los ingresos nacionales a tan solo el 40 %, además el capital heredado representaba menos del 50 % de la renta nacional, mientras que en la Belle Époque llegaba a alcanzar el 90 %.
Los llamados Treinta Gloriosos o los Años Dorados del Capitalismo indujeron a pensar que el sistema económico se había trasformado por completo, que no era el mismo que en el siglo XIX. Así aparecieron estudios como el de la curva de Kuznetts que, al centrar su análisis en estos años, creó la imagen de que el sacrificio de la clase trabajadora en el siglo XIX favoreció una acumulación de capital del que posteriormente se beneficiarían amplias capas de la población, durante la segunda mitad del siglo XX. El análisis de longue durée de Piketty pone en evidencia estos axiomas incuestionados del capitalismo, como la historia de sangre, sudor y lágrimas de los primeros siglos del capitalismo, un peaje necesario que teníamos que pagar para luego beneficiarnos colectivamente de sus logros. La sucesión a partir de la década de 1970 de los, conceptualizados por Piketty como Treinta penosos, donde el crecimiento económico ha sido muy bajo y la desigualdad se ha vuelto a incrementar, contradice la mencionada curva de Kuznetts.
Entre 1977 y 2007 el decil superior de Estados Unidos se adueñaron de tres cuartas partes del crecimiento y el 1 % de los más ricos absorbió el 60 % de la riqueza nacional. En el año 2007, el año previo a la Gran Recesión, Piketty muestra cómo el decil superior de renta superó por primera vez el 50 % de los ingresos nacionales. Esto es si cabe más grave en una sociedad donde no existía el nivel de acumulación de rentas que había en Europa en el pasado y, por tanto, su “tradicional” nivel de equidad era mayor. En el siglo XIX, la concentración de riqueza de Estados Unidos era menor, ya que el país se construye a partir de emigrantes recién llegados sin patrimonio y, por tanto, la concentración de riqueza todavía no había tenido tiempo de ocurrir. Ahora, tras haber liderado la revolución neoliberal desde la década de 1970, impuesta por el agotamiento de las políticas neokeynesianas que no supieron hacer frente al proceso de estanflación en la que entraron las economías occidentales con el alza de los precios energéticos en 1973, el neoliberalismo ha creado en los países anglosajones la llamada sociedad de los “superejecutivos”. Los directivos de las grandes empresas cobran ahora hasta cien veces más que hace tres décadas y, además, pagan menos impuestos. Nos recuerda Piketty, que la justificación de su salario no se fundamenta en su “productividad”, sino en el poder que ejercen. Los beneficios de sus empresas están asociados, en cierta medida, a los ciclos económicos y, por tanto, no tanto a su desempeño profesional. Esto es lo que los economistas Bertrand y Mullainhatan denominaron pay for luck Este modelo también ha sido el responsable de una trasferencia gradual de riqueza pública hacia el ámbito privado, lo que alimentó el crecimiento de los activos inmobiliarios y bursátiles, que a su vez estalló en varias burbujas financieras que devinieron en crisis económicas.
