LECTURAS RECOMENDADAS


HUXLEY, Aldous: Un mundo feliz, Barcelona, Mondadori, 2013 (1969)

Aldous Huxley escribió su novela más emblemática, Un mundo feliz, en el año 1932; con ella intentaba describir los convulsos acontecimientos que estaba protagonizando la sociedad de Entreguerras. En esta se produjo el ascenso de la sociedad de masas a golpe de producción en cadena, siendo sus principales engendros políticos las dictaduras totalitarias de Hitler y Stalin; aunque, como toda buena novela moderna, esta trasciende la época en que fue escrita y está llena de referencias a categorías universales, planteando una lucha nada optimista entre la libertad del individuo y la sociedad en la que vive, sus leyes, su escala de valores, sus costumbres, sus modas, etc. Esta sociedad en Huxley se convierte en el perfecto gineceo que impide que se desarrolle el individuo y, por tanto, la libertad.
A lo largo de esta dictadura distópica, curiosamente, el autor parece justificar, mediante la guerra o la revolución la necesidad del control social o, al menos, dar causa al origen del mismo. El autor tenía en la retina el recuerdo de la I Guerra Mundial (1914 – 1918) y en su novela, la Guerra de los Nueve Años justifica el desarrollo de un sistema de control a partir de la tecnología: selección mediante ADN, condicionamiento clásico o pavloviano desde el nacimiento, inducción constante de sesiones de hipnopedia y, para los episodios coyunturales de pérdida de “felicidad” pasajera, un chute de soma. Este control social se extiende a toda clase de sentimientos y, así, se toman todas las precauciones para que las relaciones sean lo más superficiales posibles, para que, de este modo, nadie se implique emocionalmente. En resumen, como en el propio libro describe el autor, se ha desarrollado un cristianismo sin lágrimas. Este control de los individuos también sirve para establecer una perfecta jerarquía de la sociedad. La población, desde el nacimiento, se encuadra en Alfas, Betas, Gammas, Deltas y Epsilon, según sus capacidades, ya que de otro modo estos se hubieran autodestruido luchando por los mejores puestos de la sociedad, como demostró uno de los experimentos en que se eliminaron las jerarquías sociales y la revolución acabó con la mitad de la población.
La conclusión final a la que nos aboca la lectura es que el autor nos ha situado ante una dictadura de carácter estructural, donde el máximo dirigente que aparece en la novela, Mustafá Mond, parece una pieza más del engranaje que ha sido situado allí por sus aptitudes y que, al igual que él sustituyó a otro consejero, este también será sustituido. Pese a su consciencia de la distopia de la que forma parte y del acceso a conocimientos diferenciados respecto del resto de la población, este no hará nada que ponga en riesgo la sociedad “perfecta” que ideó Huxley, más bien todo lo contrario. En resumen, el verdadero filo ejecutor de los individuos que forman esta sociedad son el desarrollo y la tecnología, unos entes abstractos que han situado como fines absolutos la felicidad y la estabilidad, frente a la verdad y la belleza, algo vetado a la mayoría de la población.
Frente a la abrumadora realidad anterior se alzan, en Islandia, como una resilencia del pasado, los salvajes, aquellos que viven condicionados por sus sentimientos: sufren, sienten dolor, lloran, padecen y, del mismo modo, también conocen la alegría, la felicidad y la satisfacción. A través de un viaje a esta isla que llevan a cabo Bernard y Lenina, dos miembros un tanto inconformistas de la distopía, Huxley establece una ruptura literaria con algunas de las convenciones más arraigadas de la cultura occidental, situando en un ambiente salvaje y de “rechazo” por la parte más civilizada de la sociedad convenciones tales como la vejez o la maternidad, aspectos que en la tecnocracia de Huxley habían sido desterrados y que sus habitantes las descubrían con asombro, comicidad e, incluso, horror. La ruptura de las normas sociales llega a tal extremo que la familia es perfectamente identificada como una mera convención social. También será en esta isla donde aparezca el auténtico protagonista de la novela, John, que, como no podía ser de otro modo, se nos presenta como un auténtico inadaptado social, un espíritu libre que nada entre dos mundos y que vive el rechazo de ambos.  
En resumen, una novela recomendada para aquellos que sientan la amenaza de la biotecnología, la robótica y la Inteligencia Artificial, nuevos campos que ha desarrollado la ciencia y que amenazan el mundo que conocemos, aunque de nuestra “libertad” en el uso y abuso de dichas tecnologías siga dependiendo el futuro que ahora estamos construyendo.



CARO BAROJA, Julio: Los Baroja: memorias familiares, Madrid, Caro Raggio, 1997.

