jueves, 3 de agosto de 2017

PIKETTY: UNA PAZ CUYO PRECIO ES LA DESIGUALDAD



El mundo que nos habían contado nuestros padres y abuelos, el mundo en el que creíamos cuando estudiábamos; un mundo lleno de esfuerzos y recompensas, una sociedad meritocrática, que reconocía tus logros personales desde la escuela hasta la jubilación, se esfumó con la Gran Recesión (2007 – 2013). Esto no quiere decir que esta crisis económica cambiase estructuralmente la dinámica del sistema capitalista, sino que hizo más visible los cambios que se venían sucediendo en el mundo, desde la Revolución Conservadora de los años setenta del siglo XX.
La realidad anteriormente descrita no es solo una percepción fruto de las malas noticias económicas que se sucedieron durante los años de la crisis económica, sino que está perfectamente documentada en la obra del economista francés Thomas Piketty (1971-), a través de una exhaustiva recopilación estadística sobre la distribución de ingresos en los principales países de Occidente. Sus series de datos muestran cómo tras los Treinta Gloriosos (1945 – 1973), hemos vuelto al punto de partida, y la desigualdad ha crecido tanto que nos situamos en unas condiciones estructurales similares a las vividas durante los años previos a la I Guerra Mundial (1914 – 1918).
La constatación de esta realidad se realiza a través de un arduo recorrido por 116 gráficas y cuadros, un hecho que parece contradictorio en un autor que ya en las primeras páginas critica el excesivo abuso que, en las últimas décadas, ha hecho la ciencia económica del análisis matemático. Pero la crítica de Piketty a su disciplina no es tanto metodológica, como epistemológica, es decir, unas matemáticas que alejan a los economistas de las preguntas que realmente se han de plantear, como a las que, sin embargo, pretende dar respuesta, Piketty. ¿Por qué crece la desigualdad en nuestras sociedades? Por otro lado, este uso inmoderado de las matemáticas también ha generado una ilusión de estabilidad en los mercados económicos (caso Pareto), que han favorecido determinadas interpretaciones ideológicas de la realidad, cercanas al neoliberalismo, al generar la sensación de una estabilidad macroeconómica en el largo plazo y que, por tanto, legitima, el modelo económico capitalista. Sin embargo, los datos que nos ofrece Piketty en su obra, parecen contrarrestar este prejuicio ideológico.  
El economista francés se nos muestra, por tanto, como un perfecto producto salido de la academia francesa, ya que el autor reivindica la necesidad de que los economistas vuelvan a incorporar la mirada histórica en sus investigaciones. Una mirada que se asemeja a la longue durée de Braudel, ya que Piketty nos retrotrae a los años de la Revolución francesa, para iniciar sus comparativas sobre la redistribución de ingresos, tanto en la sociedad francesa como en la británica. La pintura que nos ofrece del siglo XIX se beneficia de sus conocimientos literarios. Para ejemplificar cómo estamos en una época donde el trabajo y los estudios eran responsables de una peor vida que la renta o la herencia, recurre a Papá Goriot de Balzac (uno de los pocos fallos de la obra es la mala traducción desde el francés de las obras de Balzac, que en la traducción al castellano aparecen como el pobre Goriot) o, para el caso inglés, a las novelas de Jane Austen, cuyos héroes muy a menudo elegían no tener una profesión. 
Tras el siglo XIX Piketty analiza los inicios del siglo XX, La Belle Époque y las dos guerras mundiales. Para el autor francés, la historia de 1914 a 1945 fue el suicidio colectivo de Europa y su sociedad de rentistas. Los niveles de desigualdad llegaron a cotas históricamente altas (en la actualidad se están alcanzando unos niveles similares). Aunque también será en esta época cuando las dos guerras mundiales, la aparición de la inflación y los cambios en el sistema político harán tabla rasa con el pasado. La riqueza patrimonial que venían acumulando las clases altas desde el siglo XIX se perderá en el convulso mundo de entreguerras y se iniciará una disminución de las desigualdades sociales. Por ejemplo en Francia el decil superior (10 % de los ciudadanos más ricos) pasó de acumular entre el 45-50 % de la renta nacional al 30-35 %. Este esquema que se ha desarrollado a partir del modelo francés se siguió con mayor o menor similitud en el resto de países europeos, siendo incluso más radical la disminución de las desigualdades en el caso de las naciones liberales (Estados Unidos y el Reino Unido).
Tras la II Guerra Mundial llegará la reconstrucción de Europa, la implementación de un impuesto progresivo sobre la renta más eficaz y con mayor capacidad de recaudación que en otras épocas, la construcción de los Estados del Bienestar y la aplicación de política keynesianas de estímulo de la demanda mediante inversión pública. Todo esto hace que el peso del Estado en la economía crezca desde el 10 % en Entreguerras a cerca del 40 %, según países, lo que llevará a la mayor reducción de la desigualdad de la historia. En estos años el decil de renta superior pasó de controlar el 70 % de los ingresos nacionales a tan solo el 40 %, además el capital heredado representaba menos del 50 % de la renta nacional, mientras que en la Belle Époque llegaba a alcanzar el 90 %.
Los llamados Treinta Gloriosos o los Años Dorados del Capitalismo indujeron a pensar que el sistema económico se había trasformado por completo, que no era el mismo que en el siglo XIX. Así aparecieron estudios como el de la curva de Kuznetts que, al centrar su análisis en estos años, creó la imagen de que el sacrificio de la clase trabajadora en el siglo XIX favoreció una acumulación de capital del que posteriormente se beneficiarían amplias capas de la población, durante la segunda mitad del siglo XX. El análisis de longue durée de Piketty pone en evidencia estos axiomas incuestionados del capitalismo, como la historia de sangre, sudor y lágrimas de los primeros siglos del capitalismo, un peaje necesario que teníamos que pagar para luego beneficiarnos colectivamente de sus logros. La sucesión a partir de la década de 1970 de los, conceptualizados por Piketty como Treinta penosos, donde el crecimiento económico ha sido muy bajo y la desigualdad se ha vuelto a incrementar, contradice la mencionada curva de Kuznetts.
Entre 1977 y 2007 el decil superior de Estados Unidos se adueñaron de tres cuartas partes del crecimiento y el 1 % de los más ricos absorbió el 60 % de la riqueza nacional. En el año 2007, el año previo a la Gran Recesión, Piketty muestra cómo el decil superior de renta superó por primera vez el 50 % de los ingresos nacionales. Esto es si cabe más grave en una sociedad donde no existía el nivel de acumulación de rentas que había en Europa en el pasado y, por tanto, su “tradicional” nivel de equidad era mayor. En el siglo XIX, la concentración de riqueza de Estados Unidos era menor, ya que el país se construye a partir de emigrantes recién llegados sin patrimonio y, por tanto, la concentración de riqueza todavía no había tenido tiempo de ocurrir. Ahora, tras haber liderado la revolución neoliberal desde la década de 1970, impuesta por el agotamiento de las políticas neokeynesianas que no supieron hacer frente al proceso de estanflación en la que entraron las economías occidentales con el alza de los precios energéticos en 1973, el neoliberalismo ha creado en los países anglosajones la llamada sociedad de los “superejecutivos”. Los directivos de las grandes empresas cobran ahora hasta cien veces más que hace tres décadas y, además, pagan menos impuestos. Nos recuerda Piketty, que la justificación de su salario no se fundamenta en su “productividad”, sino en el poder que ejercen. Los beneficios de sus empresas están asociados, en cierta medida, a los ciclos económicos y, por tanto, no tanto a su desempeño profesional. Esto es lo que los economistas Bertrand y Mullainhatan denominaron pay for luck Este modelo también ha sido el responsable de una trasferencia gradual de riqueza pública hacia el ámbito privado, lo que alimentó el crecimiento de los activos inmobiliarios y bursátiles, que a su vez estalló en varias burbujas financieras que devinieron en crisis económicas.
