Tras la Revolución Gloriosa de 1689 en Inglaterra se
estableció la Monarquía Parlamentaria, es decir, el Rey quedaba limitado en su
poder absoluto y tendría que gobernar con el Parlamento. Éste se dividió en dos
cámaras, la Cámara Alta donde estaba representada la nobleza y las altas
jerarquías del clero anglicano y la Cámara Baja expresión de la soberanía
nacional. Pero para que esta soberanía representase los intereses de los
propietarios se estableció el sufragio censitario. El utilitarismo y el
liberalismo salieron en defensa de este modelo político que establecía que sólo
los propietarios (individuos con determinado nivel de renta) eran un cuerpo
útil para la nación; sólo ellos, un total de 200.000 para 16 millones de
habitantes con que contaba Inglaterra, tenían la dignidad suficiente para
representar los intereses colectivos de la nación. El resto de la población,
pobre de solemnidad, debería esforzarse por mejorar su condición, promover la
riqueza del país y, de este modo, alcanzar la dignidad de la representación
política. En 1928, y tras décadas de lucha de los movimientos sociales, el
Reino Unido establecía el sufragio universal y la Inglaterra de Charles Dickens
se empezaba a abandonar en el pasado.
Pero la clase económica, desde la autosuficiencia que le ha dado
su posición, aunque ésta sea heredada, siempre ha querido recuperar su
hegemonía política, como corresponde a la parte útil, emprendedora y productiva
de la nación. Pero la democracia, sobre todo tras el hundimiento de los
fascismos en la II Guerra Mundial, se había prestigiado sobremanera y, ante
todo, había que mantener la ficción democrática y constitucional, que era lo
políticamente correcto para hombres de tan grandes miras. Así que tuvieron que
montar un escenario democrático bajo el que se escondiera un gobierno
censitario. Se inventaron, de este modo, la UE y el euro en el año 2002. En el
centro Alemania, un país profundamente conservador y apegado a sus tradiciones,
una de ellas el ser el principal centro financiero e industrial de Europa. Desde
su hegemonía económica e ideológica (más lo segundo que lo primero, ya que su
PIB es sólo el 24,5% del de la UE) impone el austericidio al conjunto de Europa. Este modelo continuará, porque
como en Europa no existe una verdadera democracia, la política económica sólo debe
tener éxito para 13 millones de votantes, frente a los más de 500 millones de ciudadanos
con derecho a voto en las elecciones europeas. Es decir, en la actualidad, el
sufragio censitario se establece para el 2,6% de la población. El mecanismo es
más refinado que en el siglo XIX, los votantes no tienen por qué ser ricos,
pero los resultados son los mismos: una mayoría de población que debido a la
ausencia de derechos políticos sufren las consecuencias de las políticas
económicas que sólo benefician a la gente que tiene el control del sistema
político.