domingo, 7 de septiembre de 2014

LA NECESIDAD DE UN NUEVO DEBATE PÚBLICO


Uno de los aspectos más preocupantes de nuestra realidad política y ciudadana y que, además, parece que empeora año tras año es la ausencia de un espacio público abierto a la crítica y al debate constructivo. Esto se ha evidenciado, sobre todo, tras la irrupción electoral de Podemos en las elecciones europeas de mayo de 2014, donde dicha formación política irrumpió con fuerza obteniendo 5 eurodiputados. Este acontecimiento hizo saltar las alarmas del bipartidismo, hecho éste que se ha reforzado en las últimas encuestas electorales que le sitúan en torno al 20% del voto y a escasos puntos del PSOE.
Me parece normal que ante esta situación, aquellos que sienten amenazada su hegemonía política contraataquen al proyecto político de Podemos. Pero este ataque se debería centrar en mostrar que ellos representan una alternativa ciudadana mejor; como esto no parece posible inician una lluvia torrencial de descalificación que, en realidad, no significa nada. Así, el PP y, con menor intensidad el PSOE, empiezan a vincular sutilmente a los líderes de Podemos con el terrorismo de ETA, internacionalmente con el chavismo y en política interior con la demagogia y el populismo, pero ninguno de ellos se atreve a confrontar públicamente sus programas electorales con el de Podemos.
Si esta táctica es algo que una ciudadanía crítica y responsable debería castigar en las urnas, no menos preocupante es la actitud de los medios de comunicación. Éstos deberían generar un debate sereno e imparcial en torno a lo que la nueva formación política ofrece a la sociedad, sin embargo sólo se hacen eco de la cacofonía del bipartidismo. Por ejemplo, ¿por qué se acusa de populista la propuesta de renta básica ciudadana cuando ésta está presente en prácticamente el conjunto de países de Occidente y también se han desarrollado planes similares en nuestras comunidades autónomas (aunque ésta es de muy baja cuantía y no cubre al conjunto de la población)?. Lo mismo podríamos decir de la medida experimental llevada a cabo en un ayuntamiento de Suecia de reducir a 6 horas diarias la jornada laboral, ¿son también los dirigentes de la socialdemocracia sueca que han gobernado dicho país durante ochenta años unos populistas? ¿Están llevando a este país a un desastre que veremos llegar dentro de quizá unos siglos? Sin embargo nadie cuestiona unas políticas económicas, las implementadas por Merkel, Bruselas y el FMI, que hunden trimestre a trimestre en la recesión a los países que se les aplica, ¿por qué aquí es razonable no tener en cuenta la evidencia empírica y seguimos defiendo algo que no funciona?
Este deterioro del debate público que vivimos en España puede tener consecuencias trágicas, como el desaforamiento de fiscales y jueces que ha propuesto el ministro Gallardón y que también es responsabilidad de unos medios de comunicación que han abandonado la tradicional pedagogía y educación política de la ciudadanía que antes se les presuponía. La gente en la calle se congratula de la reducción de aforamientos, porque entiende que esto está relacionado con la impunidad de la clase política. Personalmente creo que esto será todo lo contrario. El aforamiento de jueces y fiscales supone que éstos sólo pueden ser juzgados por el tribunal supremo, para evitar denuncias y procesos largos y perjudiciales para la justicia de aquellos que pretenden poner trabas en el curso de un juicio. Por tanto, el próximo Fabra, al eliminar el aforamiento, tendrá más tiempo para delinquir mientras está siendo juzgado. El Tribunal Supremo de Valencia tardó años en decidir su causa y, mientras tanto, seguía en su cargo en la Diputación de Castellón. Cuando éste deje de estar aforado serán décadas lo que tardemos en resolver su juicio, primero tendrá que resolver el juzgado en primera instancia y luego el Supremo de Valencia, mientras tanto podrá acusar a aquellos que lo encausan y enredarles en otro proceso judicial para que éste siga cometiendo sus fechorías al frente de un cargo público.

