Fuente: http://www.eldiario.es/norte/cantabria/primerapagina/Europa-ovejas-blancas_6_487911244.html Data: 7/9/2016
Desde que en el año 1762
Jean-Jacques Rousseau publicase su magistral El Contrato Social, hemos vinculado la democracia y el principio de
la soberanía nacional como conceptos idénticos, cuando esto no es del todo
cierto. La democracia es algo más que la expresión de la voluntad popular, es
Rousseau, pero también Montesquieu y Voltaire, es decir, un equilibrio de
poderes y un espacio de libertad y convivencia. Pese a citar a los grandes
autores de la Ilustración no reivindico la democracia liberal del siglo XIX que
tuvo su síntesis en la obra de Condorcet, sino que me opongo precisamente a sus
bastardos contemporáneos, aquellos que engendra el neoliberalismo postmoderno
de principios del siglo XXI, al desarrollar hasta el paroxismo una conciencia
individual que se proyecta en el conjunto de la sociedad. Esto ha llevado a que
una parte de la ciudadanía vea los referéndums como la mejor forma de representar,
en democracia, a los individuos. No porque pensemos que este instrumento recoja
una voluntad social a la que debamos someternos, sino porque extrapolamos
nuestra conciencia a lo colectivo y creamos un superyó en el que nos sentimos
representados sin intermediaros, lo cual es una experiencia psicológica
liberadora. Como he subrayado al inicio de este capítulo la democracia no sólo
debe recoger la aspiraciones de los individuos que forman una nación, ya que
esto tiene riesgos para sus libertades fundamentales. Los ejemplos son
múltiples, no sólo en la historia, sino también en la actualidad.
En la historia todos conocemos el
ejemplo de la II República francesa (1848). Tras la victoria del pueblo de
París en la Revolución de 1848 esta decretó el sufragio universal masculino,
fijó por primera vez en la historia de Francia un límite en la jornada laboral
(10 – 11 horas diarias) y estableció el derecho del trabajo para todos los
ciudadanos. Es decir, llevó a cabo un avance sin precedentes, desde la Convención
(1792 – 1795), de los derechos políticos y sociales en la Francia
postnapoleónica. Pero un referéndum le dio el poder a Napoleón III, debido a su
parentesco con Napoleón Bonaparte, del que era sobrino y su apellido, por
tanto, era muy popular en la Francia rural. Napoleón consiguió 5,5 millones de
votos frente Louis-Eugéne Cavaignac que sólo consiguió 1,9 millones. El
resultado es que todo el programa revolucionario se vino abajo, así como las
aspiraciones de aquellos que fundaron la II República, la izquierda intentó el
golpe fallido de 1851 y los conservadores crearon el II Imperio, de nuevo,
mediante otro referéndum que esta vez acabó con la democracia.
En la actualidad también tenemos
ejemplos similares. El famoso Brexit del Reino Unidos es un ejemplo donde se ve
la volubilidad de estos instrumentos políticos. Después de celebrarse el
referéndum el 23 de junio de 2016, la sorpresa del país fue mayúscula, incluso
para aquellos que proponían la salida, la opción que finalmente se alzó con la
victoria. ¿Cómo es posible que importantes miembros del partido conservador
como Boris Johnson no tengan un plan para el Reino Unido después del Brexit?
¿Acaso son los referéndums una plataforma de políticos populistas que se
amparan en informaciones falsas para excitar a un electorado hostil ante la realidad
que vive? ¿Cómo es posible que Nigel Farage dijese que había mentido cuando
dijo a los ingleses que éstos se iban a ahorrar 350 millones de libras
semanales con la salida de la UE y que el dinero iría destinado a educación y
sanidad?[1] Ahora
son los ingleses los que quieren retrasar lo máximo posible la salida de la UE
y, lo más triste, contra lo que votaron la mayoría de los ingleses, una UE
símbolo de la globalización financiera que deja en la cuneta a las clases bajas
y medias de la Inglaterra que no se ve beneficiada por la City, seguro que se
salva a través de acuerdos bilaterales en una trastienda que está muy alejada
del debate político. Así que el referéndum vuelve a tener un efecto contrario
al deseado, un libre mercado con un control político todavía más débil.
Pero el ejemplo que me parece más
devastador no es aquel que nos habla de una herramienta política voluble y
coyuntural, sino aquel que puede recortar derechos y libertades. Esto es lo que
está proponiendo el partido de extrema derecha Partido Popular de Suiza (SVP).
Este en la actualidad se encuentra desarrollando la campaña “Ley Suiza, no
jueces extranjeros”, ya que muchas leyes racistas que se aprobaron por
referéndum no se han llegado a aprobar por la intervención del Tribunal Europeo
de Derechos Humanos de Estrasburgo, pero ahora la extrema derecha suiza quiere
que la legislación nacional esté por encima de la justicia internacional. ¿Cuál
es su legitimidad? El voto popular.
La democracia es un proceso
complejo, una lucha de equilibrios y poderes que no dejan de ser también un
instrumento para mejorar la convivencia de una comunidad de seres humanos que
deciden transformarse en entidad política. Además, esta no deja de ser una
categoría histórica que dentro de unos siglos veremos superada por otro
instrumento que mejore nuestra convivencia. Por todas estas razones no podemos
confiar en que la mejora de nuestra sociedad se produzca por una proyección de
nuestra razón hacia el resto de la comunidad política a la que pertenecemos sólo
a través de los referéndums. Quizá por esta razón nuestros sistemas políticos
no acaban de salir del diván de Freud.
[1]¡http://www.eldiario.es/theguardian/final-Brexit-permanecer-Union-Europea_13_529627033_6802.html
Data: 6/9/2016
Esto lo discutimos continuamente en clase: ¿optar por la democracia radical de Rousseau, o por la separación de poderes de Locke y Montesquieu, y el gobierno de la legalidad establecida? Los populistas están reflejados en la primera opción. Los tecnócratas y conservadores, en la segunda. Interesante, como siempre.
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