Nos enfrentamos, por tanto, ante una coyuntura ideológica que ha favorecido el incremento de las desigualdades durante casi cuatro décadas. La confianza de las élites políticas y económicas de Occidente en este modelo económico no parece haberse roto, ni siquiera a través de las experiencias negativas producidas por las Gran Recesión, que han puesto de manifiesto el punto crítico al que podemos llegar si mantenemos el mantra neoliberal de, menos estado y más “libertad” de mercado, para enriquecerse a costa de cualquier límite ético.  Pero Piketty no solo nos muestra un mundo donde la coyuntura va en contra de la igualdad, sino también una realidad estructural con un fuerte componente de “desigualdad”. La ausencia de un fuerte crecimiento económico en el mundo occidental desapareció a principios de los ochenta y los políticos y votantes se resisten a creérselo. La productividad ha reducido su crecimiento y esta caída no puede ser equilibrada por otros factores económicos como el demográfico, ya que estamos ante sociedades envejecidas con una tasa de natalidad muy baja y que, además, rechaza, cada vez más, a la emigración. El otro factor que históricamente ha compensado el crecimiento del capital ha sido la inflación, pero experiencias como la hiperinflación de los años 20 en Alemania o de los 70 y 80 del siglo XX en América Latina desaconsejan utilizar este arma, que en su día se “descubrió” para acabar con el endeudamiento que había generado la I Guerra Mundial (1914 – 1918). Sin este tipo de compensaciones que no equilibren el crecimiento estructural del 5 % del capital, la desigualdad crecerá. Solo durante los años de reconstrucción de Posguerra se  superó esta trampa estructural, se creó la ilusión de que el capitalismo se había trasformado y de que estábamos logrando vivir en una sociedad meritocrática, donde por primera vez en la historia el trabajo era más importante que la herencia. Pero los datos que muestran las tablas de Piketty nos sacan de este espejismo y muestras los Treinta Glorioso más como un paréntesis en la larga historia del capitalismo, iniciada a mediados del siglo XVIII en Inglaterra, que como una historia de revolución trasformadora. Evidentemente, el propio autor reconoce que hay hechos, en la actualidad, que difieren del siglo XIX, como que ahora existe una verdadera “clase media patrimonial” y, así, el 10 % de los más ricos ya solo poseen dos tercios de la riqueza, frente al 90 % que poseían en los años previos a la I Guerra Mundial.
En resumen, Piketty nos muestra un mundo que fue más igualitario gracias a la tabla rasa con el pasado que hicieron las dos guerras mundiales, frente a la fuerte concentración de riqueza que el mundo vivió en el siglo XIX y que ahora parece que estamos reeditando. La centuria decimonónica fue un largo período sin guerras, catástrofes mayores y sin impuestos. En los años setenta del siglo XX el capital heredado apenas representaba el 40 % del capital privado, de continuar el modelo de acumulación actual en el año 2050 supondrá el 90 %, lo mismo que durante Entreguerras. Si las cohortes demográficas del Baby Boom vivieron el sueño americano de hacerse a ellas mismas, las cohortes nacidas en el último tercio del siglo XX están empezando a estar sometidas al peso de la herencia, casi tanto como las del siglo XIX.
Otra de las tragedias de esta gran obra del economista francés, no es únicamente ese 5 % de crecimiento estructural del Capital, sino que como todo buen científico social Piketty es más agudo en la denuncia del estado de cosas actuales, que en la proposición de una alternativa viable. No estamos ante un autor radical que pretende subvertir la economía capitalista, sino reformarla para que sus contradicciones no acaben con ella. La solución que propone sería globalizar los instrumentos de la economía mixta o socialdemócrata, al establecer un impuesto sobre la renta progresiva en el mundo. Este no sería especialmente gravoso y actuaría, más que nada para establecer un control sobre el movimiento internacional de capitales, evitando todos los aspectos “oscuros” que dicho movimiento pueda generar. La propuesta sería del 0,1 % sobre los patrimonios inferiores a 200.000 euros, un 0,5 % para los situados entre 200.000 y 1 millón de euros, el 2 % para las rentas situadas entre el millón y los 5 millones de euros y, por último, entre el 6-7 % para las fortunas que superen los cinco millones de euros. El problema de esta Tasa Tobin es que sería necesario un gobierno mundial que gestionase este impuesto y redistribuyese sus beneficios. Lo que Piketty obvia, como casi toda la élite internacional académica, es que un principio de soberanía, para que esta sea legítima y no coercitiva, debe establecerse bajo unos parámetros identitarios comúnmente compartidos, algo para lo que parece que todavía no está preparada el conjunto de la humanidad, más allá de determinados círculos de intelectuales que ven necesarios estas soluciones técnicas ante los riesgos globales, no solo de tipo económico, a los que nos enfrentaremos en un futuro próximo. Un ejemplo de ello sería la poca operatividad de aquellos procesos de regulación bancaria que surgen en Estados Unidos, la única nación con cierta capacidad de respuesta global, como el FACTA, una ley que eliminó en el año 2015 el secreto bancario en Estados Unidos, incluso a los bancos que operan en el extranjero. El problema es que no solo las sanciones al incumplimiento de la ley son insuficientes, sino que la nueva administración Trump opta por soluciones diferentes, frente al desarrollo de instituciones a escala global que regulen el capitalismo.
En resumen, como en los años previos a la Revolución Industrial, en Occidente tendremos que preocuparnos más por las desigualdades que se producen dentro de nuestras naciones que entre el famoso norte y sur, omnipresente durante la segunda mitad del siglo XX. Entre 1900 y 1980 Estados Unidos y Europa Occidental producían casi el   80 % de todos los bienes y servicios producidos en el mundo, en la actualidad este porcentaje ha disminuido al 50 % y nada hace pensar que en las próximas décadas este no vaya a seguir disminuyendo en un porcentaje similar. Nos hemos topado, de nuevo, ante una sociedad donde, en palabras de Piketty, el pasado devora el porvenir y donde solo un cataclismo (guerras o hiperinflación) parece poder salvarnos de ese pasado.

