El mundo que nos habían contado
nuestros padres y abuelos, el mundo en el que creíamos cuando estudiábamos; un
mundo lleno de esfuerzos y recompensas, una sociedad meritocrática, que
reconocía tus logros personales desde la escuela hasta la jubilación, se esfumó
con la Gran Recesión (2007 – 2013). Esto no quiere decir que esta crisis
económica cambiase estructuralmente la dinámica del sistema capitalista, sino
que hizo más visible los cambios que se venían sucediendo en el mundo, desde la
Revolución Conservadora de los años setenta del siglo XX.
La realidad anteriormente
descrita no es solo una percepción fruto de las malas noticias económicas que
se sucedieron durante los años de la crisis económica, sino que está
perfectamente documentada en la obra del economista francés Thomas Piketty
(1971-), a través de una exhaustiva recopilación estadística sobre la distribución
de ingresos en los principales países de Occidente. Sus series de datos muestran
cómo tras los Treinta Gloriosos (1945
– 1973), hemos vuelto al punto de partida, y la desigualdad ha crecido tanto
que nos situamos en unas condiciones estructurales similares a las vividas
durante los años previos a la I Guerra Mundial (1914 – 1918).
La constatación de esta realidad
se realiza a través de un arduo recorrido por 116 gráficas y cuadros, un hecho
que parece contradictorio en un autor que ya en las primeras páginas critica el
excesivo abuso que, en las últimas décadas, ha hecho la ciencia económica del
análisis matemático. Pero la crítica de Piketty a su disciplina no es tanto
metodológica, como epistemológica, es decir, unas matemáticas que alejan a los
economistas de las preguntas que realmente se han de plantear, como a las que,
sin embargo, pretende dar respuesta, Piketty. ¿Por qué crece la desigualdad en
nuestras sociedades? Por otro lado, este uso inmoderado de las matemáticas
también ha generado una ilusión de estabilidad en los mercados económicos (caso
Pareto), que han favorecido determinadas interpretaciones ideológicas de la
realidad, cercanas al neoliberalismo, al generar la sensación de una
estabilidad macroeconómica en el largo plazo y que, por tanto, legitima, el
modelo económico capitalista. Sin embargo, los datos que nos ofrece Piketty en
su obra, parecen contrarrestar este prejuicio ideológico.
El economista francés se nos
muestra, por tanto, como un perfecto producto salido de la academia francesa,
ya que el autor reivindica la necesidad de que los economistas vuelvan a
incorporar la mirada histórica en sus investigaciones. Una mirada que se
asemeja a la longue durée de Braudel,
ya que Piketty nos retrotrae a los años de la Revolución francesa, para iniciar
sus comparativas sobre la redistribución de ingresos, tanto en la sociedad
francesa como en la británica. La pintura que nos ofrece del siglo XIX se
beneficia de sus conocimientos literarios. Para ejemplificar cómo estamos en
una época donde el trabajo y los estudios eran responsables de una peor vida
que la renta o la herencia, recurre a Papá
Goriot de Balzac (uno de los pocos fallos de la obra es la mala traducción
desde el francés de las obras de Balzac, que en la traducción al castellano
aparecen como el pobre Goriot) o,
para el caso inglés, a las novelas de Jane Austen, cuyos héroes muy a menudo
elegían no tener una profesión.
Tras el siglo XIX Piketty analiza
los inicios del siglo XX, La Belle Époque y las dos guerras
mundiales. Para el autor francés, la historia de 1914 a 1945 fue el suicidio
colectivo de Europa y su sociedad de rentistas. Los niveles de desigualdad
llegaron a cotas históricamente altas (en la actualidad se están alcanzando
unos niveles similares). Aunque también será en esta época cuando las dos
guerras mundiales, la aparición de la inflación y los cambios en el sistema
político harán tabla rasa con el pasado. La riqueza patrimonial que venían
acumulando las clases altas desde el siglo XIX se perderá en el convulso mundo
de entreguerras y se iniciará una disminución de las desigualdades sociales. Por
ejemplo en Francia el decil superior (10 % de los ciudadanos más ricos) pasó de
acumular entre el 45-50 % de la renta nacional al 30-35 %. Este esquema que se
ha desarrollado a partir del modelo francés se siguió con mayor o menor
similitud en el resto de países europeos, siendo incluso más radical la
disminución de las desigualdades en el caso de las naciones liberales (Estados
Unidos y el Reino Unido).
Tras la II Guerra Mundial llegará
la reconstrucción de Europa, la implementación de un impuesto progresivo sobre
la renta más eficaz y con mayor capacidad de recaudación que en otras épocas,
la construcción de los Estados del Bienestar y la aplicación de política keynesianas
de estímulo de la demanda mediante inversión pública. Todo esto hace que el
peso del Estado en la economía crezca desde el 10 % en Entreguerras a cerca del
40 %, según países, lo que llevará a la mayor reducción de la desigualdad de la
historia. En estos años el decil de renta superior pasó de controlar el 70 % de
los ingresos nacionales a tan solo el 40 %, además el capital heredado
representaba menos del 50 % de la renta nacional, mientras que en la Belle Époque llegaba a alcanzar el 90 %.
