viernes, 20 de enero de 2012

CRISIS ECONÓMICA EN EUROPA Y CAUSAS DEL SUBDESARROLLO: LA PÉRDIDA DE AUTONOMÍA POLÍTICA


Al dar en clase las causas del subdesarrollo me he parado ha pensar en las semejanzas con la actualidad realidad económica de la Unión Europea.

En primer lugar, cuando uno explica las causas del subdesarrollo dirige su mirada al siglo XIX, una época donde se consolidó el despegue de Europa gracias a la revolución industrial. La ideología dominante, al menos en las grandes naciones de Occidente (Inglaterra y Francia) era el liberalismo, como en la actualidad. También entonces preconizaban la mínima intervención del Estado y consideraban, en palabras de economistas como David Ricardo, que los pobres eran necesarios para el desarrollo económico ya que sujetaban los salarios; también argüían que la explosión demográfica que llenaba de pobres las calles inglesas era una cuestión moral, según Malthus, asociada a los “vicios” de la clase baja. En resumen, un modelo de industrialización y una salida de la crisis que el liberalismo a finales del siglo XIX y en la actualidad, consideraba que se tenía que hacer sobre la sangre, sudor y lágrimas de las clases con menos recursos. Aunque no es el interés de este texto situarnos en ese paralelismo social, más bien me interesan las semejanzas de la estructura global del modelo económico mundial o la caracterización del sistema – mundo, concepto este desarrollado por el sociólogo estadounidense Immanuel Wallerstein.

Durante el siglo XIX se produjo la primera globalización económica de la historia a escala planetaria, ya que en épocas anteriores otros imperios habían globalizado la economía, pero sobre espacios regionales, como lo hizo Roma sobre el Mediterráneo. Tras las guerras napoleónicas una Inglaterra victoriosa impuso su orden económico en el mundo. En aquellos años se le llamaba el taller del mundo, ya que los bajos precios de su industria textil arruinaban los antiguos sistemas artesanales que se habían construido en Europa desde la Baja Edad Media. Inglaterra intervino allí donde el nuevo sistema de producción necesitase de la maquinaria bélica del Imperio (y luego dicen que los liberales no gustan de la intervención del Estado). Inició sus intervenciones en Portugal, que en 1640 se independiza de España y, temiendo una intervención militar que sería incapaz de frenar, firma con Inglaterra el Tratado de Methuen (1703) en unas condiciones muy gravosas para su economía. Este tratado le obliga a comprar paños ingleses (productos industriales de alto valor añadido para la época) a cambio del vino de Oporto (materia prima de escaso valor añadido). La consecuencia de este tratado fue que el déficit comercial portugués se disparó y tuvo que solventarlo con el oro de Brasil, elemento éste fundamental en la capitalización financiera que necesitaba la revolución industrial inglesa en ciernes. Un siglo después la maquinaria bélica del Imperio se movilizó para ayudar a la América Latina continental a independizarse del Imperio Español, con el objetivo de capturarlo como mercado de abastecimiento de materias primas y mercado para sus industrias. El paso final sería la transformación de estos imperios informales en América Latina y Portugal en imperios oficiales en África y Asia a lo largo de la era victoriana. Así Inglaterra se convertía en el centro económico, político y militar de un mundo que no mostraba ningún impedimento para que ésta pudiera explotar sus recursos naturales y capturar sus mercados, obligados como estaban a consumir productos industriales de la metrópoli. Las virtudes del modelo fueron rápidamente imitadas por Francia y, en menor medida, por otras potencias europeas como Holanda, Bélgica, Alemania, Italia, Portugal y, también, España, aunque, claro está, a una escala más reducida.

El Imperialismo europeo que tejió unos poderes económicos globales no regulados tuvo las mismas crisis recurrentes que en la actualidad (1816, 1825, 1836-37, 1847, 1857, 1866, 1873, 1893, 1896), unas crisis que mostraban lo especulativo, volátil y frágil en que se sustentaba la sensación de crecimiento vivida en los años anteriores. Un proceso éste que nunca fue atajado, que fomentaba crisis cada vez más virulentas y que terminó en el cataclismo de Entreguerras. El modelo victoriano también presentaba una elevada movilidad de personas (unos 70 millones de europeos abandonaron el continente en el último tercio del siglo XIX) y de intercambios comerciales crecientes (mientras que las economías nacionales crecían una media del 2,7%, los intercambios comerciales lo hacían al 3,5%). Bajo la hegemonía de la libra esterlina y el patrón oro un lector de The Economist en el Londres victoriano podía invertir en ferrocarriles norteamericanos, minas de cobre españolas, guano peruano y bonos basura del gobierno egipcio, en resumen, Gran Bretaña llegó a registrar salidas de capital del 9% anual, gracias a su abultada balanza por cuenta corriente, el doble de porcentaje que la Alemania y Japón actuales (Bernaldo de Quirós, Lorenzo: 2012).

