domingo, 22 de abril de 2012

¿MONARQUÍA O REPÚBLICA?


Lo bueno de una crisis económica es que hace más evidentes los errores de nuestro funcionamiento diario. Los años de crecimiento económico actuaron como anestesia autocomplaciente de nuestros errores, la corrupción urbanística que gangrenó nuestro sistema político y financiero eran cuestiones menores, el atraso científico de España era algo inherente a nuestra historia ya que, al fin y al cabo, todavía no había frenado nuestro desarrollo económico. Ejemplos todos ellos evidentes, pero que se pueden multiplicar hasta el infinito.

Uno de ellos fue la Jefatura del Estado. En el Artículo 1.3 de la Constitución de 1978 se establece la monarquía parlamentaria como forma política del Estado español. En el Título II se arbitran sus competencias, entre las más importantes destacan las siguientes: “asumir la representación del Estado español en las relaciones internacionales”; “sancionar y promulgar las leyes; convocar elecciones y referéndum”; “ser informado de las cuestiones de Estado”; “proponer y nombrar al Presidente del Gobierno y ostentar el mando supremo de las Fuerzas Armadas”. Aunque, claro está, es una representación simbólica, no real y, por tanto, cada función que le atribuye nuestra constitución va acompañada de coletillas como “de acuerdo a la Constitución”, “a propuesta del presidente del Gobierno” o “con arreglo a la Ley”. En resumen, no vivimos bajo un régimen presidencialista donde el Jefe del Estado es considerado un poder moderador del Gobierno y las Cortes, como sucede en Estados Unidos y Francia; sino que nuestra Jefatura del Estado tiene un valor simbólico, representa la continuidad histórica del Estado por encima de la coyuntura parlamentaria o gubernamental, sería el caso de Alemania e Italia. Aunque en estos países, a diferencia del nuestro, esa continuidad histórica no es incompatible con la elección popular y sus presidencias son elegibles.

Este es el principal punto de desencuentro con nuestra Monarquía. Desde un punto de vista teórico, la Monarquía hereditaria es incompatible con el Estado de derecho. Éste se inauguró con la Revolución Francesa y estableció el principio de la igualdad ante la Ley. Frente a una Edad Media y Moderna donde el acceso a una categoría social se determinaba por la sangre, es decir, por el nacimiento, en la sociedad contemporánea todos partimos de las mismas oportunidades jurídicas y es nuestra suerte en la vida de los negocios la que determina nuestra posición social. Como resto medieval, por tanto, se sitúa nuestra Jefatura del Estado: nadie le elige. Lo que es más grave, nadie puede modificar su estatus, a pesar de sus errores. Como en el pasado, aunque su ejercicio del poder ahora sólo sea simbólico, éste sigue siendo irresponsable, es decir, sólo Dios juzgará sus actos y su elección es fruto del nacimiento, que le otorga unos derechos jurídicos diferentes al resto de ciudadanos. Es decir, vivimos en una democracia que obliga a todos menos al Rey; por tanto, el máximo representante de nuestra democracia se sitúa fuera de ella.

Pero desde un punto de vista práctico también es cuestionable nuestra Monarquía. En sus orígenes ésta surgió del franquismo. Fue Franco el que, saltándose incluso las mismas leyes no escritas de las sucesiones reales, situó a Juan Carlos I como su heredero por encima de su padre. Es decir, aquí la legitimidad histórica fue suplantada y todos lo aceptamos como si no hubiese pasado. Pero es que además no se le dio al pueblo la posibilidad de elegir su Jefatura de Estado. Es cierto que la Constitución de 1978 fue sometida a referéndum el 6 de diciembre de 1978 y aprobada (87,78% de los votos afirmativos del 58,97% de votantes), pero no menos cierto es que la Monarquía entraba dentro de un todo que incluía a la democracia en sí misma. Los españoles votaban la única oferta democrática que la clase política les había dispuesto, es decir, no había alternativa, se elegía entre un todo o nada. Este punto me parece de lo más contradictorio de nuestra clase política: si el Rey es tan popular como dicen todas las encuestas, ¿por qué entonces tenemos tanto miedo de someterlo a un proceso de legitimidad democrática?; ¿o es que entonces situamos al propio Rey por encima de nuestros principios democráticos?. ¿Somos antes una monarquía que una democracia?