Los llamados Treinta Gloriosos o los Años
Dorados del Capitalismo indujeron a pensar que el sistema económico se
había trasformado por completo, que no era el mismo que en el siglo XIX. Así
aparecieron estudios como el de la curva
de Kuznetts que, al centrar su análisis en estos años, creó la imagen de
que el sacrificio de la clase trabajadora en el siglo XIX favoreció una
acumulación de capital del que posteriormente se beneficiarían amplias capas de
la población, durante la segunda mitad del siglo XX. El análisis de longue durée de Piketty pone en
evidencia estos axiomas incuestionados del capitalismo, como la historia de sangre, sudor y lágrimas de los primeros
siglos del capitalismo, un peaje necesario que teníamos que pagar para luego
beneficiarnos colectivamente de sus logros. La sucesión a partir de la década
de 1970 de los, conceptualizados por Piketty como Treinta penosos, donde el crecimiento económico ha sido muy bajo y
la desigualdad se ha vuelto a incrementar, contradice la mencionada curva de Kuznetts.
Entre 1977 y 2007 el decil
superior de Estados Unidos se adueñaron de tres cuartas partes del crecimiento
y el 1 % de los más ricos absorbió el 60 % de la riqueza nacional. En el año
2007, el año previo a la Gran Recesión, Piketty muestra cómo el decil superior
de renta superó por primera vez el 50 % de los ingresos nacionales. Esto es si
cabe más grave en una sociedad donde no existía el nivel de acumulación de
rentas que había en Europa en el pasado y, por tanto, su “tradicional” nivel de
equidad era mayor. En el siglo XIX, la concentración de riqueza de Estados
Unidos era menor, ya que el país se construye a partir de emigrantes recién
llegados sin patrimonio y, por tanto, la concentración de riqueza todavía no
había tenido tiempo de ocurrir. Ahora, tras haber liderado la revolución neoliberal
desde la década de 1970, impuesta por el agotamiento de las políticas neokeynesianas
que no supieron hacer frente al proceso de estanflación en la que entraron las
economías occidentales con el alza de los precios energéticos en 1973, el
neoliberalismo ha creado en los países anglosajones la llamada sociedad de los
“superejecutivos”. Los directivos de las grandes empresas cobran ahora hasta
cien veces más que hace tres décadas y, además, pagan menos impuestos. Nos
recuerda Piketty, que la justificación de su salario no se fundamenta en su
“productividad”, sino en el poder que ejercen. Los beneficios de sus empresas
están asociados, en cierta medida, a los ciclos económicos y, por tanto, no tanto
a su desempeño profesional. Esto es lo que los economistas Bertrand y
Mullainhatan denominaron pay for luck
Este modelo también ha sido el responsable de una trasferencia gradual de
riqueza pública hacia el ámbito privado, lo que alimentó el crecimiento de los
activos inmobiliarios y bursátiles, que a su vez estalló en varias burbujas financieras
que devinieron en crisis económicas.
Nos enfrentamos, por tanto, ante
una coyuntura ideológica que ha favorecido el incremento de las desigualdades
durante casi cuatro décadas. La confianza de las élites políticas y económicas
de Occidente en este modelo económico no parece haberse roto, ni siquiera a
través de las experiencias negativas producidas por las Gran Recesión, que han
puesto de manifiesto el punto crítico al que podemos llegar si mantenemos el
mantra neoliberal de, menos estado y más “libertad” de mercado, para
enriquecerse a costa de cualquier límite ético. Pero Piketty no solo nos muestra un mundo
donde la coyuntura va en contra de la igualdad, sino también una realidad
estructural con un fuerte componente de “desigualdad”. La ausencia de un fuerte
crecimiento económico en el mundo occidental desapareció a principios de los
ochenta y los políticos y votantes se resisten a creérselo. La productividad ha
reducido su crecimiento y esta caída no puede ser equilibrada por otros
factores económicos como el demográfico, ya que estamos ante sociedades
envejecidas con una tasa de natalidad muy baja y que, además, rechaza, cada vez
más, a la emigración. El otro factor que históricamente ha compensado el
crecimiento del capital ha sido la inflación, pero experiencias como la
hiperinflación de los años 20 en Alemania o de los 70 y 80 del siglo XX en
América Latina desaconsejan utilizar este arma, que en su día se “descubrió”
para acabar con el endeudamiento que había generado la I Guerra Mundial (1914 –
1918). Sin este tipo de compensaciones que no equilibren el crecimiento
estructural del 5 % del capital, la desigualdad crecerá. Solo durante los años
de reconstrucción de Posguerra se superó
esta trampa estructural, se creó la ilusión de que el capitalismo se había trasformado
y de que estábamos logrando vivir en una sociedad meritocrática, donde por
primera vez en la historia el trabajo era más importante que la herencia. Pero
los datos que muestran las tablas de Piketty nos sacan de este espejismo y
muestras los Treinta Glorioso más como un paréntesis en la larga historia del
capitalismo, iniciada a mediados del siglo XVIII en Inglaterra, que como una
historia de revolución trasformadora. Evidentemente, el propio autor reconoce
que hay hechos, en la actualidad, que difieren del siglo XIX, como que ahora
existe una verdadera “clase media patrimonial” y, así, el 10 % de los más ricos
ya solo poseen dos tercios de la riqueza, frente al 90 % que poseían en los
años previos a la I Guerra Mundial.