Una lectura totalmente recomendable para aquellos que quieran entender el mundo económico que surge a partir de la Gran Recesión (2007 – 2013), para aquellos que reivindiquen una renovada metodología en las ciencias económicas, más cercana a las grandes preguntas de las Ciencias Sociales como, ¿por qué el aumento de la desigualdad en nuestras sociedades?, ¿cómo hasta ahora hemos sido incapaces de solucionar el problema de la desigualdad, sino a través de una crisis generalizada del sistema,  que en el siglo XX ha dado lugar a dos guerras mundiales? Esperemos que en el siglo XXI no repitamos la misma historia, aunque, de momento, parece que la tesis de Piketty no apunta hacia un horizonte nada halagüeño. Una obra más que contribuye a considerar el siglo XIX el siglo de la lucha por la libertad, el siglo XX el de la lucha por la igualdad y el siglo XXI un siglo, al menos en sus inicios, radicalmente nihilista. 

viernes, 14 de abril de 2017

¿POR QUÉ CADA DÍA QUE PASA SOMOS MENOS LIBRES?

Fuente: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Manifestaci%C3%B3n_contra_la_Ley_Mordaza_en_Madrid_20-12-2014_-_14.jpg Data: 14/04/2017

Los dos hechos fundamentales que definen a una dictadura son, en el interior, el recorte de las libertades y, en política exterior,  la creación de enemigos que legitimen la mencionada supresión de derechos. En el caso del franquismo, el enemigo exterior se situaba en la conspiración judeo-masónica-comunista que acechaba constantemente a la dictadura. Esta llenó en repetidas ocasiones la Plaza de Oriente, para mostrar los apoyos sociales del franquismo y situar a Franco como el “faro de Occidente” que seguía guiando a nuestra nación bajo los históricos designios del nacionalcatolicismo, un modelo del que, afortunadamente, se habían apartado el resto de países europeos, no hacía décadas, sino siglos. La creación de un enemigo externo, que en el caso del franquismo pretendió legitimar la dura represión de la dictadura contra sus habitantes, se ha repetido caricaturísticamente en los últimos años, situando el tándem de Venezuela-Maduro como la alternativa a los judíos, masones y comunistas. En un estudio realizado por El Diario se concluía que, antes de las elecciones del 26 de junio, Venezuela apareció en una de cada cinco portadas de los cinco principales periódicos españoles, mientras que después de las elecciones sólo hay dos breves menciones en El Mundo  y La Razón[1]. La intención de estos medios de comunicación no por más clara ha sido menos obvia, el boicotear las posibilidades electores de Podemos, identificando a este partido y sus dirigentes con el demonizado modelo político y económico-social heredero del chavismo. Una situación que se repite en la primavera de este año, justo antes de la elección a secretario general del PSOE en mayo de 2017. Las opciones se dividen ahora entre una Susana Díaz, contraria a cualquier negociación con Podemos, y un Pedro Sánchez que quiere dar al socialismo español un giro a la izquierda y, por tanto, que este sea más favorable a unos pactos con Podemos necesarios para desbancar al gobierno del PP. De ahí que la prensa española vuelva a situar a Venezuela y Podemos en sus cabeceras, para desacreditar a este último y, de paso, también al candidato a la secretaría general del PSOE, Pedro Sánchez. De lo que también podemos estar seguros es que después de esta elección interna el interés mediático por Venezuela decaerá, lo veremos.
En resumen, la derecha mediática y política de este país, para desviar la atención sobre los problemas que tenemos y desacreditar a sus legítimos rivales ideológicos, ha creado una nueva bestia negra imaginaria a la que situar como dardo de todos sus ataques y mostrarla como la principal culpable de los males que aquejan al conjunto de la humanidad. Un pequeño país, con escasa presencia internacional, cuya economía depende de la exportación de petróleo, que en las décadas anteriores al chavismo fue un ejemplo máximo de corrupción política y desigualdad en la percepción de los ingresos. Un país, en fin, cuya capacidad de influencia es mucho más reducido de lo que nos quieren hacer ver, de un modo interesado.
Sin embargo, estos mismos medios de comunicación apenas prestan atención al rosario de casos que hacen que España resbale y caiga, día a día, por el camino de la represión de los derechos individuales de sus ciudadanos. Desde la aprobación el 26 de marzo de 2015 de la Ley Orgánica de Seguridad Ciudadana, conocida popularmente como Ley Mordaza, la letra de las canciones, el humor en las redes sociales y la libertad de expresión se han convertido en un delito en nuestro país. A esta situación de inseguridad jurídica también ha contribuido la Ley Antiterrorista, que entró en vigor el 4 de enero de 1985, y que El País de entonces calificó como un “monstruo legal” que creaba un estado de excepción encubierto[2]. Esta ley ha sido modificada posteriormente por diferentes gobiernos. Dentro de dicha ley el elemento más preocupante es la incomunicación de cinco días a la que pueden verse sometidos los presos, denunciado por el Comité de Tortura de la ONU en el año 2002, además del Comité Europeo para la Prevención de la Tortura. La respuesta del gobierno español fue la ampliación de los días de incomunicación a los que somete al preso a trece[3]
La estricta aplicación de estas dos leyes por parte de los jueces españoles están generando miedo y confusión entre la ciudadanía sobre sus derechos individuales. Así, se han llevado a cabo procesos judiciales contra Guillermo Zapata por tuits como: Han tenido que cerrar el cementerio de las niñas de Alcasser para que no vaya Irene Villa a por repuestos; de César Strawberry, líder de Def con Dos, por: Street Fighter, edición post ETA: Ortega Lara versus Eduardo Madina; o la última, de la tuitera Cassandra Vera: El fascismo sin complejos de Esperanza Aguirre me hace añorar hasta los GRAPO. En todos estos procesos las supuestas víctimas, desde Irene Villa a Lucía Carrero Blanco se han manifestado en contra de estas sentencias y a favor de la libertad de expresión, al tiempo que periódicos de prestigio internacional, como The Guardian, han mostrado su preocupación por que una persona pueda ser juzgada en España por una broma[4]. Estos ciudadanos han recibido sentencias condenatorias que van desde seis meses a un año de cárcel, además de sufrir multas o sanciones administrativas por haber ejercido su derecho a la libertad de expresión y publicar en las redes sociales frases llenas de humor negro, seguramente de mal gusto, con las que el que escribe estas líneas no se siente identificado, pero, al fin y al cabo, un conjunto de palabras que pueden ofender, por supuesto, como tantas otras a las que dedicamos menos espacio mediático. Además, estas condenas se producen en la misma sociedad que encumbra al semanario satírico de Charlie Hebdo, que sufrió un atentado terrorista islamista, por hacer lo mismo que Cassandra, Strawberry o Zapata, ironizar sobre aspectos sensibles que afectan a la identidad de millones de personas. En este caso la respuesta es que Charlie Hebdo se sitúa frente a la cerrazón del Islam, mostrando el alma liberal y crítica de Occidente y, por tanto, es animado por todos a seguir en su cruzada de humor negro a favor de la libertad de expresión contra todo tipo de religiones.
A estos pequeños episodios de “humor” hay que sumar las sentencias de la ley mordaza que alimentan el miedo social, llegándose a cuestionar nuestro derecho a la protesta colectiva. En este caso desde su entrada en vigor ha llevado a cabo un total de 40.000 sanciones, más de 6.200 por “faltas de respeto a las fuerzas de seguridad” y unas 3.700 por “desobediencia y resistencia a la autoridad”. Casi 30 personas son multadas cada día en España por presuntos insultos a las fuerzas del orden.  Las sanciones previstas por la normativa van de los 100 a los 600.000 euros, en función del tipo y la gravedad del delito[5]. Entre todos estos, destacan casos tan sangrantes como la mujer de Petrel, que fue multada con 800 euros por subir a Facebook la fotografía de un coche de la policía local aparcado en una zona reservada para discapacitados; el camionero de Málaga, que fue multado con 300 euros por llamar “colega” a un Guardia Civil; el usuario de Facebook de Santa Cruz de Tenerife, que llamó vagos a la Policía Local de Tenerife y que fue multado con 600 euros; el ciudadano de Vitoria, multado con 200 euros, por llamar “sinvergüenza” a Joaquín Maroto en una manifestación callejera y; como ejemplo final, la multa de 300 euros que sufrió la CGT de Castellón por manifestarse contra la Ley de Seguridad Ciudadana el 30 de junio de 2016 y sólo haber solicitado permiso para una concentración. Todos estos son casos ridículos, como tantos otros, que no merecerían más que, en el peor de los casos, una amonestación verbal, en ningún caso una multa administrativa[6].
En resumen, determinados medios de comunicación en un ejercicio de manipulación informativa a la altura del mismísimo Rudolph Herst, retuercen la realidad internacional para que en España no crezca una opción política legítimamente constituida, bombardeando constantemente a la población, sobre todo en época de elecciones sobre la falta de libertad en Venezuela, un país que está a miles de kilómetros de distancia del nuestro. Esto legitima un sistema político que, como hemos visto, dista mucho de ser el pretendido ejemplo de democracia liberal que nos venden. Además, estos mismos medios de comunicación no informan sobre lo que está sucediendo a la puerta de sus sedes editoriales y en las calles por las que transitan sus periodistas día a día, hechos estos que realmente sí afecta a sus lectores. La continua sanción administrativa y penal a ciudadanos que intentan ejercer su derecho a la libertad de expresión, ya sea en las redes sociales mediante el humor o por la defensa colectiva de sus derechos, no es una broma, es algo serio, que hace que cada día que pasa todos somos menos libres en este país.


miércoles, 29 de marzo de 2017

PRENSA Y PODER POLÍTICO EN ESPAÑA

Fuente: http://www.gatoflauta.com/2016/05/03/por-que-es-necesario-el-dia-de-la-libertad-de-prensa/ Data: 29/03/2017

