domingo, 15 de mayo de 2011

GRANDES BATALLAS DE LA HISTORIA: CIENCIA Y RELIGIÓN


El 16 de febrero de 1616 el Santo Oficio convoca a Galileo Galilei y sus tesis sobre el movimiento de la tierra alrededor del Sol y sobre si misma, así como sobre la existencia de manchas solares que escandalizaban a la Iglesia, ya que mostraban la corruptibilidad del cielo. Su teoría será condenada como insensanta, absurda para la filosofía y formalmente herética. En la semana siguiente el papa Pablo V y la Inquisición ratifican la condena. La respuesta la dará Galileo en 1632 cuando publica su Diálogo sobre los principales sistemas del mundo, en los que defiende claramente las teorías copernicanas frente al geocentrismo de Ptolomeo. Así el 21 de junio de 1633 la iglesia católica le condena a abjurar de sus ideas y a un arresto domiciliario hasta su muerte; al día siguiente niega sus teorías en una iglesia romana y se crea el mito de una ciencia que a pesar de retractarse para salvar su vida mantiene la verdad: a pesar de todo se mueve, murmuró Galileo.

En 1992, después de 359 años, la iglesia pide perdón a Galileo y reconoce el acierto de sus teorías. Este perdón se produce por las conclusiones que debía dirimir la controversia Ptolomeo – Copérnico por mandato del papa Juan Pablo II y que inició sus trabajos en 1979.

Todo lo expuesto anteriormente parece un relato de ciencia – ficción, pero es la verdad de los hechos históricos. Una iglesia que desea mantener inamovible la visión del mundo tal y como ella la heredó de la Tardoantigüedad. La pregunta es ¿Por qué la iglesia mantiene estas discusiones tan improductivas? ¿Por qué tantas energías en mantener el velo de la ignorancia sobre cuestiones fundamentales que explican el funcionamiento del Universo, la naturaleza humana o los secretos de la vida? La respuesta es sencilla porque las iglesias son instituciones de consuelo y de poder, conceptos ambos de que están relacionados, dan consuelo a millones de seres humanos en aquellos trances que más angustia les producen, por su oscuridad: el milagro de la vida, la muerte, etc. Pero este consuelo no es gratuito, a cambio los guardianes del mismo, la jerarquía eclesiástica, recibe un gran poder por parte de los humanos consolados: riquezas materiales, espirituales, legitimidad moral dentro de la sociedad, poder político, autoridad… todos ellos sinónimo de Iglesia.

Su rival, por tanto, la Ciencia. Ésta ya ha desvelado, en parte, la oscuridad del Cielo, ya nos podemos hacer una idea de él y no aparecen ni ángeles ni demonios, ni tantos otros personajes del Antiguo y Nuevo Testamento… En los siglos siguientes a la condena de Galileo tanto la ciencia como la Iglesia se han ido acomodando a la nueva situación, pero, de nuevo, en el siglo XX aparece otro campo de fricción: la biotecnología. El conflicto se concentra en la investigación con células madre embrionarias humanas cuyo primer cultivo de laboratorio lo realiza la Universidad de Wisconsin en 1998. A partir de ese momento se encendió un debate, de nuevo, entre Iglesia y religión sobre si es lícito o no investigar con estos materiales. Estas células forman parte de la masa celular interna, todavía no diferenciado, de un embrión de 4 o 5 días, y a partir de ellas se pueden obtener diferentes tipos de tejido. La clonación de células madre ha permitido salvar la vida a cientos de niños que han nacido con enfermedades terminales, y está abriendo posibilidades de curación en campos como el cáncer, el parkinson, la esclerosis múltiple, etc. Por tanto, la pregunta que nos tenemos que hacer es: ¿Está Dios en contra de la curación de seres humanos que él ha situado en el mundo? ¿Por qué Dios no es compasivo con ellos? ¿Puede dar la Iglesia una respuesta a estas preguntas? ¿Qué haría un católico con un hijo recién nacido que puede salvar su vida con células madre clonadas?

En el fondo estas preguntas se mantienen abiertas sólo porque la institución eclesiástica no quiere perder otro ámbito de poder, el del nacimiento. También aquí parece que la Ciencia está poniendo luz sobre algo que se mantenía en la oscuridad del pensamiento religioso, algo que angustiaba al ser humano y que daba poder a aquellos explicaban el por qué del nacimiento de un ser humano y que aseguraban que su vida, a partir de este momento, tendría sentido… Aunque pasen, de nuevo, 359 años el futuro creo que está más del lado de la Ciencia que del de la religión y aquella, como se hizo dueña de los cielos, se hará también dueña del nacimiento. Esto es algo que, personalmente, no me preocupa, es más, espero que algún día la Ciencia también haga dueña de la muerte… pero entonces los seres humanos: ¿necesitarán consuelo?