En resumen, no podemos seguir teniendo un debate público sometido al titular que remueve nuestra vísceras, similar al que realizamos en la cafetería con los compañeros de trabajo en un tono distendido y poco reflexivo. Necesitamos un debate sereno, razonado, calmado y consecuente para poder ejercitar la ciudadanía de modo que tomemos las mejores decisiones posibles, sólo de este modo saldremos de una crisis que también es nuestra responsabilidad, señalando, en la medida de nuestras posibilidades, el camino futuro que debamos tomar. 

miércoles, 27 de agosto de 2014

NO ES ECONOMÍA, ES FANATISMO



En Europa nos encaminamos hacia una tercera caída generalizada de la economía, dentro de lo que se ha venido a denominar la Gran Recesión. Éste sería su séptimo año y, para muchos países de Europa, como España, esta es la época de su historia donde durante más tiempo se ha convivido con tasas negativas de crecimiento. Una recesión o crisis económica es la constatación empírica de que no se están asignando de una manera adecuada los recursos económicos, tanto públicos como privados. En una economía desarrollada los primeros suelen suponer más de un tercio y los segundos menos de dos tercios. Por tanto, lo primero que tendríamos que hacer es modificar la asignación de recursos que nos ha llevado a esta situación, es decir, cambiar las políticas económicas impuestas desde el Banco Central Europeo, tanto públicas como privadas. Como Shakespeare hubiera dicho hoy, algo podrido huele en Berlín, pero lo peor es que sigue oliendo y nada hace pensar que dejará de hacerlo en un futuro próximo.
Las políticas económicas que se han aplicado en el mundo desde la última recesión, el crack del petróleo de 1973, han sido las neoliberales, reforzadas por el hundimiento de la alternativa soviética en 1991. Como dijera Fukuyama en su ensayo El fin de la historia, sólo existe el camino de la democracia liberal y la economía de mercado para las sociedades del siglo XXI. El problema es que este camino se muestra, cada año, más angosto y sombrío para una mayoría de la población, en Europa y en el resto del mundo. Pero si sabemos, si constatamos estadísticamente todos los trimestres, que estas políticas son un error, entonces, ¿por qué seguimos aplicándolas?, ¿por qué seguimos errando año tras año…? Unas políticas que, además, pese a su fracaso empírico, ganan más y más gobiernos; el último el de Hollande, que precisamente se alzó con el poder con un discurso contrario a las mismas, e iba a ser la “última esperanza socialdemócrata” que derrotase a Merkel. Sin embargo, su combate contra el neoliberalismo no ha durado ni un asalto.

Siguiendo con el relato principal, ¿por qué se mantiene en la agenda política la implementación de unas políticas económicas que están destinadas al fracaso, que pueden incluso destruir el sistema político que las ampara? La respuesta es que éstas tienen mayor fuerza que la realidad, la de la religión. Las élites económicas y políticas de Europa, sobre todo en el norte, llevan durante siglos, desde el XVI, conviviendo con una práctica moral que vincula gracia divina y beneficio económico, que considera la ganancia comercial como un presente de Dios. Una moral económica que es optimista para los que triunfan y despiadada para los que fracasan, que es indiferente a las estadísticas y resultados empíricos, porque sus agentes políticos y económicos están llevando a cabo un plan divino, donde el objetivo de las políticas de austeridad es castigar a una clase trabajadora cuya falta moral (escasa competitividad) es causante de la actual crisis económica y sólo una mejora de las exportaciones (gracia divina) será capaz de restaurar nuestras economías, de ahí que el país con más exportaciones del Mundo (Alemania) sea el representante en la tierra de las políticas económicas divinas. En palabras de Bill Clinton: no es economía estúpidos, es fanatismo

domingo, 22 de junio de 2014

¿QUÉ LEGITIMIDAD TIENE FELIPE VI COMO REY DE ESPAÑA?

