Ellas siempre votan
En estas elecciones se ha demostrado que la izquierda, últimamente,
siempre tiene las de perder. En primer lugar porque entre la ciudadanía pesa
más el voto identitario que el social. No importa que una mayoría de la
población sufra por los recortes, que una de cada cuatro personas esté en el
paro o que más de un millón de familias tengan que acudir al servicio de
emergencia de la Cruz Roja o Cáritas. Para el elector es más importante que
agiten una bandera, algo que fácilmente hacen aquellos para quien ésta no
representa nada y, por lo tanto, puedan manipular a sus seguidores hacia sus
oscuras intenciones. ¿Es que alguien piensa que el PNV o CIU son diferentes al
PP? ¿Acaso cuando gobiernan en minoría no buscan sus apoyos para recortar en derechos
sociales? Pero que fácil es creer que las circunstancias de una economía
globalizada y de un neoliberalismo que siguen con fervor todas las élites
económicas y empresariales del mundo van a modificarse con un estado propio.
¿Por qué vemos necesaria la creación de nuevos estados–nación cuando fallan los
viejos, si es el concepto decimonónico de nación el que es incapaz de
enfrentarse a la globalización económica? No nos engañemos, Islandia no está
creciendo porque sea un estado pequeño de cerca de 200.000 habitantes, ni
porque se haya convertido en un paraíso fiscal (que no lo es), único modelo
económico por el que sobreviven los microestados a costa del resto de la
población mundial. Islandia ha crecido porque ha dicho que no va a pagar una
deuda que han creado sus bancos privados, es decir, no va a hacer públicas las
pérdidas y a privatizar los beneficios. Y este “no” de la ciudadanía, llevando
al poder a un partido de izquierdas, es lo que le lleva a ser el país de Europa
que mejor ha salido de la crisis económica.
Lo anterior es un análisis válido para el País Vasco, pero en Galicia ha sido peor. Hemos
vivido la derrota de la identidad de la izquierda. Esa izquierda posibilista
que ha sido la más castigada por la crisis económica, porque ha sido incapaz de
articular una alternativa creíble a la crisis económica, porque ella estaba en
el poder cuando precarizó el empleo de la juventud, cuando irrumpió la quimera
del mileurismo en nuestras vidas, cuando encontrar un trabajo fijo se convirtió
en un desideratum para los jóvenes. El PSOE no deja de ser visto por éstos como
el que colaboró en el recorte de los derechos sociales que él mismo había
construido para nuestro país. El PSOE tiene que reconstruir esta imagen y no
esperar a que el Gobierno le caiga como fruta madura del árbol, esperando a que
el desgaste del PP haga su camino hacia el Gobierno. Este partido tiene que
regenerarse por completo, soltar lastres con su pasado inmediato y ofrecer
nuevas caras a un electorado hastiado de que la política en España suene como
el bolero de Ravel, siempre la misma música. Pero la izquierda antisistema
también ha salido derrotada en estas elecciones, porque después de ellas, en
Galicia, sólo habrá una dirección política, la del “recorte”. Es decir, un 47%
de participación electoral o menos, si se diera el caso, no va a hacer que el
Gobierno que surja con una mayoría parlamentaria deje de implementar su
política, una política neoliberal, que redistribuya los ingresos de los
gallegos hacia las rentas más altas y el resto se quede en la miseria y sin
unos servicios públicos que les asistan. Porque esta ha sido la gran victoria
del neoliberalismo, hacernos pensar que nuestro voto no vale nada, entonces
sólo valdrá su dinero, porque, además, a ellos el idealismo, la ética, el
prestigio, etc. no les importa nada. Sólo les importan unos hechos que
beneficien sus, ya de por si, abultadas cuentas corrientes, con la fuerza
incontestada de la mayoría absoluta. Y cuando por la mañana los gallegos se
levanten a protestar y manifestarse, desde el Palacio de Rajoy (irónico nombre
para la sede de la Presidencia de la Junta de Galicia) se tendrá la legitimidad
suficiente para seguir concertando servicios públicos que aumenten la deuda
pública y recorten los derechos de los ciudadanos. Para que los ciudadanos
conscientes sigan en la calle defendiendo los derechos de la mayoría y una
mayoría parlamentaria, gestionada con el voto inconsciente de la abstención,
siga manejando los hilos del poder en su beneficio.
La izquierda del siglo XX tuvo algunas victorias
significativas, como el Estado del Bienestar, cuando se dio cuenta de que junto
a la presión social (algo imprescindible para el crecimiento de nuestras
sociedades), tiene que existir una acción de gobierno que transforme sus
aspiraciones en ley, para que las reivindicaciones del movimiento social se
conviertan en un derecho. No perdamos estas prácticas tan valiosas: ni nos
desmovilicemos, ni dejemos de votar.