El lector, al menos ese fue mi caso, tendrá una idea diferente de esta biografía cuando finalice su lectura respecto de lo que esperaba cuando leyó el título Los Baroja: memorias familiares. Esto suele suceder en casi todas las obras, pero aquí se convierte en una clave que nos ayuda a descubrir ante lo que realmente estamos, la biografía de un solo personaje. Nos acercamos a la obra de Julio porque como muchedumbre buscamos las indiscreciones de uno de los mejores escritores de la Generación de 1914; como minoría, la de uno de los mejores grabadores de la primera mitad del siglo XX; y quizá, como élite conocer a uno de los mejores antropólogos que ha tenido este país en su historia. Por tanto, no espere el lector encontrarse con la extensa familia de los Baroja, ya que cuando terminas el libro, sólo te quedas con la biografía de Julio Caro Baroja.
Esto no quiere decir que, como en toda biografía, la familia no ocupe una parte importante, ya que ésta condiciona a todo ser humano, en mayor o menor medida, ya esté esta presente o ausente. Si cabe, más en los países mediterráneos y más si eres un soltero que nunca se ha atrevido a salir de su círculo de relaciones. El propio autor es consciente de esto mismo y desde el primer momento se compara con el personaje de Dombey de Charles Dickens, para resaltar el haber sido un niño solitario rodeado de adultos (1997:24). Aunque la relación con su familia no adquiera tintes tan oscuros como en la novela del escritor inglés, en ciertos momentos sí nos hace pensar que la figura de Julio se ve oprimida por la brillantez de los suyos, convirtiéndose en una figura secundaria de su propia vida. A lo largo de la obra Pío Baroja es tratado como una especie de ídolo familiar, sin perfiles, sin apenas manifestaciones, ni sentimientos, no vaya a ser que un crítico literario los saque de contexto. De hecho el capítulo V dedicado por entero a él no nos aporta prácticamente nada sobre la obra o el carácter de Pío Baroja. En toda esta biografía de cerca de 550 páginas sobre “Los Baroja” sólo conseguimos adivinar que Dostoyewski y Dickens fueron sus dioses mayores (1997: 117). El resto de los miembros de la familia de Los Baroja no serán tratados con tanta distancia. Su tío Ricardo será criticado por su “dandismo”, su versatilidad, su derroche de energías y aptitudes que, según él, no seleccionó bien acaso porque en el primer golpe siempre tenía suerte y el segundo le fallaba por falta de voluntad o indiferencia (1997: 85). También serán expuestos al público otros miembros más anónimos de la familia, aquí sus simpatías se dividen entre la querencia por los personajes femeninos de su familia y la ridiculización de los masculinos. El abuelo Serafín, al que llama el hombre shelebre, un antiguo ingeniero de caminos, que es presentado como un intelectual frustrado que publicaba un “folletín” cuya lectura no resultaba entretenida, hasta tal punto que sólo una tía benévola sería capaz de encontrarlo original e interesante (1997:46). Pero sus dardos más hirientes van contra el carácter “pasional” y arbitrario de su padre, al que describe siempre con la distancia de alguien ajeno a la familia, una familia que es la de la madre. Por tanto, deja a la madre y a la abuela al margen de la crítica, porque éstas dentro del esquema de familia tradicional vasca gobiernan la casa y centran la atención en su cuidado. Aunque desde el principio marca distancias con el género femenino al considerar que lo fundamental de este es la búsqueda de la “felicidad”, algo que él desterró pronto de su mente. (1997: 63)
En este libro también vemos cómo los Baroja, al margen de los afectos familiares, construyen su identidad como familia a través de la política. Esto no deja de ser curioso en un Julio Caro Baroja que se quiere mantener equidistante de las posiciones ideológicas más extremas. La  identidad, tanto entre los miembros más antiguos como entre los más modernos de la familia, la construyen en torno a un liberalismo progresista propio del siglo XIX, donde el anticlericalismo y una manifestación pública de ateísmo es el elemento de definición más claro. Este, en el siglo XX, sólo transita hasta la Guerra Civil a través del ideario del Partido Radical o los diferentes partidos republicanos. Además como la definición de liberal es una especie de cajón de sastre ideológico donde caben muchas identidades, dependiendo del tiempo y del lugar, el autor, con buen criterio, define en la obra qué es para él el liberalismo: …el que hace de la libertad de conciencia individual la base de toda operación política y social (1997: 237). Como ya he dicho, este liberalismo se completa con un ateísmo cuyas manifestaciones salpican el libro. A los ocho años se enfrenta a los niños y sus familiares de  Vera de Bidasoa haciendo profesión de la “fe” familiar, para espanto de los presentes (1997:23). Esta también aparece cuando defiende la mayor diversidad y densidad cultural de los politeísmos frente a los monoteísmos, dando lugar a uno de los pasajes más bellos del libro:…Los pueblos del Mediterráneo que han tenido una idea clara de las limitaciones de la vida, de las diversidades, oscuridades, matices y contingencias de que está llena son los que han dejado una herencia mejor no sólo para el desarrollo de las artes y las ciencias, sino también para el de las concepciones religiosas y filosóficas… En cambio, los que partiendo de la idea de un Dios único de dimensiones infinitas no han hecho más que producir fanáticos y dogmatizantes(…) El Dios infinito es el de los desiertos;  los dioses especiales son los de los montes, las bahías, los bosques, las islas griegas… ¡Qué más quisiéramos hoy que tener una sólida religión pagana a nuestro servicio! (1997: 212)  El tercer episodio que muestra el liberalismo anticlerical de la familia de los Baroja se produce ante la muerte de sus dos tíos, el primero que fallece es Ricardo en 1953 y, al poco, Pío en 1956, todavía en plena Posguerra y hegemonía del nacionalcatolicismo. Estos exigen en el testamento a su sobrino que sean enterrados en el cementerio civil de Madrid, Julio lo cumple sin dudarlo y sin tener en cuenta las presiones que se producen por diferentes elementos del Régimen, sobre todo, cuando muere Pío, dada la mayor relevancia pública que adquiere su funeral. (1997: 512 – 515).