En los años posteriores a la Transición surgieron los llamados Juancarlistas, aquellos que dicen no ser monárquicos pero que el papel del Rey el 23-F con un discurso y práctica en apoyo a la democracia cubrió a éste de legitimidad para representarnos como Jefe del Estado. Podemos, por tanto, aceptar una coyuntura histórica favorable al Rey, en todo caso también incompatible con el principio que le otorga una permanencia en el poder absoluta y al margen de sus actos.

En los años 80 y 90 la Transición, como consecuencia del éxito económico, que no democrático, fue vista como un modelo a seguir y, por tanto, la relación entre el Rey y sus gobernados fue espejo de ese sistema “modélico”. Parecía que sólo nos importunaba en Navidad con unos discursos soporíferos que ponían en evidencia a aquel que se había pasado de la cuenta con el champagne… Sus errores eran obviados o tildados de propios de un personaje campechano que hacía gracia con improperios como el ¿Por qué no te callas? Aunque su imagen se iba caricaturizando cada vez más, a fuerza de forzar lo campechano el Rey se estaba convirtiendo en un esperpento de sí mismo. Y a partir de entonces los escándalos se sucedieron: el caso Noos se llevó la palma, el yerno perfecto que utiliza la fama que le otorga la cercanía a la Jefatura del Estado para realizar negocios espurios. La Casa Real es vista por sus súbditos como una Hoguera de las vanidades donde el mismo Tom Wolf parecía haber escrito el guión que interpretaban la Casa Real y sus cercanías. Juan Carlos I está tocado y los errores se suceden, porque después de treinta años, al igual que la Transición, éste ha dejado de ser intocable: una Casa Real que es la única institución que mantiene sus cuentas opacas, un Jefe del Estado que en plena expropiación de YPF se va de cacería a Botswana, actividad de la que nos enteramos porque se ha roto una cadera, una imagen lamentable de un representante de todos los españoles matando a elefantes completamente despreocupado por los problemas del país y podíamos seguir…, pero los ejemplos ya no son importantes.

Esta crisis económica, en el largo plazo, es también la crisis del pacto político y social que se dio este país durante el proceso de Transición democrática. De un modo, cada vez más evidente, se hace necesaria su reforma, renovación o sustitución y, no lo olvidemos, la suerte del Rey de España está íntimamente ligada a este Pacto. Si el modelo de la Transición se muestra incapaz de seguir liderando nuestro país, la figura del Rey como Jefe del Estado es una figura cada vez más anacrónica, carente de sentido y sin legitimidad política alguna. Un elemento que no nos engrandece como nación, sino que nos debilita. El Rey ya no es el mejor representante de España en el extranjero, ya no sirve para sujetar en el pacto constitucional a los partidos nacionalistas, ya no genera un sentido de unidad para todos los españoles independientemente de sus preferencias políticas de derechas o izquierdas.

Por todo lo anterior y como español que vive y cree en la necesidad de los regímenes democráticos como mecanismos de gestión política, no creo conveniente mantener la figura de un Jefe del Estado incapaz de cometer errores. Éste es tan humano como el resto y, por lo tanto, debe estar sujeto a los mismos principios del Estado de derecho donde la disculpa es un instrumento de resarcimiento moral, en ningún caso político. Si considero que las virtudes del Jefe del Estado son menores que sus defectos y éste es un estorbo para el desarrollo del país, tengo que tener el derecho de cesarlo y sustituirlo por una persona más valiosa, como cualquier otro cargo público.

La III República no traerá un mejor sistema político, ni una superación de la crisis económica y social que vivimos, pero, al menos, hará más eficiente y transparente la toma de decisiones del Jefe del Estado, aunque sólo sea por canalizar hacia actividades más útiles la energía que nuestros medios de comunicación y políticos utilizan para reforzar la figura del Rey. En una república el Jefe del Estado no tiene por qué parecer perfecto, si no nos gusta lo podemos cambiar.

7 comentarios:

  1. Un buen razonamiento Helí,la figura del rey como bien dices cada vez se ve más deteriorada no sólo por sus errores sino también por los escándalos financieros de su yerno, y me temo que el pacto de silencio que había hasta ahora, se rompa como ya se está viendo en los medios de comunicación y programas rosas. Esto conlleva una imagen nuestra de cara al exterior poco creíble en cuanto a la monarquía "perfecta" que creíamos tener en comparación con las restantes europeas. Pero de ahí, a pasar a la tercera república hay un abismo, ya que la sociedad española en su conjunto es monárquica, y han bastado unas palabras de disculpa para que la gran mayoría de la ciudadanía le perdone "ese pequeño desliz"...