Todos los datos anteriores sirven para justificar un contexto económico similar al nuestro: una globalización económica dirigida por el pensamiento económico liberal que situó como modelo de integración económica global la división internacional del trabajo. En este proceso histórico, como en todos, hubo ganadores (Occidente) y perdedores (países subdesarrollados). Los primeros lideraron los procesos de industrialización y los segundos se quedaron como meros suministradores de materias primas y mercados de consumo capturados. Durante el siglo XX se perfeccionó este sistema y, como comprar tecnología a cambio de café es cada vez más insostenible (en 1980 una locomotora valía 12.910 sacos de café y en 1990 45.800) se crearon instituciones internacionales como el FMI y el Banco Mundial que dirigían el Capital de Occidente hacia unos países subdesarrollados cuya balanza por cuenta corriente (la diferencia entre exportaciones e importaciones de bienes y servicios, además de la entrada y salida de capitales de un país) era insostenible. Pero esta ayuda a través de préstamos internacionales generó una deuda cuyos tipos de interés hundían más en el subdesarrollo a estos países, sus impuestos no iban dirigidos hacia la creación de infraestructuras o servicios públicos, sino a pagar los interese de una deuda que sostenía un comercio deficitario. Se estima que desde 1980 hay una transferencia de renta anual desde los países subdesarrollados hacia los desarrollados valorado en 240.000 millones de dólares anuales (PNUD: 2010). Además el FMI y el BM establecían la obligatoriedad de aceptar a técnicos económicos que también capturaban sus políticas públicas, alentado la privatización de sus recursos en épocas de crisis ya que los precios de estos valores están más bajos y fomentan un modelo que claramente era perjudicial para sus intereses.

Hoy nos encontramos con otro proceso de globalización bajo la misma dirección liberal: aumento de los intercambios de bienes y servicios, capital y trabajo como en el siglo XIX, pero diferentes actores. El taller del mundo ya no es Inglaterra, ahora es China o el este de Asia; el centro de intercambios comerciales ya no es el Atlántico, sino el Pacífico. En las tres últimas décadas Estados Unidos y Europa apostaron por la llamada sociedad de la información, una nueva sociedad del conocimiento que desbancaría a la vieja industria mecánica. Ésta se dejó marchar hacia países asiáticos con una mano de obra más barata y sin preocupación por los costes sociales o medioambientales, y con ella también viajaron el ahorro y la inversión; mientras en Europa la sociedad de la información se construía en base al crédito y la especulación bursátil. El gran perdedor fue Europa que, tras la Guerra Fría pasó a ser un escenario geopolítico de segunda. Hoy compramos productos manufacturados de Asia de bajo coste y nuestra balanza por cuenta corriente empieza a ser deficitaria, la cubrimos con una deuda que compraban los ahorradores asiáticos y, al final, atrapados en la espiral de la deuda, como nosotros hicimos con África, Asia y América Latina, nos obligan a implementar unas políticas económicas que sólo benefician a los tenedores de nuestra deuda. Así, Portugal vendió a low cost el Banco Millenium a un fondo de inversión angoleño (lo nacionalizó por 2.000 millones de euros y lo vendió por 600 millones), su empresa nacional de electricidad EDP a un fondo chino, en Grecia los fondos de inversión asiáticos se han hecho con sus infraestructuras básicas porque no había ya empresas que privatizar y en España y el resto de Europa acechan bajo la égida de la crisis los suculentos beneficios que puede traer la privatización de los servicios públicos que construyeron el Estado del Bienestar, eso sí en beneficio no ya de nuestra ciudadanía, sino de los que controlan nuestra balanza por cuenta corriente y deuda.

Lo peor del imperialismo fue que dejó sin autonomía económica a amplias regiones del plantea durante dos siglos, y cuando parece que éstos se la están sacudiendo de encima, ésta se cierne sobre una Europa a la que, como dijeran los evangelistas de la “Sociedad de la Información”, le correspondería el papel de supermercado en un mundo globalizado. Si sólo eres un consumidor y abandonas la producción, el nivel de vida te lo permitirá el crédito y la credibilidad del pasado durante unas décadas, para luego estar en manos de aquellos que te han prestado, si no que se lo pregunten a Portugal, Grecia o Irlanda con unos tipos de interés que se comen cualquier recaudación fiscal que intente el Estado e imposibilita una inversión productiva que fomente el empleo y el ahorro.

5 comentarios:

  1. Interesante visión del futuro el de Europa del sur, si nos atenemos a las enseñanzas de América Latina y las teorías del subdesarrollo.
    En conclusión, tenemos que reducir no solo el consumo y los servicios estatales sino incentivar inversión, ahorro y productividad. Si hemos dejado pasar por delante la sociedad de la información, queda solo una inflexible ley de hierro de los salarios y una gradual reducción de nuestro nivel de vida, para equipararlos a unos niveles asiáticos que a su vez ascenderán lentamente???
    Saludos de tu amigo conservador!!

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  2. ¿Y ahora que hacemos?

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  3. ¿Retomar la economía productiva con el apoyo del Estado?

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  4. Vaya simplificación sesgada de la realidad....
    La realidad de un periodo de tiempo tan prolongado y en el conjunto del mundo y es mucho más amplia y compleja que lo reflejado en las cuatro líneas del artículo.
    Desde mi punto de vista se olvida de introducir factores humanos, culturales, religiosos, ... en su análisis.
    Y creo que sólo le queda culpar al liberalismo de la muerte de Manolete.

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  5. Respecto al último comentario, es cierto que un ensayo por su limitación espacial necesita focalizar la atención en un punto concreto y, eso, por tanto, tiene el riesgo de dejar fuera muchos aspectos que son necesarios. Cierto es, por tanto, que las ansias explicativas de este artículo genera cierta tensión respecto a una realidad que es mucho más compleja.
    Por otro lado, creo que el liberalismo, a lo largo de la Historia, ha dejado un legado muy positivo, pero que en los últimos años ciertas actuaciones económicas en su nombre están dejando un "reguero de sangre" que bien podría, como dice usted, llegar a Manolete.
    Un saludo y muchas gracias por su aportación.

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