El liberalismo anticlerical que ha sido descrito en los párrafos anteriores representó lo que el historiador inglés Paul Preston conceptualizó como las tres Españas (1998), es decir, lo que en palabras del propio Julio sería alguien alejado tanto de la masa como de los cuarteles. Este relato de la tercera España, a través de diferentes anécdotas de su familia es lo que creo que tiene un mayor interés para el lector, ya que nos permite acercarnos al Madrid de las tertulias previas a la Guerra Civil. En estas establecen relaciones sus tíos, pero también la menos conocida Carmen Baroja Nessi. Los otros centros de interés serán el Ateneo de Madrid y la Institución Libre de Enseñanza, claves no sólo en la vida cultural y social de nuestro país hasta 1939, sino también en la vida política, ya que a través de ellos y por estas páginas transitaron personajes tan relevantes como Valle–Inclán, Azaña, Ortega o María de Maeztu. Según avanza el relato y nos acercamos a los años críticos de la II República y la Guerra Civil Julio Caro Baroja se quejará de la politización cultural de estas instituciones y, también, hablará con menos interés de los autores más politizados. De este modo considera que los socios fundadores del Lyceum empezaron a dejar de ir cuando este estuvo dominado por mujeres de políticos republicanos y socialistas (1997: 65). Esta moderación se mantiene a la hora de describir a la Institución Libre de Enseñanza, ya que defiende que en esta Institución también había profesores que hacían gala de su catolicismo y conservadurismo, aunque no eran los que daban mayor tono moral e intelectual a dicha Institución (1997:149). Otro ejemplo de su posición equidistante fue cuando critica la famosa quema de iglesias y conventos que se produce durante la proclamación de la II República en abril de 1931, con frases como: frialdad burocrática o que estuvo llena de comentarios burlones (1997: 202). También criticó que los políticos republicanos y socialistas quisieran establecer una nueva aristocracia de familiares y amigos, como los regímenes anteriores, pero con más cultura. (1997: 205) Lo mismo le sucede al Ateneo que, en los años 30 se convirtió, según Julio, en una sucursal del Congreso. En lo que respecta a los episodios familiares destaca la riña entre Ricardo y Azaña, de ahí la animadversión hacia los políticos de la II República que muestra el autor, como ejemplo dice que tanto Largo Caballero como Azaña eran falsos hombres enérgicos y que Indalecio Prieto era un falso hombre hábil (1997: 228).
En resumen esta equidistancia “calculada” que se manifiesta a lo largo de todas las páginas del libro, también se manifiesta en un aislamiento intelectual de la familia y en una decadencia de los negocios del padre en el período de la historia de España en el que se vive un mayor radicalismo en la esfera política y que el propio autor fecha entre 1928 y 1936 (1997: 185). Personalmente alargaría la cronología hasta la Guerra Civil, ya que el padre fue testigo de la demagogia de los rojos y el resto de la familia de la demagogia Blanca en Vera (1997: 287), aunque sobrevivieron porque Julio ingresó en una lista colectiva para ingresar en Falange y su padre por la posesión de un carnet de la C. N. T. (1997: 294).
En un tono menor también son interesantes las anécdotas sobre el sistema académico que sufrió Julio Caro Baroja, ya fuera éste durante la escuela, instituto o universidad. Las horas le parecían larguísimas, inacabables  y no conservaba de ellas ningún buen recuerdo. (1997: 145). También en este anecdotario biográfico asoma su peculiar misoginia, al considerar que las alumnas de la ILE son aplicadas, cumplidoras, obedientes y sumisas, les falta chispa e inteligencia. Cuando no son equilibradas parecen cuerpos inertes y de vez en cuando sale alguna con caracteres tremebundos de pandorga contestataria (1997: 158)
También encontramos en estas páginas a los que fueron sus padres intelectuales: Aranzadi, el padre Barandiarán y Hugo Obermaier (1997: 218). En el resto de páginas sólo encontramos críticas a la universidad, entre las que destaca aquella que se produce por su abandono de los estudios de arqueología a la que definió como estudios de: pucherología trascedental o la ciencia de averiguar los caracteres de hombres mediante pucheros quebrados (1997: 219). Los pasajes antropológicos son escasos. Nos habla brevemente de cómo la familia también condicionó su actividad profesional, ya que se hizo antropólogo por amor a Vera y cargó su vida de quehaceres culturales para, según sus palabras, olvidar la violencia de la vida pública, las zozobras familiares, los pensamientos obscenos y la lujuria no satisfecha (1997: 270). En relación con su trabajo de antropólogo, al final del libro habla de su paso por Andalucía entre 1949 y 1950, donde aparecen ciertas reflexiones audaces sobre el descuido hacia el jornalero y su mal trato (1997: 433) o cómo Andalucía históricamente se ha convertido en escombrera de mina de la civilización mediterránea (1997: 440)
Por último, sólo cabe reseñar que, como su vida, tampoco su escritura es excesivamente alegre, en muchos casos nos recuerda la escritura de los escritores realistas del siglo XIX, excesivamente descriptiva, redundante, decimonónica. Desde los inicios el autor nos indica que escribe desde la vejez, sin apasionamientos, casi desde la ataraxia, donde se ha ido tanto lo bueno como lo malo. La biografía la comenzó a escribir en 1957, cuando se sentía un muerto con cierta inteligencia (1997: 10). Así se sentía y… como no puede ser de otro modo, así sentimos nosotros, a veces, su escritura. 






