Uno de los aspectos más preocupantes de nuestra realidad política y ciudadana y que, además, parece que empeora año tras año es la ausencia de un espacio público abierto a la crítica y al debate constructivo. Esto se ha evidenciado, sobre todo, tras la irrupción electoral de Podemos en las elecciones europeas de mayo de 2014, donde dicha formación política irrumpió con fuerza obteniendo 5 eurodiputados. Este acontecimiento hizo saltar las alarmas del bipartidismo, hecho éste que se ha reforzado en las últimas encuestas electorales que le sitúan en torno al 20% del voto y a escasos puntos del PSOE.
Me parece normal que ante esta situación, aquellos que
sienten amenazada su hegemonía política contraataquen al proyecto político de Podemos.
Pero este ataque se debería centrar en mostrar que ellos representan una
alternativa ciudadana mejor; como esto no parece posible inician una lluvia
torrencial de descalificación que, en realidad, no significa nada. Así, el PP
y, con menor intensidad el PSOE, empiezan a vincular sutilmente a los líderes
de Podemos con el terrorismo de ETA, internacionalmente con el chavismo y en
política interior con la demagogia y el populismo, pero ninguno de ellos se
atreve a confrontar públicamente sus programas electorales con el de Podemos.
Si esta táctica es algo que una ciudadanía crítica y
responsable debería castigar en las urnas, no menos preocupante es la actitud
de los medios de comunicación. Éstos deberían generar un debate sereno e
imparcial en torno a lo que la nueva formación política ofrece a la sociedad,
sin embargo sólo se hacen eco de la cacofonía del bipartidismo. Por ejemplo, ¿por
qué se acusa de populista la propuesta de renta básica ciudadana cuando ésta
está presente en prácticamente el conjunto de países de Occidente y también se
han desarrollado planes similares en nuestras comunidades autónomas (aunque
ésta es de muy baja cuantía y no cubre al conjunto de la población)?. Lo mismo
podríamos decir de la medida experimental llevada a cabo en un ayuntamiento de
Suecia de reducir a 6 horas diarias la jornada laboral, ¿son también los
dirigentes de la socialdemocracia sueca que han gobernado dicho país durante
ochenta años unos populistas? ¿Están llevando a este país a un desastre que
veremos llegar dentro de quizá unos siglos? Sin embargo nadie cuestiona unas
políticas económicas, las implementadas por Merkel, Bruselas y el FMI, que
hunden trimestre a trimestre en la recesión a los países que se les aplica,
¿por qué aquí es razonable no tener en cuenta la evidencia empírica y seguimos
defiendo algo que no funciona?
Este deterioro del debate público que vivimos en España
puede tener consecuencias trágicas, como el desaforamiento de fiscales y jueces
que ha propuesto el ministro Gallardón y que también es responsabilidad de unos
medios de comunicación que han abandonado la tradicional pedagogía y educación
política de la ciudadanía que antes se les presuponía. La gente en la calle se
congratula de la reducción de aforamientos, porque entiende que esto está relacionado
con la impunidad de la clase política. Personalmente creo que esto será todo lo
contrario. El aforamiento de jueces y fiscales supone que éstos sólo pueden ser
juzgados por el tribunal supremo, para evitar denuncias y procesos largos y
perjudiciales para la justicia de aquellos que pretenden poner trabas en el
curso de un juicio. Por tanto, el próximo Fabra, al eliminar el aforamiento,
tendrá más tiempo para delinquir mientras está siendo juzgado. El Tribunal
Supremo de Valencia tardó años en decidir su causa y, mientras tanto, seguía en
su cargo en la Diputación de Castellón. Cuando éste deje de estar aforado serán
décadas lo que tardemos en resolver su juicio, primero tendrá que resolver el
juzgado en primera instancia y luego el Supremo de Valencia, mientras tanto
podrá acusar a aquellos que lo encausan y enredarles en otro proceso judicial
para que éste siga cometiendo sus fechorías al frente de un cargo público.
En resumen, no podemos seguir teniendo un debate público
sometido al titular que remueve nuestra vísceras, similar al que realizamos en
la cafetería con los compañeros de trabajo en un tono distendido y poco
reflexivo. Necesitamos un debate sereno, razonado, calmado y consecuente para
poder ejercitar la ciudadanía de modo que tomemos las mejores decisiones
posibles, sólo de este modo saldremos de una crisis que también es nuestra
responsabilidad, señalando, en la medida de nuestras posibilidades, el camino
futuro que debamos tomar.