Nos enfrentamos, por tanto, ante una coyuntura ideológica que ha favorecido el incremento de las desigualdades durante casi cuatro décadas. La confianza de las élites políticas y económicas de Occidente en este modelo económico no parece haberse roto, ni siquiera a través de las experiencias negativas producidas por las Gran Recesión, que han puesto de manifiesto el punto crítico al que podemos llegar si mantenemos el mantra neoliberal de, menos estado y más “libertad” de mercado, para enriquecerse a costa de cualquier límite ético.  Pero Piketty no solo nos muestra un mundo donde la coyuntura va en contra de la igualdad, sino también una realidad estructural con un fuerte componente de “desigualdad”. La ausencia de un fuerte crecimiento económico en el mundo occidental desapareció a principios de los ochenta y los políticos y votantes se resisten a creérselo. La productividad ha reducido su crecimiento y esta caída no puede ser equilibrada por otros factores económicos como el demográfico, ya que estamos ante sociedades envejecidas con una tasa de natalidad muy baja y que, además, rechaza, cada vez más, a la emigración. El otro factor que históricamente ha compensado el crecimiento del capital ha sido la inflación, pero experiencias como la hiperinflación de los años 20 en Alemania o de los 70 y 80 del siglo XX en América Latina desaconsejan utilizar este arma, que en su día se “descubrió” para acabar con el endeudamiento que había generado la I Guerra Mundial (1914 – 1918). Sin este tipo de compensaciones que no equilibren el crecimiento estructural del 5 % del capital, la desigualdad crecerá. Solo durante los años de reconstrucción de Posguerra se  superó esta trampa estructural, se creó la ilusión de que el capitalismo se había trasformado y de que estábamos logrando vivir en una sociedad meritocrática, donde por primera vez en la historia el trabajo era más importante que la herencia. Pero los datos que muestran las tablas de Piketty nos sacan de este espejismo y muestras los Treinta Glorioso más como un paréntesis en la larga historia del capitalismo, iniciada a mediados del siglo XVIII en Inglaterra, que como una historia de revolución trasformadora. Evidentemente, el propio autor reconoce que hay hechos, en la actualidad, que difieren del siglo XIX, como que ahora existe una verdadera “clase media patrimonial” y, así, el 10 % de los más ricos ya solo poseen dos tercios de la riqueza, frente al 90 % que poseían en los años previos a la I Guerra Mundial.
En resumen, Piketty nos muestra un mundo que fue más igualitario gracias a la tabla rasa con el pasado que hicieron las dos guerras mundiales, frente a la fuerte concentración de riqueza que el mundo vivió en el siglo XIX y que ahora parece que estamos reeditando. La centuria decimonónica fue un largo período sin guerras, catástrofes mayores y sin impuestos. En los años setenta del siglo XX el capital heredado apenas representaba el 40 % del capital privado, de continuar el modelo de acumulación actual en el año 2050 supondrá el 90 %, lo mismo que durante Entreguerras. Si las cohortes demográficas del Baby Boom vivieron el sueño americano de hacerse a ellas mismas, las cohortes nacidas en el último tercio del siglo XX están empezando a estar sometidas al peso de la herencia, casi tanto como las del siglo XIX.
Otra de las tragedias de esta gran obra del economista francés, no es únicamente ese 5 % de crecimiento estructural del Capital, sino que como todo buen científico social Piketty es más agudo en la denuncia del estado de cosas actuales, que en la proposición de una alternativa viable. No estamos ante un autor radical que pretende subvertir la economía capitalista, sino reformarla para que sus contradicciones no acaben con ella. La solución que propone sería globalizar los instrumentos de la economía mixta o socialdemócrata, al establecer un impuesto sobre la renta progresiva en el mundo. Este no sería especialmente gravoso y actuaría, más que nada para establecer un control sobre el movimiento internacional de capitales, evitando todos los aspectos “oscuros” que dicho movimiento pueda generar. La propuesta sería del 0,1 % sobre los patrimonios inferiores a 200.000 euros, un 0,5 % para los situados entre 200.000 y 1 millón de euros, el 2 % para las rentas situadas entre el millón y los 5 millones de euros y, por último, entre el 6-7 % para las fortunas que superen los cinco millones de euros. El problema de esta Tasa Tobin es que sería necesario un gobierno mundial que gestionase este impuesto y redistribuyese sus beneficios. Lo que Piketty obvia, como casi toda la élite internacional académica, es que un principio de soberanía, para que esta sea legítima y no coercitiva, debe establecerse bajo unos parámetros identitarios comúnmente compartidos, algo para lo que parece que todavía no está preparada el conjunto de la humanidad, más allá de determinados círculos de intelectuales que ven necesarios estas soluciones técnicas ante los riesgos globales, no solo de tipo económico, a los que nos enfrentaremos en un futuro próximo. Un ejemplo de ello sería la poca operatividad de aquellos procesos de regulación bancaria que surgen en Estados Unidos, la única nación con cierta capacidad de respuesta global, como el FACTA, una ley que eliminó en el año 2015 el secreto bancario en Estados Unidos, incluso a los bancos que operan en el extranjero. El problema es que no solo las sanciones al incumplimiento de la ley son insuficientes, sino que la nueva administración Trump opta por soluciones diferentes, frente al desarrollo de instituciones a escala global que regulen el capitalismo.