AL ASWANY, Alaa: El edificio Yacobián: una novela sobre un inmueble de El Cairo y las vidas de sus habitantes, Madrid, Embolsillo, 2008.

La novela de Alla Al Aswany, un dentista de El Cairo, presenta la típica novela del realismo decimonónico, con personajes que se acercan al prototipo universal, ambientes detalladamente descritos y un discurso perfectamente diacrónico, sin saltos temporales. Sin embargo, para el lector occidental la novela no deja de ser algo nuevo entre las manos. Una “falsa” novedad que se sustenta sobre la descripción de unos ambientes y personajes ajenos a la tradición literaria de Occidente, el Egipto postcolonial.
El interés de este libro está en profundizar en las razones últimas de unos personajes cuyos resultados se nos muestran estereotipadamente en los informativos de Occidente. El por qué un joven universitario acaba inmolándose por la causa del yihadismo es el ejemplo más notable, pero la obra se muestra como un caleidoscopio sin solución de continuidad, sin orden ni concierto, tal y como imaginamos el gran hormiguero humano que es El Cario, donde la gente, al igual que los personajes de la novela, no vive, sino sobrevive a fuerzas estructurales que frustran sus aspiraciones vitales.
La improductividad de las élites que se acomodaron a la explotación colonial y que ahora, como el edificio, son un lujoso esqueleto decadente que llenas de vicios occidentales se regodean en aquello que fueron o podían haber sido para olvidarse de lo que realmente son. El nuevo sistema político que surge de la independencia, es un edificio donde la corrupción forma parte del paisaje cotidiano. El sistema político que creó Nasser, veladamente mencionado en la novela, oprime con sus tentáculos a la nueva elite del dinero, a los trabajadores y a los ciudadanos de El Cairo que no pueden escapar de su aparato de represión. El favor personal y el soborno son la norma del nuevo sistema que simplemente sustituyó unos amos por otros. Por último, el fundamentalismo yihadista crece en el resentimiento de los ciudadanos de El Cairo, aquellos que progresivamente se van dando cuenta de las injusticias de un sistema en el que esperaban progresar. El hijo de un portero cuyos orígenes sociales acaban imponiéndose a su inteligencia y capacidad de trabajo, pero cuya solución no deja de ser nihilista, inmolarse contra el mundo que lo rechaza, sería el mejor ejemplo de lo anterior.
Ninguna de estas vidas es tratada con dignidad por el autor, ya que el sistema se aprovecha de sus pequeñas miserias, ya sea la avaricia, el orgullo o la vanidad. Sólo aquella que no espera nada de la vida, ni siquiera de sí misma, aquella que acepta la realidad y busca pequeñas recompensas, Busayna Sayed, recibe el consuelo del futuro en la novela. Porque esto es lo que realmente han perdido los protagonistas del libro y el propio Egipto, la ilusión de un futuro que mejore su insufrible presente.
Como tema menor, el libro también aborda, con valentía, el tema de la homsexualidad en los países árabes. El autor nos descubre cómo ésta está mejor aceptado de lo que podríamos pensar, aquello que está prohibido en el ámbito público es tolerado en el privado, aunque dicha dualidad acaba llevando a la esquizofrenia a sus personajes, lo que les traslada a ambientes y comportamientos que acaban por destrozar sus vidas.
En resumen, estamos ante una novela imprescindible para todos aquellos que quieran conocer el Egipto postocolonial, El Cairo de Nasser, aquel que fue arrasado en la plaza Tahir y que no acaba de definir su futuro de un modo claro. Esta novela nos ayuda a comprender dicha indefinición y las fuerzas estructurales que oprimen el futuro de Egipto. 