La obra de Daniel C. Hallin y Paolo Mancini Sistemas mediáticos comparados (Barcelona: 2008), es un intento por establecer una taxonomia sobre las relaciones entre prensa y poder político. En su estudio se establecen tres espacios mediáticos para Europa:
1. El modelo anglosajón caracterizado por una prensa que surge a la par que la modernidad y la democracia y, por tanto, se imbuye fácilmente de su espíritu liberal. De ahí que los anglosajones puedan disfrutar de una prensa independiente del poder político y que respeta la opinión y pluralidad de los periodistas que trabajan en los diferentes grupos empresariales.
2. El modelo corporativo de Europa del Norte y Centro caracterizado por surgir bajo el amparo de los sindicatos y otros grupos de carácter corporativo, también se identifica por ser una prensa que respeta la independencia profesional de los periodistas que trabajan en los diferentes medios de estos países.
3. El modelo Mediterráneo o pluralista polarizado. Este modelo surgió tardíamente, el número de lectores es más reducido que en los otros modelos y, además, ha pasado de una tutela estatal en sus inicios (bajo largas dictaduras) a la más salvaje desregulación de las últimas décadas.
El interés de esta taxonomía se produce porque, como toda buena categorización, nos permite aprehender la realidad de la prensa europea en pocas líneas, aunque no deja de mostrar ciertos estereotipos propios de cualquier síntesis global que deja por el camino muchos detalles y, como dicen los ingleses, the evil is in the details.
En lo que respecta a la prensa española, me parece relevante destacar, como lo hacen los autores antes mencionados, la pluralidad de medios de los que disfrutamos (La Razón, El mundo, El País, El Español, Ok Diario, El Confidencial, Público, El Diario, El Salto..., abarcando todo el espectro ideológico), pero, al mismo tiempo, también tenemos que destacar cómo estos se encuentran estrechamente vinculados a los diferentes partidos políticos, mostrando una escasa pluralidad interna, es decir, la ausencia de voces discordantes con la línea editorial del periódico. Esta situación propicia que los partidos políticos, a través de los medios de comunicación, intenten monopolizar la agenda pública y, por tanto, sean determinantes a la hora de establecer los constantes climas de crispación que sufren nuestros conciudadanos, sobre todo cuando se acercan las elecciones o estamos en un proceso de cambio político. Así no podemos entender el ascenso del PSOE en la década de los ochenta sin el mismo ascenso en lectores y prestigio de El País, los importantes vínculos que mantuvo El Mundo de Pedro J. Ramírez con el presidente José María Aznar o la aparición de nuevos medios de comunicación bajo el padrinazgo que ejerció José Luis Rodríguez Zapatero sobre el grupo Mediapro, capitaneado por el empresario Jaume Roures. A partir de estos hechos, nos deberíamos hacer la siguiente pregunta: ¿cuál es el hilo conductor de la relación entre medios de comunicación y poder político en la actualidad?

En primer lugar tenemos una derecha mediática plural y "competente" que sostiene los gobiernos de Rajoy y el PP, apoyado por el ABC, La Razón, El Mundo, Ok Diario ... Este ejército de medios de comunicación asegura el futuro hegemónico del PP dentro de la derecha española, ya que Ciudadanos no cuenta con ningún medio de comunicación relevante, al margen del cariz "liberal" que manifiesta en sus editoriales El Confidencial. En el centro izquierda situaríamos a El País, que es la viva expresión del desdibujamiento y pérdida de identidad del socialismo español. A la errónea estrategia política de la vieja guardia de Felipe González y compañía le ha seguido la errónea estrategia mediática y empresarial de Juan Luis Cerbián; ambos mantienen su línea de encaminar a estas dos instituciones hacia el "oasis neoliberal", aunque por el camino se dejen votos y lectores a borbotones, presionados por agentes externos como la UE o los fondos de capital de riesgo. En último lugar, en la izquierda, tenemos a Unidos Podemos apoyados por Público, El Diario y El Salto, entre otros. Unos medios de comunicación que, como el partido con el que sienten cierta afinidad, son jóvenes, nuevos, controlan las nuevas tecnologías de la información, pretenden recoger el descontento generado por el binomio PSOE-El País, pero todavía no acaban de consolidarse como una nueva alternativa que sustituya por completo al anterior binomio, lo que genera cierta frustración, porque lo viejo es decadente, pero lo nuevo no acaba de brotar en todo su esplendor. ¿Cuánto tiempo tardaremos en superar este impasse? ¿Nacerá algún día algún medio de comunicación realmente plural en nuestro país, que no esté sujeto a un partido político concreto?

jueves, 23 de febrero de 2017

¿POR QUÉ HAY QUE HACER LA HUELGA DEL 9 DE MARZO?

                                     
                                    Fuente: http://www.eldiario.es/sociedad/Baleares-marea-verde-gano-batalla_0_307269634.html. Data 23/02/2017.

