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En las elecciones de Grecia del 25 de enero de 2015 ganó
algo más que el descontento de los griegos. En el mundo en el que vivimos es
importante tener todavía la esperanza de que el mundo programado que Fukuyama
sintetizó en su obra El fin de la
historia no deja de ser otra ucronía más, que no tiene cabida en la maravillosa indeterminación del ser humano.
El autor norteamericano nos proponía un mundo donde la economía de mercado y la
democracia se convertían en los únicos modelos posibles a los que podía aspirar
el ser humano y uno de sus bastardos
serían las políticas de austeridad que Merkel ha implementado en Europa, sobre
todo, en los Estados del Sur, como medio para salir de la Gran Recesión
iniciada en el año 2007. Pues bien, los griegos, en un ejercicio de soberanía
nacional, no exento de injerencias extranjeras, han dicho que su único camino no
puede ser el que Churchill propuso a los ingleses para ganar la II Guerra
Mundial, un camino marcado por la sangre, el sudor y las lágrimas, y que en el
caso griego ha supuesto la pérdida del 20,1% de su riqueza nacional en cinco
años, para los trabajadores esta pérdida se eleva al 30% de su poder
adquisitivo y 3,5 millones de griegos viven
hoy bajo el umbral de pobreza, según una entrevista de El Mundo a Christos Emmanoulidis, profesor de la Universidad de
Salónica (3-11-2013).
Pues bien, en las elecciones de ayer, los griegos han dicho
que éste no es su camino, que un sacrificio que no sirve siquiera para reducir
la deuda pública -ésta se mantiene en el 175% del PIB- no es un camino
inteligente. La victoria de Alexis Tsipras, líder de Syriza, que se ha quedado
al borde de la mayoría absoluta, es positiva por entender que los mercados
globalizados y los fondos de capital no son las nuevas parcas del siglo XXI que
manejan los hilos del destino de los hombres al margen de sus decisiones. Hoy
Grecia ha recuperado la dignidad como pueblo porque ninguna amenaza le ha
impedido hacer lo que considera que es mejor y más justo para su futuro.
Como elemento final, desde España, reconocer que la victoria
de Syriza parece una entelequia, porque Tsipras no ha renunciado a considerarse
un líder de izquierda, situando la austeridad dentro del neoliberalismo que nos
invade y condena a un futuro más injusto. Pero éste será tema de otro debate,
ahora sólo quiero regocijarme en la incertidumbre que nos
han devuelto los griegos con su voto.