En resumen, como en los años previos a la Revolución Industrial, en Occidente tendremos que preocuparnos más por las desigualdades que se producen dentro de nuestras naciones que entre el famoso norte y sur, omnipresente durante la segunda mitad del siglo XX. Entre 1900 y 1980 Estados Unidos y Europa Occidental producían casi el   80 % de todos los bienes y servicios producidos en el mundo, en la actualidad este porcentaje ha disminuido al 50 % y nada hace pensar que en las próximas décadas este no vaya a seguir disminuyendo en un porcentaje similar. Nos hemos topado, de nuevo, ante una sociedad donde, en palabras de Piketty, el pasado devora el porvenir y donde solo un cataclismo (guerras o hiperinflación) parece poder salvarnos de ese pasado.

Una lectura totalmente recomendable para aquellos que quieran entender el mundo económico que surge a partir de la Gran Recesión (2007 – 2013), para aquellos que reivindiquen una renovada metodología en las ciencias económicas, más cercana a las grandes preguntas de las Ciencias Sociales como, ¿por qué el aumento de la desigualdad en nuestras sociedades?, ¿cómo hasta ahora hemos sido incapaces de solucionar el problema de la desigualdad, sino a través de una crisis generalizada del sistema,  que en el siglo XX ha dado lugar a dos guerras mundiales? Esperemos que en el siglo XXI no repitamos la misma historia, aunque, de momento, parece que la tesis de Piketty no apunta hacia un horizonte nada halagüeño. Una obra más que contribuye a considerar el siglo XIX el siglo de la lucha por la libertad, el siglo XX el de la lucha por la igualdad y el siglo XXI un siglo, al menos en sus inicios, radicalmente nihilista. 

2 comentarios:

  1. ¡Enhorabuena por el artículo, Heli! De los mejores que has escrito, sin duda alguna, y una de las mejores recensiones de este libro que he visto. La introducción, vinculando a este autor con la más alta tradición francesa de historia y sociología, me parece brillante. y después, incluso lanzas algún dardo en tus conclusiones, muy interesantes, como la incapacidad para administrar el capital de una posible fiscalidad a la élite financiera y económica (y me atrevería a decir que la única solución a esa falta de compromiso identitario a nivel planetario es un megaestado que se haga abiertamente autoritario a los ojos de muchos, aunque tenga un compromiso con los más desfavorecidos...).
    Por supuesto, se pueden discutir algunas cosas, no por desacuerdo con Piketty o con tus ideas, sino por su omisión. ¿qué pasa con el crecimiento fuera de occidente? ¿Qué efecto tiene la aparición de una clase media en China, que ha evitado la pobreza? El menciona que China está avanzando en la creación de una fiscalidad progresiva, frente a la incapacidad de la India y otros países (pág.545), pero parece que pasa un poco de largo. Y hablamos de diferencias de riqueza en porcentajes, pero quizás el total de riqueza en 1900 no es igual que en el 2000, y por lo tanto las desigualdades no son igual de significativas (si por ejemplo, un individuo de clase baja tiene una mayor capacidad adquisitiva hoy en día que hace 100 años). Obviamos quizás que el gran dilema de este siglo XXI son las condiciones de estrés, ansiedad y tensión emocional a los que estamos sometidos la gran mayoría de la población, por lo que incluso con una renta media nos sentimos tremendamente infelices por la incertidumbre creciente (y si a eso le añades la tremenda desigualdad, añade también la sensación de injusticia y falta de equidad). Quizás ahí, en este análisis cultural -más hermenéutico, menos cuantitativo- es más brillante gente como Zizek o Bauman. Pero esto no cambia el análisis general del libro. Al fin y al cabo, pretende ser un libro desde la economía.
    En fin, congratulations, my friend...

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