VARGAS LLOSA, Mario: El sueño del celta
Madrid, Alfaguara, 2010.

Una de las obras literarias que me produce cierta perplejidad es la de Mario Vargas Llosa, sobre todo, porque cuando acabo una de sus obras no puedo dejar de pensar en la contradicción que me genera su imagen pública y su obra literaria, como si fuesen dos personas diferentes.
La figura pública de Mario Vargas Llosa es reconocida por su carácter liberal. El autor ha defendido en múltiples artículos, tanto de ABC como de El País su vinculación política y personal con el liberalismo, tal vez por el desencanto que experimentó su generación con los movimientos revolucionarios de izquierda que se extendieron en América Latina a partir de la experiencia cubana (1959). En Perú, su país de origen, apoyó en la década de los 70 la dictadura de Juan Velasco Alvarado, sobre todo su política de reparto de tierras y nacionalización de empresas. En esa época se convirtió en un pequeño icono de los intelectuales de izquierdas al enviar una carta denunciando a los desaparecidos del régimen de Videla, como presidente del PEN (organización mundial de escritores). Pero en la década de los ochenta se fue transformando desde una posición muy cercana al marxismo, hacia posiciones muy liberales que le llevaron a encabezar una candidatura a las elecciones peruanas de 1990 con el Partido Libertad, de las que salió derrotado. Esas vinculaciones políticas se mantienen hasta nuestros días, cuando Unión Progreso y Democracia (UPyD) le nombró patrono de honor en 2007, también participó activamente en la campaña electoral de Piñera, un destacado neoconservador asesor de los gobiernos de Pinochet, en Chile.
Junto a este activismo político liberal tenemos una obra que podríamos caracterizar de “izquierdista”, siempre relatando en sus crónicas literarias algún tipo de injusticia social. En su primera novela, la Ciudad y los perros (1966), Vargas Llosa denuncia lo alienante de los regímenes castrenses; en La fiesta del Chivo  (2000) denuncia la dictadura de Trujillo en la República Dominicana y en El sueño del celta (2010) se mete de lleno en los abusos coloniales perpetrados por Europa en el siglo XIX. Su bibliografía es mucho más amplia, pero, al fin y al cabo, son las novelas que he leído y, si bien es cierto que la primera se piensa y escribe bajo los ojos de un joven estudiante latinoamericano que todavía confiaba en el metarrelato marxista, las otras dos se han desarrollado cuando éste se encarama como uno de los intelectuales orgánicos del liberalismo en el mundo y, especialmente, en los países de habla hispana. En La fiesta del Chivo este pensador liberal denuncia un régimen que podría ser considerada como precedente de las dictaduras de seguridad nacional que situó Estados Unidos, la potencia liberal por excelencia, en toda Latinoamérica para frenar la expansión de la ideología marxista y, de paso, para que también hiciesen el trabajo sucio en pos de sus intereses económicos y geopolíticos. Trujillo ocupó la presidencia de la República Dominicana entre 1930–1938 y 1942–1952, era un militar que se formó en la Guardia Nacional que Estados Unidos creó en 1916 cuando ocupó el país porque no pagaba su deuda externa. Es decir, estamos ante un lacayo de la política de Estados Unidos en Centroamérica que es responsable de un estado corrupto y criminal (se le atribuyen un total de 50.000 asesinatos). El Estado de corrupción que vivía el país, ejemplificado por las pasiones sexuales de su líder, con las que marcaba a sus colaboradores (esposas e hijas eran donadas para satisfacer sus deseos) es el eje central sobre el que trata la novela de Vargas Llosa. Por otro lado, como diría Lenin: el imperialismo es la fase final del capitalismo, es decir, estamos ante el modelo más acabado de explotación del hombre que ha desarrollado el sistema capitalista. Este sería el tema de la última novela del escritor peruano: la esclavización de millones de indígenas africanos y de otros continentes para alimentar con materias primas a bajo coste la industrialización de Europa. ¿Acaso el subconsciente le juega una mala pasada a Vargas Llosa y su escritura es un modo de pedir perdón por sus exabruptos neoliberales? Si no es así, al menos el protagonista de su última novela Roger Casement mantiene un nivel similar o mayor de contradicción.
La novela de Roger Casement, como en la mayoría de obras de Vargas Llosa, parece una crónica periodística, el discurso es sumamente lineal, la acción es trepidante y la claridad de ambientes y tipos facilita su lectura para todo tipo de públicos. Esta crónica literaria relata la vida de uno de los padres de la nación irlandesa, enterrado en 1965 en el panteón de los héroes de la independencia de Irlanda. Un hombre que alcanzó la gloria al servicio del Imperio Británico, que tanto llegó a odiar, y tuvo su perdición y caída luchando por lo que realmente amaba: la “nación irlandesa”. Los desengaños fueron una constante en su vida, tal vez, porque estamos ante uno de los últimos representantes del idealismo occidental y vivía como un creyente todo proyecto político y personal en el que embarcó en vida. Se creyó la misión civilizadora del colonialismo europeo en África, el papel que nos dábamos los europeos como agentes que evitarían el analfabetismo, la muerte por plagas, el canibalismo, la salvación de almas, el asesinato de infantes discapacitados, etc. Por eso cuando se dio cuenta, al servicio del renombrado Stanley, de que todo era un escenario teatral con el que amasar riqueza a costa de la sangre derramada por los chicotazos, el trabajo extenuante, las represalias, violaciones, etc. que realizaban los europeos sobre la población indígena, decidió convertirse en su opositor más militante. El caso más aberrante del colonialismo europeo, el proyecto personal del rey Leopoldo en el Congo, fue denunciado y mitigado, sólo en sus estertores finales, por el trabajo infatigable de un hombre que fue capaz de ver en los indígenas algo más que un saco de huesos y músculos con los que cortar y transportar caucho, el oro negro de finales del siglo XIX. No se detuvo aquí, sus demoledores informes, dada la veracidad de sus descripciones, para el Foreing Office, le llenaron de prestigio y éste le encomendó una misión similar en el Putumayo, en la región amazónica del Perú. Aquí Vargas Llosa da una vuelta de tuerca a su izquierdismo literario, porque la explotación no la lleva a cabo el Estado, que sólo existía sobre el papel en estas regiones, sino una multinacional que cotizaba en la bolsa de Londres y explotaba sin piedad a los indígenas del Amazonas. ¿Cómo un liberal como Vargas Llosa que defiende en conferencia la necesidad de salarios bajos para el buen funcionamiento de los mercados, es capaz de extrapolar al siglo XIX la doble moral y el duro sistema de explotación que producen las multinacionales en el siglo XXI? La Casa Arena casi exterminó a la población indígena al sobreexplotarla laboralmente, muchos morían de agotamiento; creó un estado dentro del Estado del Perú, pagando con sus sobornos a los funcionarios y estableciendo una región sin ley donde los capataces de la compañías se comportaban como auténticos virreyes que tenían derecho de vida y muerte sobre cualquier persona o mercancía de la región. Lo más terrible es que nadie se rebelaba contra esta injusticia, según Casement: … La violencia de que eran víctimas aniquilaba su voluntad de resistencia.  Todo esto beneficiaba a una compañía cuya asepsia y comportamiento era modélico en las capitales europeas, una doble moral que era costosamente mantenida por su cohorte de prestigiosos abogados. También pudo Roger, con sus denuncias, acabar con dicha situación de explotación, hecho éste que le llevaría a ser condecorado como Sir del Imperio Británico.
El problema de Roger es que se sentía tan identificado con estos pueblos aplastados por la maquinaria del Imperio que establecía “peligrosas” comparaciones con su natal Irlanda. También consideraba que el suyo era un pueblo oprimido por un Imperio y que tenía que recuperar la dignidad robada mediante la Independencia. En sus últimos años de vida y en el contexto de la II Guerra Mundial trabajó, junto con Edward Carson y James Craig, creadores de los Voluntarios Irlandeses, el profesor de galés MacNeill y otros líderes del movimiento independentista como Patrick Pearsen y Eamon Valera, por la independencia de Irlanda. Participó activamente con ellos en la Insurrección de Pascua (1916), estableciendo contactos con el Imperio Alemán en la I Guerra Mundial, hecho por el que sería condenado, no sólo su persona sino también su imagen pública, ya que los servicios de inteligencia británicos recurrieron a sus escritos personales, los famosos diarios negros para difundir la duda de la homosexualidad y pedofilia sobre su persona.
En unos años difíciles para Europa, Vargas Llosa utiliza la vida de Casement para hablar del lado oscuro que encumbró a Occidente a sus más altas cotas como civilización: el expolio y la explotación de otros pueblos. 








