viernes, 8 de abril de 2011

LAS REDES SOCIALES Y LA EDUCACIÓN


Decía el escritor americano Alvin Toffler en su obra Las guerras del futuro (Plaza & Janes: 1994) que la crueldad de éstas aumentaba progresivamente según avanzaba una tecnología que despersonalizaba el hecho de matar. Esto me ha llevado a reflexionar, junto con compañeros de trabajo, de las consecuencias negativas de unas redes sociales que han “globalizado” las amistades y las relaciones sociales, con el riesgo de despersonalizar y banalizar un hecho tan importante como la amistad y, tal vez, volvernos un poco más adolescentes al sentirnos, de nuevo, inseguros ante la necesidad de construir una imagen para los demás, cuya escasa privacidad, nos hace más vulnerables.

Como ilustración de estas ideas y de un posible debate presento en mi blog un extraordinario relato literario construido por el profesor de Geografía e Historia Gonzalo Delgado Ortiz. Espero que, como a mí, les guste y les haga pensar.

Hacía ya un buen rato que había olvidado el propósito con el que encendí el ordenador. Mis buenos deseos de utilizar la red para consultar efemérides históricas o la búsqueda de pensamientos irreverentes en páginas antisistema con las que ayudarme a dar forma a mi negativa concepción del mundo habían sucumbido definitívamente ante un deambular inútil entre contenidos de baja exigencia intelectual. Reivindico mi derecho a la pereza, y pierdo toda esperanza de que el ordenador me de claves para redimir el mundo. Decido introducirme en una conocida red social a ver si tengo algún mensaje que ilumine mi mañana o ¿es ya por la tarde?

La página de inicio es un caleidoscopio de la mediocridad: frases insulsas de amigos que buscan aliviar su soledad, exhibicionismo digitalizado en JPG, enlaces que buscan el chiste fácil... Contenidos que agijonean mi conciencia mostrándome hasta que punto estoy derrochando este bien escaso que es el tiempo.

“Tiene una solicitud de amistad”, leo en una esquina de la pantalla y me interrogo sin demasiado entusiasmo por quién querrá hacerme testigo de sus fotos de familia, de sus ocurrencias y de sus insulsos días de pesca. Leo: “ agrégame, ‘Rebollo’”. Casi he perdido la cuenta del tiempo pasado desde que alguien me llamaba así. Leo el nombre de mi ‘amigo’ el gilipollas del ‘rata’, alguien a quien no soportaba durante mis años en el instituto, los años en que el ‘rata’ y sus acólitos me dedicaban ese nombre de dudoso origen para indicarme el lugar que me correspondía por haberme incorporado más tarde que los demás. La sola mención de ese nombre me saca de mi tranquilidad, me asaltan recuerdos de situaciones a las que durante años no había dedicado ni un solo pensamiento. Me recuerdo rojo delante de Don Benito para no delatar la gamberrada de mis compañeros. Me recuerdo sumergiéndome en la mediocridad para no despertar los instintos homogeneizadores del ‘rata’ y los suyos en forma de colleja. Me recuerdo superando los clásicos rituales iniciáticos a la masculineidad para sentirme parte de esa comunidad de mastuerzos que formábamos. Me acuerdo incluso de aceptar ese mote hiriente que nunca supe porque me cayó encima como nombre de guerra.

Hacía mucho, mucho tiempo, que nadie me llamaba así. El tiempo y el desarrollo de la personalidad me habían hecho alejarme de aquellos que buscaban encorsetar los comportamientos de los demás en normas que no dejaran entre ver su escasa capacidad. Hacía tiempo que no sentía esa antígua ansiedad.

Decido abrir su muro, ahí está, con sus mismos ojos de bobo, con dos hijos a su lado que repiten su mirada bovina. Se le ve feliz al menda, atiborrándose de cerveza en la playa, en las chuletadas familiares acompañado de la cabeza teñida de rubio de bote de mujer. Ninguna de sus 867 fotos agrupadas en 23 álbumes me despierta el mas mínimo interés.

Poco a poco me voy recuperando del susto y dejo de ser el adolescente desvalido en el que me ha convertido la mención de aquel antiguo apodo. Supero definitívamente ( por ahora) el miedo a las collejas y la necesidad de aceptación, y conjeturo sobre el ‘rata’; seguro que su vida es una mierda, seguro que su mujer no le aguanta, seguro que tiene poco sexo. Me lo imagino viendo al Madrid como la única diversión de los domingos. Me lo imagino diciendo que todas las tías son iguales, me lo imagino votante de derechas.

No me lo pienso y decido aceptar su solicitud de amistad. ¡Qué se joda!

2 comentarios:

  1. Ya echaba yo de menos "Histoclio"!
    Interesante punto a discutir. Como ocurre con toda tecnología desde que nace la primera chopping tool, el uso que le demos hará esa tecnología útil o estúpida, humanizará o alienará al hombre que la lleve.

    Por otro lado, me siento un adicto al blog propio y a los ajenos. ¿Combatir la soledad? No creo. ¿Buscar una comunidad de lectores que nos niega el papel impreso? Tal vez...
    Besotes..

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  2. pienso como angelillo en que cada uno hará un uso alienante o no de las redes sociales, pero esta claro que la distancia y el no verse las caras hace que valoremos las cosas de manera diferente porque no se involucran tantas emociones ni sensaciones.

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