El 9 de marzo del año 2017 la comunidad educativa en España, de nuevo, se lanza a las calles para intentar tumbar la peor ley educativa de nuestra historia, la LOMCE. Las razones objetivas de la convocatoria son obvias, no sólo estamos ante una ley educativa antidemocrática (los consejos escolares siguen sin tener una representación efectiva de la comunidad educativa) y que resta oportunidades al alumnado que más lo necesita (los programas PMARE no son finalistas y, por tanto, el alumnado está abocado al fracaso educativo en 4º de la ESO, de ahí su desmotivación en este programa), sino que además ya ha sido retocada por el propio PP al ver las incongruencias de la nueva estructura del sistema educativo. Al respecto, podemos destacar cómo los alumnos que escogían la vía de las enseñanzas aplicadas en 4º de la ESO ahora ya están habilitados para cursar el bachillerato, no tenía sentido dejar a la mitad del alumando sin esa opción. Lo mismo sucede con los alumnos que se presentan a la selectividad que ya no tendrán que examinarse de materias de 1º de Bachillerato que, en algunos casos, no tenían relación con lo cursado en 2º. Pese a estos tímidos avances es inconcebible cómo a día de hoy los alumnos y el profesorado que preparan la EBAU (Evaluación del Bachillerato para el Acceso a la Universidad) no sepan todavía cómo va a ser esta prueba, se han perdido seis meses de docencia y tan solo quedan tres.
Las razones anteriores justifican por sí solas una huelga de estudiantes y padres de alumnos, pero ¿qué pasa con el profesorado?, éste no concurrió a las anteriores convocatorias. Podía aducir que la huelga solo se establece en contra de una ley orgánica que afecta a la estructura del sistema educativo y que, por tanto, se dejan fuera sus condiciones sociolaborales. Pero esto no es del todo cierto, esta huelga también tiene que servir para dejar de normalizar los recortes que se produjeron con la excusa de la crisis económica. Nuestra jornada laboral sigue "extraordinariamente" incrementada en dos horas y media, las ratios también, los sueldos recortados, las oposiciones congeladas, etc. El Real Decreto 14/2012, de medidas urgentes de racionalización del gasto público en el ámbito educativo, sigue vigente, como la LOMCE. La economía crece, los beneficios empresariales aumentan en dos dígitos, el empleo "precario" se recupera, pero los recortes en servicios sociales básicos y fundamentales para nuestra ciudadanía ahí siguen.
Por tanto, razones objetivas para una huelga existen. Es cierto, que también tenemos que afrontar el desánimo de las huelgas de un día, como la del 22 de mayo de 2012 contra el Real Decreto 14/2012 o la del 9 de mayo de 2013 contra la entrada en vigor de la LOMCE. Estas huelgas no consiguieron su objetivo de frenar el rodillo educativo del PP, aunque la participación hubiese sido cercana al 100% era muy difícil modificar la voluntad de recortes de la UE y otros organismos internacionales que tenían, de facto, intervenida nuestra economía a través de la mayoría absoluta de los populares. El momento es diferente, la economía no está en riesgo de ser intervenida por los organismos internacionales y el PP perdió su mayoría absoluta. Esta huelga debería ser apoyada por todas las organizaciones de izquierdas, incluso por aquellas que consideran que su única labor es llegar a un pacto educativo con otras fuerzas políticas, independientemente del resultado del mismo. A pesar de llegar con el ánimo y las fuerzas desgastados este momento es mejor que los anteriores, ahora la presión social sobre nuestro sistema de representación político, al estar este en minoría, debería de ser más efectivo.
El último punto en contra de esta huelga radicaría en el método de contestación elegido. La presión contra el sistema político desde la calle se puede hacer de múltiples formas, aunque no podemos olvidar que las manifestaciones o concentraciones hacen menos daño al poder que una huelga, que se supone es un nivel de contestación más fuerte, ¿si el poder político no se siente amenzado por una huelga, por qué lo ha de hacer ante una manifestación pacífica? Evidentemente lo que hace falta es que, hagamos lo que hagamos, esto tenga continuidad en el tiempo hasta que haya una respuesta al diálogo "real" por parte del gobierno con la comunidad educativa. Las resistencias pacíficas a lo Gandhi, las concentraciones en plazas públicas como el 15-M o las huelgas educativas como las de 1988 fueron diferentes opciones de movilización social, caracterizadas por el éxito porque fueron sostenidas en el tiempo hasta que el poder cedió a sus justas reclamaciones. Es cierto que no podemos golpear y luego retirarnos, la acción tiene que estar sujeta a algún resultado. Además de que el colectivo que la propone la sienta como suya en su mayoría. 

miércoles, 9 de noviembre de 2016

¿POR QUÉ HA GANADO TRUMP?

Fuente:https://lynboyer.net/emotional-intelligence-3/donald-trumps-emotional-intelligence.html Data: 9/11/2016