La escasa legitimidad de Felipe VI se debe a que, como pasó con su padre, éste se muestra heredero de un régimen decrépito que está siendo superado por los acontecimientos de la calle. La sociedad que surge de la crisis de 2007 es una sociedad más pobre y desigual que la que se vivió en los años anteriores y ha hecho culpable, por igual, a aquellos partidos políticos que vienen construyendo el modelo económico y social desde la Transición, una historia de éxito que ha sido quebrada y nadie acierta a reconstruir.
En los Seis libros de la República  (1576) Bodín justificaba la monarquía al ser los reyes los lugartenientes de Dios en la tierra. En un mundo, la Edad Moderna, donde el pensamiento religioso todavía dominaba el discurso intelectual de la época, la monarquía encontraba su espacio teórico. También lo encontraba en el sentido práctico, las monarquías eran fuente de centralidad y desarrollo del estado moderno, frente a los poderes medievales intermedios (nobleza e Iglesia) que fracturaban la soberanía de los estados. Pero la Edad Moderna, un período de transición entre esos poderes universales del medievo (Iglesia y el Imperio) y la afirmación de los Estados a través de las monarquías absolutas, también justificó este modelo político desde el punto de vista de la razón. Thomas Hobbes en el Leviatán (1651) justifica la monarquía absoluta como la mejor forma de gobierno porque el “hombre es lobo para el hombre”, es decir, porque si no existe una autoridad incontestada la sociedad deviene en guerras y conflictos sociales. Hobbes era hijo de una Europa arrasada por las guerras de religión, en la propia Inglaterra los súbditos anglicanos se habían levantado contra el autoritarismo católico de Jacobo I y habían acabado con su cabeza.
La obra de Bodín, Hobbes, las guerras de religión, la necesidad de contener a los poderes intermedios medievales, etc. crearon un contexto histórico donde la monarquía era la forma de gobierno incontestado en toda Europa, excepto en Suiza. Es de este contexto de donde viene la legitimidad de gobierno de la casa de Borbón en España, ganada a través de la la Guerra de Sucesión (1704 – 1713), pero nadie que legitime a Felipe VI puede buscar en estos principios el porqué de su coronación como Jefe del Estado en España. Entonces la pregunta sería, ¿qué legitimidad tiene? Su padre Juan Carlos I heredó la jefatura del Estado de Franco que en 1969 modificó la Ley de Sucesión de la Jefatura del Estado (1947) para declararlo heredero a su muerte. Es decir, la monarquía en España se empezó a construir sobre la legitimidad que había construido la dictadura de Franco a partir de su victoria en la Guerra Civil. Ésta, en la Transición, y con el acuerdo de la mayoría de partidos políticos que participaron en el proceso, se intentó revestir del oropel de la democracia. Su jefatura del Estado se incluyó en la Constitución de 1978 y ésta fue aprobada en referéndum por el 58,97% del censo electoral y el 87,78% de los votantes. Es decir, Juan Carlos I había ganado un hueco en nuestra Constitución y su papel en el 23 de febrero de 1981 hizo que se ganara a la opinión pública.

Pero tal vez deberíamos preguntarnos como Cadalso en sus Cartas Marruecas (1789) que nobleza hereditaria es la vanidad que yo fundo en que, ochocientos años antes de mi nacimiento, muriese otro que se llamó como yo, y fue hombre de provecho, aunque yo sea inútil para todo. Si acordamos que Felipe VI no puede legitimarse en la guerra que ganó Felipe de Anjou a principios del siglo XVIII, tampoco debería fundarse en lo que hizo su padre y en el proceso de Transición. Dicho proceso es lo que están utilizando aquellos partidos encumbrados hace cuatro décadas y que no quieren perder sus parcelas de poder. ¿Hasta cuándo llega la legitimidad de la Transición? Una generación, dos, tres o, como ya dijera Cadalso, ochocientos años. Pero, volvamos a los clásicos, al Contrato Social (1762) de Rousseau donde nos dice: toda ley que el pueblo no ratifica, es nula y no es ley. No se puede ser un demócrata a medias o confiar en la soberanía nacional sólo cuando nos interesa, porque ésta hasta el momento es la única legitimidad que funda nuestras democracias y Estados y Felipe VI reinará, pero no convencerá.