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  2. Efectivamente, tienes toda la razón, y por puro pragmatismo se puede poner patas arriba una institución feudal. La última que nos queda, snif, de un mundo mágico de cuentos de hadas antes de la llegada de la Gran Jaula de Hierro.
    Pero en realidad la república tampoco es perfecta y también trae otras complicaciones. Muchas de las repúblicas duales cuentan con presidentes simbólicos que representan solo a medio país y que más que unión, generan polémica. Cuando las izquierdas fueron incapaces de presentar un único candidato en 2006 y Mario Soares se perfiló como posibilidad más relevante, la derecha votó en masa a Cavaco Silva. ¿Es bueno introducir la política en una república con ejecutivo dual? Quizás para solucionar esto deberíamos presentar candidaturas para presidentes de la república no a los políticos -que tienen una peor imagen que la propia monarquía-, sino a gente reconocida en otros ámbitos (cultura, deporte o lo que sea). yo pondría por ejemplo de presidentes de la república, a la selección que ganó el mundial. Y que discutan con empresarios y jefes de estado en un estadio de fútbol... seguro que conversación no les falta ja ja ja. (hoy lo siento, pero es que me he levantado algo frívolo)

    Un saludo de tu amigo postmoderno.

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  3. Estupendo artículo, muy bien redactado y que condensa bastante correctamente el sentir de la mayoría de la gente. Estoy seguro de que si se sometiera a la monarquía a un referéndum lo iban a perder. El rey es un tipo campechano que gana (oficialemte) ocho millones de euros al año y que (campechanamente) se ha acostumbrado a hacer lo que le venga en real gana. Ahora, además, se empieza a conocer algo que fuera de nuestras fronteras es vox populix: que tiene una querida alemana. Como ciudadano español me siento avergonzado de que este hombre y su familia vayan dándoselas de familia modélica, de católica, apostólica y (a la romana) y luego tengan una vida paralela como esa. Ahora, que la culpa de todo esto la tienen los medios de comunicación, partícipes en mantener la aureola de "reyes de postal" que han tenido hasta ahora, mitificándolos hasta llegar al absurdo. Cortesanos, palmeros y mamporreros reales que le han hecho creer al rey que es intocable y que podía hacer lo que quisiera. Ahora, después de los últimos acontecimientos, la familia real ha visto que no están tan asentados como creían y que la gente, harta ya del mangoneo general de los políticos, ha descubierto que en la Zarzuela también hay unos cuantos chorizos (sin pan).

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  4. "Muchas de las repúblicas duales cuentan con presidentes simbólicos que representan solo a medio país y que más que unión, generan polémica". Si este no es claramente el caso de nuestra amada casa real...
    Lo siento, Angelillo, no me he podido contener. Muy divertida la propuesta de la selección, yo no soy nada futbolera, pero visto que es lo que más adhesiones genera, lo aceptaré como un mal menor.

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  5. ¿Monarquía o república? Es un buen debate pero antes habrá que luchar por la independencia de España y por la democracia en Europa. No olvidemos que, actualmente, somos un protectorado franco-alemán.

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  6. Estoy completamente de acuerdo con tu comentario Pacus, aunque también creo que los contextos históricos no nos deben hacer olvidar algunos principios irrenunciables.

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  7. Hace ya bastantes años, pensar en la eliminación de la figura del rey (en el sentido institucional, por supuesto... no quiero que me llamen "matarreyes") era un peligroso factor de desestabilización, en tanto y cuanto podrían saltar a la palestra, de forma violenta, las diferencias regionales que existen en nuestro país.

    Pero lo cierto es que, con Rey o sin él, estas diferencias han salido y seguirán saliendo, mientras haya sectores de la sociedad y la política empeñados en apretar las tuercas a nacionalismos y regionalismos en pro de la unidad de la patria. Más que República, yo hablaría entonces de República Federal, de tal modo que se permita una cierta distensión y encontremos esa unidad, si es menester, desde la pluralidad y no desde el centralismo.

    Pero, en definitiva, lo que sí está claro es que la Monarquía no tiene ya razón de existir

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