La respuesta más fácil es recurrir a los bajos instintos del wasp, es decir, el hombre blanco, anglosajón y protestante que, en las últimas décadas, ha visto perder su hegemonía económica y política, en correlación a la misma pérdida de hegemonía de Estados Unidos como única superpotencia global. Esta respuesta sería demasiado fácil y no tendría en cuenta la imparable decadencia demográfica de este grupo de población. En la actualidad el conjunto de wasp (tanto hombres como mujeres) son el 72% de la población de Estados Unidos, el 12,6% son de raza negra y un 16,4% lo compondrían los llamados hispanos, de un total de 318 millones de habitantes. Por tanto, el mensaje racista y sexista de Trump iría dirigido a un 35% de la población, ya que habría que descontar a la mujer wasp. Es cierto que el candidato republicano ha obtenido votos en otros sectores de la población, lo mismo que Hillary obtendría votos de los hombres wasp, pero sería en este sector donde el discurso racista y sexista tendría, supuestamente, unos resultados electorales mayoritarios, al menos iría dirigido a este sector de la población. En contraposición, si juntamos el porcentaje de las minorías raciales y las mujeres blancas, en teoría, Hillary tendría que  haber tenido un resultado mayoritario en el 65% del electorado. Está claro que no por dirigirte a una mayoría consigues un buen resultado electoral.
La victoria de Trump, por tanto, está en otros sitios:
En primer lugar, habría que buscarla en las regiones del Rust Belt o cinturón del óxido (Illinois, Missouri, Ohio, Pensilvanya…). Los estados que van desde los Grandes Lagos hacia la costa este son los más castigados por una globalización económica que pone en riesgo sus puestos de trabajo, a través de la deslocalización industrial sufrida por las industrias tradicionales de esta región (acerías, fábricas de automóviles, astilleros…). Es cierto que Obama creó 9,5 millones de puestos de trabajo durante su mandato y alejó el fantasma del desempleo masivo en la Gran Recesión; también lanzó llamamientos a las formas de organización clásica de los trabajadores, llegando a decir que los sindicatos son los constructores de la clase media en Estados Unidos. Pero estos llamamientos se quedaron en eso y los demócratas no han conseguido sacudir el miedo a esta clase trabajadora sobre su futuro incierto, un peligro de pérdida de puestos de trabajo en las próximas décadas que no viene a través de la inmigración, sino de la robotización de los procesos industriales, un proceso este que es difícil de comprender y para el que no es fácil establecer una solución bajo los parámetros del capitalismo neoliberal que los demócratas siguen defendiendo como modelo regulatorio básico. A esto hay que sumar que el país sigue contando con 43 millones de personas pobres y que los buenos datos de creación de empleo no se han transformado en mejores salarios. Según el economista Tyler Cowen el 60% de los empleos perdidos durante la Gran Recesión eran de clase media y el 73% de los creados ahora no superan los 13,52$ la hora, es decir, para los parámetros americanos unos empleos que empobrecen a los trabajadores. El propio Obama señaló este tropiezo del llamado “sueño americano”, diciendo Hoy es más difícil para un niño nacido aquí escalar socialmente que para un niño en la mayoría de los países ricos como Canadá, Alemania y Francia[1]. Y esto sucede, especialmente, en la región del Rust Belt, cuyos estados clave han dado la presidencia a Trump, frente a Hillary.
En segundo y último lugar, Hillary no es ni Obama, ni Sanders. Hillary no ilusiona y está rodeada de casos de corrupción tras 20 años en la élite política de Estados Unidos. No sólo es la mujer que apoyó a Bill Clinton para mentir en el famoso caso de la becaria, ni la interrogada por el FBI en el caso de los correos; también es la salpicada por su asesora Minyon Moore que en diversas campañas (2008 y 2010) llevó cabo recaudaciones ilegales de fondos; la acusada por Wikileaks de beneficiarse de parte de los 100 millones de dólares que recaudó la fundación Bill Clinton Inn. A estos escándalos hay que sumar sus actuaciones cuestionables en Siria y otras partes del mundo como Secretaria de Estado, sus mentiras de cómo aterrizó en un Sarajevo lleno de francotiradores, etc. Estas actuaciones no sólo cuestionan su reputación y honestidad, la sitúan como la candidata que mejor ejemplificaba un sistema político alejado de los ciudadanos y sin capacidad para ilusionar, perfectamente identificado con una economía globalizada de élites que deja al margen a aquellos cuyo marco de acción social sigue siendo el estado–nación y que tienen una difícil inserción en los mercados globalizados, es decir, no sólo aquellos ciudadanos de baja formación, como etiqueta la prensa, que no son flexibles para los nuevos puestos de trabajo creados en Toronto, Qatar o Shangai, sino una mayoría de población que busca trabajos con los que sobrevivir en el estado que ha nacido y que piensa que su futuro o el de sus hijos va a ser muy precario. A esta mayoría de votantes, ¿qué arma les queda para mostrar su descontento? Votar a quien nadie se lo espera, a quien mejor representa la ruptura con el sistema que los ha dejado en la cuneta, posiblemente no porque crean que con Trump les vaya mejor, sino para que el establishment les tenga en cuenta en la siguiente elección.


