La escasa legitimidad de Felipe VI se debe a que, como pasó
con su padre, éste se muestra heredero de un régimen decrépito que está siendo
superado por los acontecimientos de la calle. La sociedad que surge de la
crisis de 2007 es una sociedad más pobre y desigual que la que se vivió en los
años anteriores y ha hecho culpable, por igual, a aquellos partidos políticos que
vienen construyendo el modelo económico y social desde la Transición, una
historia de éxito que ha sido quebrada y nadie acierta a reconstruir.
En los Seis libros de
la República (1576) Bodín
justificaba la monarquía al ser los reyes los lugartenientes de Dios en la
tierra. En un mundo, la Edad Moderna, donde el pensamiento religioso todavía
dominaba el discurso intelectual de la época, la monarquía encontraba su
espacio teórico. También lo encontraba en el sentido práctico, las monarquías
eran fuente de centralidad y desarrollo del estado moderno, frente a los
poderes medievales intermedios (nobleza e Iglesia) que fracturaban la soberanía
de los estados. Pero la Edad Moderna, un período de transición entre esos poderes
universales del medievo (Iglesia y el Imperio) y la afirmación de los Estados a
través de las monarquías absolutas, también justificó este modelo político
desde el punto de vista de la razón. Thomas Hobbes en el Leviatán (1651) justifica la monarquía absoluta como la mejor forma
de gobierno porque el “hombre es lobo para el hombre”, es decir, porque si no
existe una autoridad incontestada la sociedad deviene en guerras y conflictos
sociales. Hobbes era hijo de una Europa arrasada por las guerras de religión,
en la propia Inglaterra los súbditos anglicanos se habían levantado contra el
autoritarismo católico de Jacobo I y habían acabado con su cabeza.
La obra de Bodín, Hobbes, las guerras de religión, la
necesidad de contener a los poderes intermedios medievales, etc. crearon un
contexto histórico donde la monarquía era la forma de gobierno incontestado en
toda Europa, excepto en Suiza. Es de este contexto de donde viene la
legitimidad de gobierno de la casa de Borbón en España, ganada a través de la la
Guerra de Sucesión (1704 – 1713), pero nadie que legitime a Felipe VI puede
buscar en estos principios el porqué de su coronación como Jefe del Estado en
España. Entonces la pregunta sería, ¿qué legitimidad tiene? Su padre Juan
Carlos I heredó la jefatura del Estado de Franco que en 1969 modificó la Ley de
Sucesión de la Jefatura del Estado (1947) para declararlo heredero a su muerte.
Es decir, la monarquía en España se empezó a construir sobre la legitimidad que
había construido la dictadura de Franco a partir de su victoria en la Guerra
Civil. Ésta, en la Transición, y con el acuerdo de la mayoría de partidos
políticos que participaron en el proceso, se intentó revestir del oropel de la
democracia. Su jefatura del Estado se incluyó en la Constitución de 1978 y ésta
fue aprobada en referéndum por el 58,97% del censo electoral y el 87,78% de los
votantes. Es decir, Juan Carlos I había ganado un hueco en nuestra Constitución
y su papel en el 23 de febrero de 1981 hizo que se ganara a la opinión pública.
Pero tal vez deberíamos preguntarnos como Cadalso en sus Cartas Marruecas (1789) que nobleza hereditaria es la vanidad que yo
fundo en que, ochocientos años antes de mi nacimiento, muriese otro que se
llamó como yo, y fue hombre de provecho, aunque yo sea inútil para todo. Si
acordamos que Felipe VI no puede legitimarse en la guerra que ganó Felipe de
Anjou a principios del siglo XVIII, tampoco debería fundarse en lo que hizo su
padre y en el proceso de Transición. Dicho proceso es lo que están utilizando
aquellos partidos encumbrados hace cuatro décadas y que no quieren perder sus
parcelas de poder. ¿Hasta cuándo llega la legitimidad de la Transición? Una
generación, dos, tres o, como ya dijera Cadalso, ochocientos años. Pero,
volvamos a los clásicos, al Contrato
Social (1762) de Rousseau donde nos dice: toda ley que el pueblo no ratifica, es nula y no es ley. No se
puede ser un demócrata a medias o confiar en la soberanía nacional sólo cuando
nos interesa, porque ésta hasta el momento es la única legitimidad que funda
nuestras democracias y Estados y Felipe VI reinará, pero no convencerá.
Muy ilustrado en citas tu artículo, sí señor. Me quedo con lo que dices arriba: la legitimidad de la transición, ¿hasta cuándo puede llegar? ¿Nos estamos convirtiendo en un sistema estamental basado en una tradición osificada? Tienes toda la razón. Igual que lo que comentabas en mi blog.
ResponderEliminarPEro yo de todos modos, me divido entre lo que dice mi cabeza y lo que dice el resto del cuerpo. Y veo el lado metafísico de todo esto, y no su vertiente política: el republicanismo cívico y la democracia radical se convierte a veces para mí en algo demasiado racional, kantiano, poco emocional, sin alma, sin identidad, sin magia. Pero no me lo tomes en cuenta. Es un desbarre, cuando caigo bajo el influjo de los románticos retrógrados.
Por cierto, mándame el artículo del regionalismo. Please.
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