ALY, Götz: La utopía nazi: 
cómo Hitler compró a los alemanes
Barcelona, Crítica, 2006.

Esta obra es el resultado de varias décadas de investigación en torno al por qué la sociedad alemana apoyó y legitimó al régimen nazi entre 1933 y 1945. El autor es un reputado especialista en la materia, aunque en España sólo se ha publicado la obra aquí analizada, en lengua alemana cuenta con más de once monografías de gran prestigio académico. En la presentación del libro aquí reseñado varios centenares de personas se agolpaban en las puertas, algo poco habitual en este tipo de acontecimientos. ¿Por qué? Porque el autor se atreve a decir en público lo que muchos historiadores manteníamos como una intuición: que el pueblo alemán consintió y apoyó el holocausto, porque éste le beneficiaba. En resumen, el genocidio de millones de judíos europeos y su cultura no fue obra de un loco (Hitler), ni de una conspiración entre el Partido Nazi y los grandes intereses empresariales y financieros alemanes (junker), explicaciones éstas que venían sirviendo a modo de chivo expiatorio colectivo que exculpaba al conjunto de la sociedad alemana como  cómplice de los crímenes de guerra nazis. Es decir, explicaciones, en cierto modo, tranquilizadoras y conciliadoras respecto al pasado de Occidente en entreguerras.
En el capítulo II es de agradecer, sobre todo para los especialistas, que el autor realice una revisión historiográfica en torno al estado actual de las investigaciones. Además, en el mismo capítulo, el autor también muestra el punto de partida de su investigación, los estudios realizados junto a Christian Gerlach en torno al genocidio de los judíos húngaros cuyos bienes pasaron a parar a la Wehrmacht, a partir de aquí el autor extendió su investigación al conjunto de la Europa ocupada para ver si se reproducía el caso húngaro.
En el resto de capítulos nos aporta de un modo directo algunas de las claves explicativas de su teoría. En primer lugar, el ascenso al poder de una generación política muy joven para la que nacionalsocialismo significaba libertad y aventura. Esta situación de voluntarismo político donde el pasado y los medios perdían valor frente a la oportunidad histórica de cambiar el mundo, se conjugó con la tradicional racionalidad funcional de la burocracia alemana que fue capaz de poner en práctica los nuevos deseos del Partido Nazi.
En segundo lugar, estos deseos se transformaron en un intento de mejora de las condiciones de vida de la sociedad alemana: introdujo el concepto de vacaciones pagadas, duplicó el número de días festivos, protegió al campesinado sentando las bases de la ordenación agraria de la Unión Europea, se reguló la circulación en carreteras, tributación conjunta de matrimonios, subvenciones por hijos, bases de protección a la naturaleza y fiscalidad escalonada. Según Aly, los políticos nazis perfilaron los contornos del concepto de pensión vigente en Alemania hasta 1957 y protegieron a los alemanes endeudados frente a sus acreedores (leyes de 1938 y 1943). Esta nueva política social alemana llevó al Estado a un endeudamiento creciente. El reflejo histórico de la I Guerra Mundial, los problemas económicos de Weimar (endeudamiento del Estado, inflación y escasez) y el deseo de no emularlo fue el otro motor que llevó al holocausto y las necesidades de expansión territorial del nazismo. Es decir, el Estado Nazi, como demuestra Aly necesitó los territorios ocupados y el expolio de los judíos europeos para poder pagar ese endeudamiento creciente del Estado. En 1944 el estado depredador que había creado Hitler en Europa era, según el autor, todavía capaz de sostener el 50% de los gastos ordinarios de la guerra. De ahí que muchas de las decisiones militares del nazismo como el continuo trasvase de tropas del Este al Oeste o la fortificación de la costa francesa estuvieran guiadas más por cuestiones económicas que por exigencias militares. El Oeste (Francia, Bélgica y Holanda) se convirtió en una zona de recreo para los militares alemanes, de aprovisionamiento para sus familiares y de expolio para el Estado. En el Este, cuyos países contaban con menos recursos, el nazismo actuó de modo diferente, el procedimiento fue convertir a los eslavos en trabajadores forzados. El beneficio empresarial era alto ya que las empresas pagaban a éstos en torno a un 15-40% menos que a los alemanes, pero mayor era la del Estado ya que sometía a estos a una mayor presión fiscal, obteniendo entre el 60 y70% del salario que le pagaban las empresas.
Dentro de este contexto general, los judíos, tanto del Este como del Oeste fueron expoliados en su conjunto para frenar la inflación de guerra, liquidando sus propiedades en beneficio del Estado alemán. En conjunto Aly ha determinado que los ingresos de la desjudaización supusieron el 5% de la caja de guerra alemana entre 1939 y 1945 aunque parezca un resultado pequeño, éste permitió que la burocracia financiera mantuviera su intención de no pagar con créditos más del 50% de las gastos de guerra corrientes y que la población no se viera afectada por una elevación de los impuestos sobre el alcohol (único impuesto que afectaba a las clases populares alemanas) o se rebajara la paga de los soldados. Además la comercialización de los bienes judíos beneficiaba a muchos al venderse por debajo de su valor. El 95% de los alemanes se beneficiaron de lo expoliado, ya fuera con dinero o beneficios sociales recibidos del Estado o con comestibles importados de los países ocupados y pagados con el dinero y oro robado. En resumen, para Aly el nazismo fue una dictadura de favores mutuos y fue el saqueo y reparto del botín de los judíos europeos lo que produjo estabilidad política en la Alemania nazi, no la creación de un aparato de propaganda ideológicamente refinada. Según cálculos del autor, los alemanes de pequeños y medianos ingresos pagaron alrededor del 10% de los gastos de guerra, los alemanes con mayores ingresos en torno al 20%, mientras que los extranjeros, trabajadores forzados y judíos en torno al 70%.
Mientras Churchill prometía a su pueblo: sangre, sudor y lágrimas, Hitler prometía al suyo: revisión del Tratado de Versalles, ampliaciones territoriales e igualdad entre los alemanes.
Esta obra, que parece ya un clásico historiográfico, debería haber cuidado un poco más su edición. Ésta, al menos en la versión española, repite varios de los argumentos centrales del libro a lo largo de éste: los beneficios sociales de los alemanes, el expolio judío y los escasos beneficios recibidos por las clases altas. Este pequeño problema que se plantea al lector parece fruto del intento de condensar un análisis archivístico muy exhaustivo en sólo 360 páginas. Por otro lado, la lectura puede hacerse un tanto ardua para una persona que no sea experta en economía o historia económica, los ejemplos en torno a los mecanismos de expropiación de los judíos europeos por parte del Estado alemán son muy exhaustivos y difíciles de asimilar, falta una contextualización sobre la situación económica de Occidente en el período estudiado para poder valorar de una manera exacta las cifras que el autor maneja.
A pesar de lo anterior, creemos estar ante una de las obras historiográficas más sugerentes de los últimos años.  En primer lugar demuestra que un tema de investigación tan manido como el nazismo y el holocausto pueden ser nuevamente interpretados e investigados de manera eficaz. También contribuye a revitalizar las interpretaciones económicas, ya que desde la caída del marxismo en la década de los setenta y el triunfo de la postmodernidad y los estudios antropológicos, ésta había sido arrinconada en beneficio del sujeto, la política y los estudios culturales. Aly vuelve a poner de manifiesto que la perspectiva económica, sin ser exclusiva, tiene cabida y actualidad dentro del análisis historiográfico.
Por otro lado, esta obra remueve no sólo las conciencias de los alemanes del período de entreguerras, sino también las nuestras. En nuestras sociedades, al igual que en la Alemania de entreguerras, no nos importan las fuentes de financiación de nuestras sociedades del bienestar. En las últimas décadas el judío ha sido sustituido por el extranjero y el inmigrante, a éstos les atribuimos derechos y deberes diferentes a los nuestros y su valor como sujeto es menor que el nuestro. Hitler sacó a los judíos del marco de la ciudadanía europea de entreguerras, nosotros no queremos introducir en ésta a aquellos que han nacido fuera de nuestras fronteras, el móvil en ambos casos es la preservación de nuestro “supuesto” bienestar colectivo e individual.






JUDT, Tony: Sobre el olvidado siglo XX, Madrid, Taurus, 2008.