[1]Fuente:http://www.bbc.com/mundo/noticias/2014/08/140819_economia_datos_estados_unidos_bd. Data: 9/11/2016.

domingo, 16 de octubre de 2016

TRAICIÓN A 137 AÑOS DE SOCIALISMO

Fuente: https://www.cuartopoder.es/laespumadeldia/2016/09/19/los-barones-del-psoe-sopesan-formar-una-gestora-para-sustituir-a-sanchez/20205. Data: 16/10/2016

El PSOE, como toda institución que tenga una vida prolongada, se ha mudado de piel en diferentes ocasiones, adaptándose a las nuevas circunstancias históricas. A finales del siglo XIX era un partido minoritario de obreros de guante blanco que intentaban difundir las ideas de Marx a través de nuestra geografía. Estos tardaron 31 años hasta conseguir su primer representante parlamentario, que no era otro que su propio fundador Pablo Iglesias. Pero el cambio fundamental de este partido se produjo por el crecimiento imparable de la UGT en el primer tercio del siglo XX. Durante la II República (1931 – 1939) el sindicato socialista rebasó el millón de afiliados y su secretario general, Largo Caballero, se convirtió en el líder del socialismo en España. El PSOE se había convertido en la correa de trasmisión política del sindicato en el Parlamento, es decir, un partido que representaba los intereses de la clase obrera organizada. Esta seña de identidad se oscureció durante la dictadura de Franco, ya que el PSOE sobrevivía a duras penas en el exilio y su representación en el interior era mínima. Sin embargo, durante la Transición recuperó la posición hegemónica de la izquierda española, aunque el sentido de sus políticas fuera diferente a las de los años treinta del siglo XX. El PSOE, con Felipe González y Alfonso Guerra a la cabeza, representaba una apuesta por la modernización y el progreso en España. Esto suponía liberarse de la tutela del sindicato, reconvertir la industria del país e ingresar en la CEE. El PSOE dejó de ser un partido obrero y pasó a ser un partido progresista, era capaz de flexibilizar el mercado laboral y, al mismo tiempo, universalizar la educación y la sanidad. En resumen, un partido que creó ciertos derechos sociales a cambio de que España, a través de la CEE, se incorporase a un mercado globalizado, sin apenas protección para la mayoría de los trabajadores. Esta contradicción, sin embargo, no dejó de darle réditos electorales hasta las elecciones de 2011.
Desde entonces el PSOE pierde identidad y votos en cada nueva decisión que toma. Zapatero no supo explicar la crisis a los españoles, ni dar un salida si quiera progresista a la misma, Rubalcaba además de mantener los errores heredados representaba una clase política que había tenido éxito en el pasado, no en el presente y, por tanto, no encajaba con la nueva generación de votantes. Además en el horizonte aparecían nuevos problemas, un nuevo partido político, Podemos, que abría la expectativa a la izquierda del PSOE de un partido con opciones de gobierno, perdiendo los socialistas dicho monopolio en el imaginario colectivo de los votantes. El otro problema fue una UE que optó por políticas regresivas para salir de la crisis y que la socialdemocracia, al ser cocreadora de esta UE “austericida”, optó por defender. Esta doble tensión llegará a su “climax” en el Comité Federal del PSOE del 2 de octubre. En dicho Comité hemos visto un PSOE que, cada día que pasa, se parece más al PP, porque han ganado aquellos que temen el referéndum en Cataluña y se niegan a dialogar y reconocer una realidad diferente al centralismo español. También han ganado los que prefieren mantener el estatus quo con ciertos retoques cosméticos, es decir, mantener las políticas de la UE para salir a la crisis, lo que nos ha llevado a que ya haya en nuestro país cerca de un millón de trabajadores con un sueldo inferior a 300 euros al mes. Pero además hemos visto un PSOE controlado por el grupo PRISA y más preocupado por el crecimiento de Podemos que por llevar a cabo políticas de “progreso”. Un PSOE, al fin y al cabo, que prefiere mantener los interese de las élites económicas del país a consultar a sus militantes.

