lunes, 22 de agosto de 2016

LA HISTORIA DEL BIKINI Y DEL BURKINI

Fuente: https://elventano.es/2016/08/bikini-burkini-y-teta-de-facebook.html Data: 22/08/2016

Pedro Zaragoza Orts, alcalde de Benidorm, se hizo famoso en España porque a principios de 1950 viajó en vespa, durante ocho horas, hasta el El Pardo, para que Franco permitiese bañarse en bikini a las extranjeras en las playas donde ejercía como regidor. Este aventurero alcalde falangista situó su ideología y la del régimen por debajo de la entrada de divisas que, gracias a la futura llegada de turistas y a su novedoso plan urbanístico de 1951, se antojaba masiva. También se enfrentó a la excomunión del arzobispo de Valencia, Marcelino Olaechea, y apostó por no volver a vivir situaciones como la multa de 40.000 pesetas que una extranjera había recibido en España por parte de la Guardia Civil. Este cambiaría la imagen de las playas del Mediterráneo que, desde entonces, acogerían el turismo chárter llegado del norte de Europa en busca del famoso sol y playa. Esta anécdota puso de manifiesto que frente a la propaganda oficial de Spain is different, el país se tuvo que ir acomodando a los usos y costumbres del entorno europeo. Aunque este cambio se realizaría, no podía ser de otro modo bajo una dictadura, mediante un proceso “controlado”, en una España que se encontraba cerrada a cal y canto por el nacionalcatolicismo triunfante que había salido de la Guerra Civil (1936 – 1939) y que había encerrado a las mujeres españolas en la jaula mental y cultural de la Castilla de Isabel la Católica.
Una situación similar viven las mujeres del mundo islámico que viven en Occidente en la actualidad, encerradas en los preceptos de una religión para la que la condición femenina está martirizada por considerarse como algo pecaminoso, al tiempo que se encuentran rodeadas por los espacios de libertad que las mujeres occidentales han conquistado desde la Posguerra y donde la exhibición del cuerpo femenino ha dejado de tener, afortunadamente, connotaciones negativas.
La situación anterior ha derivado en un polémico conflicto en las playas francesas, donde algunos ayuntamientos, como los de Cannes y Villeneuve-Loubet, han optado por prohibir el burkini; más recientemente el ayuntamiento corso de Sisco ha seguido el mismo camino, tras altercados entre la comunidad musulmana y nacionalista que se han saldado con cinco heridos. En Bélgica el estado está considerando la prohibición en todo el país e, incluso en España, en tres parques acuáticos de Girona se ha prohibido por “motivos de seguridad”.
Personalmente no me gustaría que ninguna mujer, por motivos religiosos o de otra índole, se viera obligada a llevar puesta esta prenda. Pero también estoy de acuerdo con el grupo Red Musulmanas, un colectivo de mujeres que trabajan por la difusión del feminismo islámico, que denuncia lo tendencioso del término “burkini”, que nos lleva a una rápida correlación mental entre un bañador, un burka y los talibanes.
La diferencia con el pasado, con el proceso de liberalización en las costumbres que vivimos en España en el tardofranquismo y que legitimó el bikini como un espacio de libertad para la mujer, es que se partía de la prohibición del Estado franquista y las instituciones religiosas a otro donde la mujer, el individuo, en resumen, es el que tiene que elegir entre ponerse un bañador de dos piezas u otro de una pieza, que cubre más la piel de la mujer, sin prohibir con la democracia el segundo. Si queremos convencer a la comunidad islámica de que la mujer tiene todo el derecho del mundo a bañarse libremente, con las prendas que considere, no podemos nosotros prohibirle el uso de una forma determinada de baño que, al fin y al cabo, a nosotros ¿a qué nos obliga?

El espacio público debe ser un espacio compartido de usos y costumbres libremente elegido por los miembros que participan de este, sin ningún tipo de coacción ni coerción, siempre y cuando su uso no implique a terceras personas. 

jueves, 18 de agosto de 2016

¿HACIA UNAS TERCERAS ELECCIONES?

Fuente: SCY – pixabay, Creative Commons.

Está claro que, una vez que se inicia una legislatura parlamentaria se abre el camino hacia unas nuevas elecciones. El nuevo ciclo parlamentario por muy extendido que sea este tendrá una duración máxima de cuatro años; aunque, desde las elecciones del 20 de diciembre de 2015, el temor de la ciudadanía a que no se forme gobierno y vuelva a ser llamada a repetir el ritual del voto dominguero es un temor nada desdeñable que nos sitúa, de nuevo, ante las urnas en Navidades.
De todas formas, aunque el PP consiga, como parece, una coalición estable con Ciudadanos y la abstención del PSOE, esto le daría una minoría parlamentaria de 169 diputados, cuando la mayoría absoluta se sitúa en 176. Esta realidad matemática hace improbable que dicho gobierno aguante un proceso de ralentización, más o menos suave, del crecimiento económico y otra ronda de recortes de 20.000 millones de euros que nos imponga Bruselas  a cambio de no pagar la multa por el exceso de déficit y prorrogar otros dos años su cumplimiento.
El panorama anterior, la posibilidad inminente de un nuevo combate electoral, debería  resituar a la izquierda española en una coyuntura electoralista, ya que si no tenemos elecciones en Navidades, las tendremos, como mucho, a lo largo de 2017 o 2018. Es decir, que nos tenemos que preparar para una legislatura corta.
La estrategia del PP ya la conocemos: la resistencia y el miedo, situarse como el faro de la derecha mundial y mostrarse como la única alternativa frente a la marea podemita inspirada en la Venezuela de Chaves. La de Cs también: una minoría necesaria, sea cual sea la opción mayoritaria de los españoles, ésta necesitará de sus diputados para alcanzar el gobierno y, por tanto, siempre serán unos socios fiables gane quien gane o, como diría Groucho Marx, estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros.
El problema, por tanto, lo tenemos en la izquierda, donde el PSOE tendrá que definirse alguna vez, hacia la derecha o hacia la izquierda. En ambos casos perderá votos, esperemos que con su decisión no pierda también su identidad histórica. Es imposible mantener una situación de indefinición ideológica por un período de tiempo más largo porque, entonces, correrá también el riesgo de convertirse en un partido irrelevante de la política española, al ser este incapaz de tomar decisiones. El asentamiento de una nueva clase dirigente que acabe con las deudas del pasado, y con ello no me refiero a Pedro Sánchez, se antoja fundamental en dicho proceso. Por último UP cuya estrategia electoralista llegó a su máximo paroxismo en las elecciones del 26 de junio de 2016 en la alianza electoral Izquierda Unida y Podemos, única novedad en las elecciones de junio y, por tanto, la que más expectativas de crecimiento electoral generaba, aunque esta como en la fábula de Esopo se convirtió en el parto de los montes y, por tanto, en la primera decepción electoral del partido morado. No sólo supuso una decepción sino que parece haberlo situado en la desorientación, ya que todos sus militantes se preguntan si ahora es posible asentar dicho proyecto político sin la necesidad de las artes de prestidigitador de Pablo Iglesias.

Esperemos que lo anterior se solucione, si no volveremos a sorprendernos con un crecimiento no merecido del PP y este acercará ya a la derecha a la mayoría absoluta.