Esta es la obra de uno de los mejores historiadores de la escuela británica. Aquella que cuida tanto la forma como el fondo, haciendo su lectura más accesible al conjunto de la población, sin por ello perder calidad en las cuestiones tratadas. Es decir, estamos ante una obra que conjuga la tarea investigadora con la divulgadora, algo difícil de encontrar en el continente.
La obra es una recopilación de los mejores artículos publicados en The New York Review, una obra de divulgación cultural y literaria de reconocido rigor y prestigio dentro de los círculos progresistas de la costa Este de Estados Unidos, que se viene publicando desde 1963. En total se recogen 23 artículos que publicó entre 1994 y 2007. Pese a la gran variedad de artículos y temas tratados, la obra sigue un total de cuatro vectores:
1) El papel de los intelectuales de Europa Occidental y su relación con las dictaduras de Europa del Este.
2) La historia del sionismo en la Posguerra, en particular, la formación del estado de Israel y el Holocausto.
3) Los principales acontecimiento de Europa durante la Posguerra.
4) La historia reciente de Estados Unidos.
Los dos primeros bloques estarían relacionados con la propia experiencia vital del autor: un intelectual judío de tradición laborista y orígenes en Europa del Este durante la Posguerra europea. Esta identidad dio sus mejores frutos en la Europa de fin de siècle y Entreguerras, cuando el laicismo y la modernidad inició sus andaduras por esta comunidad tradicionalmente cerrada a influencias exteriores y dio como resultado un conjunto de pensadores, científicos y artistas que se situaron en la cumbre de la tradición cultural centroeuropea. Un mundo éste que, aunque mantuvo brillantes epígonos en los Estados Unidos de Posguerra, prácticamente desapareció con el Holocausto.
El segundo bloque está más relacionado con su experiencia profesional. Judt es uno de los mejores conocedores de la historia occidental de Posguerra; para darnos cuenta de ellos sólo tenemos que echar un vistazo a su título más clásico:
Posguerra, una historia de Europa (2006)
En resumen, una obra de consulta y divulgación que nos sitúa ante nuestra más reciente historia, aquella que más merece ser recordada y más se sitúa en el olvido. Esta es la historia de aquellos intelectuales comprometidos con las grandes tragedias del siglo XX, el nazismo y el comunismo, dos ideologías que sometieron a millones de individuos a sus deseos de grandeza y, que si no han triunfado, ha sido gracias a la enérgica denuncia de autores como Arthur Koestler, Primo Levi, Manés Sperber, Albert Camus y Leszek Kolakowski, entre otros. En el lado opuesto se sitúan intelectuales a los que el autor reconoce su valía, pero que se mantuvieron ausentes ante la denuncia, característica irrenunciable de éstos. Éste sería el caso de Eric Hobsbawm o Hannah Arendt.
Otra serie de historias están relacionadas con la reciente historia de Europa construida por un papa, Juan Pablo II que se mantuvo férreo en la denuncia del comunismo en Europa del Este, pero al mismo tiempo optó por un rearme conservador de la iglesia católica poco acorde a los tiempos que vivimos, al tiempo que cohabitaba con todos los “vicios” del sistema capitalista. Tres son los capítulos dedicados a Francia: ¿por qué su rápida derrota en la II Guerra Mundial?, la pérdida de identidad del Estado-nación por excelencia, es decir, la derrota de la Francia que se ha venido construyendo desde el absolutismo de Luis XIII y se ha mantenido con éxito hasta nuestros días, teniendo sus mejores frutos en el legado de la Revolución Francesa. Una Francia que ha sido derrotada por la globalización, la aceleración de la historia y el multiculturalismo, cuyo mejor ejemplo sería el propio intelectual francés Edward Said, al que también dedica un capítulo homenaje y, cuyo peor resultado es el futuro mostrado en el presente de Bélgica: un Estado sin Estado. El último capítulo dedicado a Europa sería el “insulso” legado de Tony Blair, que deja sin alternativa a una izquierda que será incapaz de enfrentarse a un sistema capitalista, cada vez, más desigual. Esta ausencia de alternativas dentro de la socialdemocracia y los democristianos anuncia, para Judt, una radicalización tanto a la izquierda como a la derecha. Pese a lo cual, defiende en los últimos capítulos la vigencia del modelo social europeo frente al de Estados Unidos.
La defensa de la Europa social, como el mejor de los mundos posibles, es el legado intelectual de un historiador Tony Judt que, sin embargo, alcanza sus cotas más brillantes de análisis a la hora de desmenuzar los principales hitos de la historia reciente de Estados Unidos: la caza de brujas, la crisis de los misiles, la política exterior de Henri Kissinger, el legado de la Guerra Fría y la muerte de la América liberal. Como punto final destaco sus artículos sobre Israel, ya que estamos con un autor comprometido con la denuncia del Holocausto, de origen judío y que en la Guerra de los Siete Años estuvo como voluntario en un Kibutz sustituyendo a un militar israelí. Pese a todo es capaz de reconocer la errónea política del sionismo, que no sólo está afectando a esta nación del Próximo Oriente, sino a la imagen global de los judíos que han dejado de ser el pueblo castigado por la historia, para dejar ese triste testigo a los palestinos.
Mi homenaje, por tanto, a uno de los mejores historiadores e intelectuales de Europa. Un hombre que nos ha ayudado a comprender mejor la historia más reciente del mundo en que vivimos. Esa que se está olvidando, que ya no forma parte de nuestra memoria colectiva y, por tanto, nos volverá a situar en la mala senda de Entreguerras: la de los radicalismos políticos.









VIDAL, Gore: Creación, Madrid, El Pais, 2005, (1981)

Gore Vidal, escritor y político norteamericano vinculado ideológicamente al ala antiimperialista del Partido Demócrata. Nos ofrece sus ideas políticas sobre el poder contemporáneo a través de un relato cultural por el mundo antiguo durante el periodo de las Guerras Médicas (500-440 a. C.). El autor se centra en describir el origen y los cambios de lo que la historiadora de las religiones Karen Amstrong denomina Época Axial (700 a. C. - 200 d. C.). Esta época de la historia ha venido a configurar las grandes civilizaciones del mundo euroasiático: el budismo en la India, el confucionismo y taoísmo en China, las religiones monoteístas en el Próximo Oriente y el pensamiento racional en Grecia. Todos estos movimientos fueron una respuesta cultural que intentaban cohesionar sociedades tradicionales agrarias que venían del Neolítico y estaban perdiendo su coherencia interna ante la aparición del mercantilismo y los primeros imperios de la antigüedad. La importancia de este período radica en que estos cambios han venido a identificar esos vastos espacios geográficos, históricos y culturales que actualmente denominamos civilización.