Felipe González y Susana Díaz han creado un PSOE que ya no es ni siquiera progresista, al que es muy difícil diferenciarlo del PP en su práctica diaria, del que han desdibujado por completo sus diferentes identidades, hasta el punto de que nadie es capaz de trazar un relato coherente entre este PSOE y el del pasado, incluso el más inmediato. La última semana de octubre culminará la peor de las traiciones, la que uno se hace a sí mismo, y el PSOE, por tanto, dejará de ser un partido útil para la ciudadanía porque si este es lo mismo que el PP, ¿qué necesidad tiene un ciudadano de hacer uso de su representación? En la izquierda está Podemos, en el centro Ciudadanos, en la derecha PP, por tanto, ¿dónde está el PSOE? Seguramente con quien vote en el Congreso. 

miércoles, 7 de septiembre de 2016

DEMOCRACIA Y VOLUNTAD POPULAR

Fuente: http://www.eldiario.es/norte/cantabria/primerapagina/Europa-ovejas-blancas_6_487911244.html Data: 7/9/2016

Desde que en el año 1762 Jean-Jacques Rousseau publicase su magistral El Contrato Social, hemos vinculado la democracia y el principio de la soberanía nacional como conceptos idénticos, cuando esto no es del todo cierto. La democracia es algo más que la expresión de la voluntad popular, es Rousseau, pero también Montesquieu y Voltaire, es decir, un equilibrio de poderes y un espacio de libertad y convivencia. Pese a citar a los grandes autores de la Ilustración no reivindico la democracia liberal del siglo XIX que tuvo su síntesis en la obra de Condorcet, sino que me opongo precisamente a sus bastardos contemporáneos, aquellos que engendra el neoliberalismo postmoderno de principios del siglo XXI, al desarrollar hasta el paroxismo una conciencia individual que se proyecta en el conjunto de la sociedad. Esto ha llevado a que una parte de la ciudadanía vea los referéndums como la mejor forma de representar, en democracia, a los individuos. No porque pensemos que este instrumento recoja una voluntad social a la que debamos someternos, sino porque extrapolamos nuestra conciencia a lo colectivo y creamos un superyó en el que nos sentimos representados sin intermediaros, lo cual es una experiencia psicológica liberadora. Como he subrayado al inicio de este capítulo la democracia no sólo debe recoger la aspiraciones de los individuos que forman una nación, ya que esto tiene riesgos para sus libertades fundamentales. Los ejemplos son múltiples, no sólo en la historia, sino también en la actualidad.
En la historia todos conocemos el ejemplo de la II República francesa (1848). Tras la victoria del pueblo de París en la Revolución de 1848 esta decretó el sufragio universal masculino, fijó por primera vez en la historia de Francia un límite en la jornada laboral (10 – 11 horas diarias) y estableció el derecho del trabajo para todos los ciudadanos. Es decir, llevó a cabo un avance sin precedentes, desde la Convención (1792 – 1795), de los derechos políticos y sociales en la Francia postnapoleónica. Pero un referéndum le dio el poder a Napoleón III, debido a su parentesco con Napoleón Bonaparte, del que era sobrino y su apellido, por tanto, era muy popular en la Francia rural. Napoleón consiguió 5,5 millones de votos frente Louis-Eugéne Cavaignac que sólo consiguió 1,9 millones. El resultado es que todo el programa revolucionario se vino abajo, así como las aspiraciones de aquellos que fundaron la II República, la izquierda intentó el golpe fallido de 1851 y los conservadores crearon el II Imperio, de nuevo, mediante otro referéndum que esta vez acabó con la democracia.
En la actualidad también tenemos ejemplos similares. El famoso Brexit del Reino Unidos es un ejemplo donde se ve la volubilidad de estos instrumentos políticos. Después de celebrarse el referéndum el 23 de junio de 2016, la sorpresa del país fue mayúscula, incluso para aquellos que proponían la salida, la opción que finalmente se alzó con la victoria. ¿Cómo es posible que importantes miembros del partido conservador como Boris Johnson no tengan un plan para el Reino Unido después del Brexit? ¿Acaso son los referéndums una plataforma de políticos populistas que se amparan en informaciones falsas para excitar a un electorado hostil ante la realidad que vive? ¿Cómo es posible que Nigel Farage dijese que había mentido cuando dijo a los ingleses que éstos se iban a ahorrar 350 millones de libras semanales con la salida de la UE y que el dinero iría destinado a educación y sanidad?[1] Ahora son los ingleses los que quieren retrasar lo máximo posible la salida de la UE y, lo más triste, contra lo que votaron la mayoría de los ingleses, una UE símbolo de la globalización financiera que deja en la cuneta a las clases bajas y medias de la Inglaterra que no se ve beneficiada por la City, seguro que se salva a través de acuerdos bilaterales en una trastienda que está muy alejada del debate político. Así que el referéndum vuelve a tener un efecto contrario al deseado, un libre mercado con un control político todavía más débil.
Pero el ejemplo que me parece más devastador no es aquel que nos habla de una herramienta política voluble y coyuntural, sino aquel que puede recortar derechos y libertades. Esto es lo que está proponiendo el partido de extrema derecha Partido Popular de Suiza (SVP). Este en la actualidad se encuentra desarrollando la campaña “Ley Suiza, no jueces extranjeros”, ya que muchas leyes racistas que se aprobaron por referéndum no se han llegado a aprobar por la intervención del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, pero ahora la extrema derecha suiza quiere que la legislación nacional esté por encima de la justicia internacional. ¿Cuál es su legitimidad? El voto popular.
La democracia es un proceso complejo, una lucha de equilibrios y poderes que no dejan de ser también un instrumento para mejorar la convivencia de una comunidad de seres humanos que deciden transformarse en entidad política. Además, esta no deja de ser una categoría histórica que dentro de unos siglos veremos superada por otro instrumento que mejore nuestra convivencia. Por todas estas razones no podemos confiar en que la mejora de nuestra sociedad se produzca por una proyección de nuestra razón hacia el resto de la comunidad política a la que pertenecemos sólo a través de los referéndums. Quizá por esta razón nuestros sistemas políticos no acaban de salir del diván de Freud.




[1]¡http://www.eldiario.es/theguardian/final-Brexit-permanecer-Union-Europea_13_529627033_6802.html Data: 6/9/2016