5 comentarios:

  1. Hmmm... ya te respondí ayer al post, pero después de un buen rato escribiendo no se pudo colgar, así que haré un post en mi blog en respuesta a tu agresiva posición. ¡Pareces Richard Dawkins hablando!

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  2. Y releyendo tu entrada, cometes un error cuando tratas la religión como un elemento institucional, que sirve tan solo de estabilizador social y aliviador de conciencias. Vamos hombre, que Durkheim, Comte y Marx están ya muy vistos en este tema, Helí!!

    El problema: se habla de religión demasiado desde fuera, como si uno de derechas se pusiera a hablar del socialismo citando solo a Stalin o Fidel Castro.

    dicho sea de paso, que no tengo ningún interés en la religión. Lo digo por si me acusas como siempre, de clerical.

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  3. Por cierto, muy buena la frase del mes

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  4. Yo es que no se mirar la religión sino es desde fuera... que le vamos a hacer, no he sido tocado por la divinidad. jejejeje Por cierto, ni que los autores que nombrasen no fueran válidos... tenías que haberme nombrado también, jejejeje

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  5. Aun a riesgo de entrar en el blog como un elefante en una cacharrería, y tras los saludos debidos, permítaseme ser un poco puntilloso en cuanto a un tema que toca tangencialmente al post. No me parece riguroso decir, como hace el autor, que las iglesias son instituciones de consuelo. Una persona que jamás ha conocido la fe, como un servidor, está claramente menos preocupada por las facetas de la vida que aquí se llaman oscuras. Desde la más tierna infacia, ni el que escribe ni ningún otro ateo que conozca ha mostrado preocupación alguna por su fortuna después de la muerte. Sin embargo, los aquí llamados consolados hacen gala, de forma continuada, generalizada y enfermiza de una preocupación irracional y evidentemente adquirida, fruto sin duda de sus absurdas ansias de salvación. La religión no es más que, como dijo un señor que está menos visto de lo que debería, no ya el opio, sino el caballo cortado con matarratas de cualquier incauto que se deje engañar por un camello con sotana.

    Es perfectamente humano mostrar debilidad de espíritu ante lo desconocido, y nadie debe avergonzarse de buscar apoyarse en los demás para apuntalar su moral. Sin embargo, es imperativo cuidarse de parásitos que, lejos de ayudar en el fortalecimiento del alma, buscan, potencian e incluso fabrican grietas en el ordenamiento mental de las personas que acuden a ellos. El consuelo, la ayuda espiritual, debe ser siempre racional, aunque evidentemente metafísica. Además, debe siempre buscar el fortalecimiento de las estructuras intelectuales y morales de la persona que la recibe, que se presumen erosionadas o incompletas. Las iglesias que aquí conocemos, no reúnen ninguno de los requisitos anteriores.

    Para empezar, y conectando con el tema principal del post, toda la retórica eclesiástica es profundamente irracional, excepto desde un punto de vista malévolo. En contra de toda evidencia o razonamiento riguroso, la iglesia se supone centrada en torno a una figura que constantemente rehúye todo intento de escrutinio. Esta figura es usada para, mediante los mecanismos más inverosímiles, sustituir a las facetas oscuras de la vida. Se pasa del desconocimiento de la naturaleza metafísica humana, al desconocimiento de Dios. En lugar de aceptar la incertidumbre inevitablemente alojada en la mente humana, se hace un acto de fe y se aceptan una serie de misterios, como por ejemplo el de la trinidad (pido perdón por los posibles errores en la terminología religiosa, en la que no soy ducho). Es igualmente plausible, y muchísimo más elegante, aceptar los misterios originales en lugar de los nuevos, los cuales son infinitamente rebuscados y absolutamente ridículos desde un punto de vista objetivo. Sin embargo, el palo y la zanahoria son tan efectivos con el ser humano como lo han sido tradicionalmente con el asno. Los misterios originales se ofrecen sin alicientes, mientras que los misterios de la iglesia ofrecen la salvación y amenazan con el fuego eterno. Una vez la víctima ha aceptado los misterios sustitutivos que se le ofrecen, la posible angustia creada por los misterios originales es sustituida por otra inevitable, dada la gravedad de las amenazas que conllevan los nuevos misterios.

    Por lo tanto, la iglesia no es una institución de consuelo, sino todo lo contrario, puesto que agrava, en lugar de aliviar, las enfermedades del alma.

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