Este escrutinio al origen de las civilizaciones en la que Gore Vidal nos introduce lo realiza a través de la vida de Ciro Espitama, tío del filósofo griego Demócrito al que dicta sus memorias en el exilio ateniense de Pericles. Su vida se inicia en los confines del Imperio Persa, el mayor imperio de la antigüedad, siendo nieto de Zoroastro, fundador de la religión mazdeísta. El mazdeísmo fue un intento de acabar con la pluralidad religiosa del Próximo Oriente que bajo los medas había sido unificado bajo un solo poder político. Ciro, que siempre mantiene cierta postura escéptica respecto a sus propias creencias, consigue sobrevivir en la corte del rey Darío, gracias a su madre Lais, una mujer que gracias a sus habilidades personales y a su halo de bruja consigue hacerse una posición en el harem de Darío, verdadero centro político del Imperio Persa. La posición política de ambos siempre estará condicionada por su relación con Atosa, mujer esta que se sitúa como la reina de una gran colmena, imagen de un harem que a modo del senado romano representa la continuidad del frágil estado persa. Esta será la verdadera encarnación de dicho imperio, hija del fundador Ciro el Grande, mujer de los reyes Cambises y Dario, que consiguieron su mayor extensión desde Egipto hasta la India, y madre de Jerjes, aquel rey derrotado por las pequeñas ciudades-estado de Grecia y con el que se iniciaría su lenta decadencia. A través de su relación con Atosa y Jerjes, con quien mantiene una relación de amistad, será nombrado embajador en la India y Catay (China).
Las embajadas serán donde la novela alcance su clímax literario, en éstas entrará en relación con brahamanes hinduístas, el propio Buda, el maestro Li y Confucio. A todos ellos interrogará sobre el origen del mundo y la verdad de sus religiones, todas ellas arrogantes respecto a las respuestas de las otras y suficientes respecto a las suyas propias, siempre relacionadas con el poder y con las esperanzas del pueblo. En este recorrido Gore Vidal sitúa a Confucio en una posición superior a todas, porque sólo él parece ser consciente de quesus proclamas sólo son necesarias en tanto que consiguen una realidad social más justa y, por lo tanto, es el menos dogmático de todos ellos.
En un segundo plano se sitúa la descripción de las relaciones de poder, igualmente diferentes en cada región: la democracia ateniense, la monarquía persa, las repúblicas comerciales indias, su sometimiento por el sanguinario Ajatashatru que tomó el poder tras el asesinato de su padre, y el feudalismo de los Reinos Combatientes que buscaban una unidad perdida en China. Las ricas descripciones de Gore Vidal muestran su intensa documentación respecto a la historia del siglo V a. C., además de establecer ciertas conexiones siempre estimulantes y agudas respecto a las relaciones de poder actual, sobre todo en lo que respecta al imperialismo americano durante la Posguerra.
En resumen, un libro que, en propias palabras del escritor, nos muestra que la inteligencia no es exclusiva de Occidente, que junto al racionalismo griego, en otras regiones del vasto continente euroasiástico las sociedades también estaban experimentando profundas mutaciones que darían lugar a ricos espacios culturales cuyas influencias se mantienen hasta nuestros días. Sólo el Islam configura, en su origen, una civilización que va más allá del período cronológico que hemos definido como Época Axial. Un libro que recomiendo a aquellos eurocéntricos que creen que el Mundo estaba pendiente de las divagaciones de las pobres y provincianas ciudades-estado griegas.




LAKOFF, George: No pienses en un elefante, Madrid, Universidad Complutense, 2007.

Esta obra intenta, desde la lingüista, considerar el por qué en Estados Unidos la derecha ha hegemonizado el espacio y el discurso político, situando a la izquierda en una posición defensiva. En las décadas que van desde los 50 hasta los 70 la derecha estaba dividida y el 70% de los cargos públicos electos en Estados Unidos caían en el lado demócrata. Desde entonces la derecha se gastó miles de millones de euros en think tanks para encontrar un discurso común a las diferentes familias conservadoras (conservadores religiosos y defensores del libre mercado). El resultado fue generar un mismo marco de identidad política y éste fue el del "padre autoritario", es decir, la educación en unos valores que están relacionados con la disciplina y el éxito de los mejores (un nuevo darwinismo social). Para Lakoff éste ha sido el marco de referencia en el que se han movido las políticas conservadoras en Estados Unidos desde Reagan a Bush hijo.
Para contrarrestar este dominio en el discurso político Lakoff sugiere que la izquierda también debe unirse en un discurso identitario común. En este caso sería el del "padre progresista", aquel que entiende que todos nos merecemos una segunda oportunidad y que el contexto socioeconómico influye en los resultados vitales de las personas. La izquierda debe de abandonar un discurso basado en los datos y las estadísticas que, aunque les dé la razón, no mueven el voto de la izquierda y buscar elementos de referencia común entre sus diferentes familias (socialdemócratas, ecologístas, defensores de los derechos humanos, etc.). Para Lakoff la izquierda debe de dejar de estar a la defensiva y volver a defender con serenidad y seguridad sus opciones ideológicas, que enraízan en lo mejor de la tradición americana: la defensa de los derechos humanos, el apoyo del Estado al desarrollo económico y la cohesión social a través de los impuestos, la defensa del medio ambiente, la extensión de las libertades civiles, la defensa de los derechos de los trabajadores a través de las organizaciones sindicales, etc.
En resumen, una obra que nos sitúa ante lo más actual del debate político en Estados Unidos y que también nos muestra lo mejor de la tradición académica anglosajona. Un ensayo perfectamente escrito, fácil de leer y accesible al público no especializado, que permite filtrar a la sociedad civil los esotéricos resultados académicos. Un paso que debería dar la exotérica universidad española.