En resumen, Piketty nos muestra
un mundo que fue más igualitario gracias a la tabla rasa con el pasado que
hicieron las dos guerras mundiales, frente a la fuerte concentración de riqueza
que el mundo vivió en el siglo XIX y que ahora parece que estamos reeditando. La
centuria decimonónica fue un largo período sin guerras, catástrofes mayores y
sin impuestos. En los años setenta del siglo XX el capital heredado apenas
representaba el 40 % del capital privado, de continuar el modelo de acumulación
actual en el año 2050 supondrá el 90 %, lo mismo que durante Entreguerras. Si
las cohortes demográficas del Baby Boom
vivieron el sueño americano de hacerse a ellas mismas, las cohortes nacidas en
el último tercio del siglo XX están empezando a estar sometidas al peso de la
herencia, casi tanto como las del siglo XIX.
Otra de las tragedias de esta
gran obra del economista francés, no es únicamente ese 5 % de crecimiento
estructural del Capital, sino que como todo buen científico social Piketty es
más agudo en la denuncia del estado de cosas actuales, que en la proposición de
una alternativa viable. No estamos ante un autor radical que pretende subvertir
la economía capitalista, sino reformarla para que sus contradicciones no acaben
con ella. La solución que propone sería globalizar los instrumentos de la
economía mixta o socialdemócrata, al establecer un impuesto sobre la renta
progresiva en el mundo. Este no sería especialmente gravoso y actuaría, más que
nada para establecer un control sobre el movimiento internacional de capitales,
evitando todos los aspectos “oscuros” que dicho movimiento pueda generar. La
propuesta sería del 0,1 % sobre los patrimonios inferiores a 200.000 euros, un
0,5 % para los situados entre 200.000 y 1 millón de euros, el 2 % para las
rentas situadas entre el millón y los 5 millones de euros y, por último, entre
el 6-7 % para las fortunas que superen los cinco millones de euros. El problema
de esta Tasa Tobin es que sería
necesario un gobierno mundial que gestionase este impuesto y redistribuyese sus
beneficios. Lo que Piketty obvia, como casi toda la élite internacional
académica, es que un principio de soberanía, para que esta sea legítima y no
coercitiva, debe establecerse bajo unos parámetros identitarios comúnmente
compartidos, algo para lo que parece que todavía no está preparada el conjunto
de la humanidad, más allá de determinados círculos de intelectuales que ven
necesarios estas soluciones técnicas ante los riesgos globales, no solo de tipo
económico, a los que nos enfrentaremos en un futuro próximo. Un ejemplo de ello
sería la poca operatividad de aquellos procesos de regulación bancaria que
surgen en Estados Unidos, la única nación con cierta capacidad de respuesta
global, como el FACTA, una ley que eliminó en el año 2015 el secreto bancario
en Estados Unidos, incluso a los bancos que operan en el extranjero. El
problema es que no solo las sanciones al incumplimiento de la ley son
insuficientes, sino que la nueva administración Trump opta por soluciones
diferentes, frente al desarrollo de instituciones a escala global que regulen
el capitalismo.
En resumen, como en los años
previos a la Revolución Industrial, en Occidente tendremos que preocuparnos más
por las desigualdades que se producen dentro de nuestras naciones que entre el
famoso norte y sur, omnipresente durante la segunda mitad del siglo XX. Entre
1900 y 1980 Estados Unidos y Europa Occidental producían casi el 80 % de todos los bienes y servicios
producidos en el mundo, en la actualidad este porcentaje ha disminuido al 50 %
y nada hace pensar que en las próximas décadas este no vaya a seguir
disminuyendo en un porcentaje similar. Nos hemos topado, de nuevo, ante una
sociedad donde, en palabras de Piketty, el pasado devora el porvenir y donde solo
un cataclismo (guerras o hiperinflación) parece poder salvarnos de ese pasado.
Una lectura totalmente
recomendable para aquellos que quieran entender el mundo económico que surge a
partir de la Gran Recesión (2007 – 2013), para aquellos que reivindiquen una
renovada metodología en las ciencias económicas, más cercana a las grandes
preguntas de las Ciencias Sociales como, ¿por qué el aumento de la desigualdad
en nuestras sociedades?, ¿cómo hasta ahora hemos sido incapaces de solucionar
el problema de la desigualdad, sino a través de una crisis generalizada del
sistema, que en el siglo XX ha dado
lugar a dos guerras mundiales? Esperemos que en el siglo XXI no repitamos la
misma historia, aunque, de momento, parece que la tesis de Piketty no apunta
hacia un horizonte nada halagüeño. Una obra más que contribuye a considerar el
siglo XIX el siglo de la lucha por la libertad, el siglo XX el de la lucha por
la igualdad y el siglo XXI un siglo, al menos en sus inicios, radicalmente
nihilista.