Fuente: https://www.cuartopoder.es/laespumadeldia/2016/09/19/los-barones-del-psoe-sopesan-formar-una-gestora-para-sustituir-a-sanchez/20205. Data: 16/10/2016
El PSOE, como toda institución
que tenga una vida prolongada, se ha mudado de piel en diferentes ocasiones,
adaptándose a las nuevas circunstancias históricas. A finales del siglo XIX era
un partido minoritario de obreros de guante blanco que intentaban difundir las
ideas de Marx a través de nuestra geografía. Estos tardaron 31 años hasta
conseguir su primer representante parlamentario, que no era otro que su propio
fundador Pablo Iglesias. Pero el cambio fundamental de este partido se produjo
por el crecimiento imparable de la UGT en el primer tercio del siglo XX. Durante
la II República (1931 – 1939) el sindicato socialista rebasó el millón de
afiliados y su secretario general, Largo Caballero, se convirtió en el líder
del socialismo en España. El PSOE se había convertido en la correa de
trasmisión política del sindicato en el Parlamento, es decir, un partido que
representaba los intereses de la clase obrera organizada. Esta seña de
identidad se oscureció durante la dictadura de Franco, ya que el PSOE
sobrevivía a duras penas en el exilio y su representación en el interior era
mínima. Sin embargo, durante la Transición recuperó la posición hegemónica de
la izquierda española, aunque el sentido de sus políticas fuera diferente a las
de los años treinta del siglo XX. El PSOE, con Felipe González y Alfonso Guerra
a la cabeza, representaba una apuesta por la modernización y el progreso en
España. Esto suponía liberarse de la tutela del sindicato, reconvertir la
industria del país e ingresar en la CEE. El PSOE dejó de ser un partido obrero
y pasó a ser un partido progresista, era capaz de flexibilizar el mercado
laboral y, al mismo tiempo, universalizar la educación y la sanidad. En
resumen, un partido que creó ciertos derechos sociales a cambio de que España,
a través de la CEE, se incorporase a un mercado globalizado, sin apenas
protección para la mayoría de los trabajadores. Esta contradicción, sin
embargo, no dejó de darle réditos electorales hasta las elecciones de 2011.
Desde entonces el PSOE pierde
identidad y votos en cada nueva decisión que toma. Zapatero no supo explicar la
crisis a los españoles, ni dar un salida si quiera progresista a la misma,
Rubalcaba además de mantener los errores heredados representaba una clase
política que había tenido éxito en el pasado, no en el presente y, por tanto,
no encajaba con la nueva generación de votantes. Además en el horizonte
aparecían nuevos problemas, un nuevo partido político, Podemos, que abría la
expectativa a la izquierda del PSOE de un partido con opciones de gobierno,
perdiendo los socialistas dicho monopolio en el imaginario colectivo de los
votantes. El otro problema fue una UE que optó por políticas regresivas para
salir de la crisis y que la socialdemocracia, al ser cocreadora de esta UE
“austericida”, optó por defender. Esta doble tensión llegará a su “climax” en
el Comité Federal del PSOE del 2 de octubre. En dicho Comité hemos visto un
PSOE que, cada día que pasa, se parece más al PP, porque han ganado aquellos
que temen el referéndum en Cataluña y se niegan a dialogar y reconocer una
realidad diferente al centralismo español. También han ganado los que prefieren
mantener el estatus quo con ciertos
retoques cosméticos, es decir, mantener las políticas de la UE para salir a la
crisis, lo que nos ha llevado a que ya haya en nuestro país cerca de un millón
de trabajadores con un sueldo inferior a 300 euros al mes. Pero además hemos
visto un PSOE controlado por el grupo PRISA y más preocupado por el crecimiento
de Podemos que por llevar a cabo políticas de “progreso”. Un PSOE, al fin y al
cabo, que prefiere mantener los interese de las élites económicas del país a
consultar a sus militantes.
Felipe González y Susana Díaz han
creado un PSOE que ya no es ni siquiera progresista, al que es muy difícil
diferenciarlo del PP en su práctica diaria, del que han desdibujado por
completo sus diferentes identidades, hasta el punto de que nadie es capaz de
trazar un relato coherente entre este PSOE y el del pasado, incluso el más
inmediato. La última semana de octubre culminará la peor de las traiciones, la
que uno se hace a sí mismo, y el PSOE, por tanto, dejará de ser un partido útil
para la ciudadanía porque si este es lo mismo que el PP, ¿qué necesidad tiene
un ciudadano de hacer uso de su representación? En la izquierda está Podemos,
en el centro Ciudadanos, en la derecha PP, por tanto, ¿dónde está el PSOE?
Seguramente con quien vote en el Congreso.
Muy lúcido y terrible. Ayer discutía con mi vecina la anarquista de esto mismo, y ella llegaba a la misma conclusión. Yo no tengo tan claro. ¿No puede haber cabida para un partido progresista y liberal al mismo tiempo? Debería estar en algún lugar entre el anterior PSOE y Ciudadanos, antes de la indefinición total del primero y del centralismo asustado del segundo.
ResponderEliminarEl problema es que entonces el PSOE, si opta por lo que tú dices, tendría que optar por una posición minoritaria dentro del Parlamento y renunciar a hegemonizar el voto de la izquierda española. El significado de la nueva era política en la que nos encontramos es que ya no hay un proyecto de modernidad que pueda integrar diferentes opciones políticas dentro de un mismo partidos, como ocurrió en los ochenta. De ahí la fragmentación actual de nuestro sistema político. Los partidos sólo podrán aspirar a representar el 15 o 20% del electorado, como en otros países de Europa. Por tanto, la pregunta sigue en el aire, ¿por qué opta el PSOE?, sino se define se acabará diluyendo.
ResponderEliminarBuenas noches queridos contertulios,no me parece tan terrible que se diluya este PSOE que se empezó a pudrir en los 80, socavado por su propio lider,que traicionó a su electorado en cuanto asumió el gobierno metiéndonos directamente en la OTAN y continúa en la misma línea como acabamos de comprobar.Me parece mucho más constructivo y progresista una atomización de la izquierda que por otro lado está en la semilla de su identidad,una diversidad obligada a llegar a acuerdos,ejercitando la esencia de la democracia.Ojalá adquiramos educación suficiente para llevar a cabo tal empresa
ResponderEliminarBuenas noches, estoy de acuerdo con lo que dices. Pero, tal y como se desarrollaron los acontecimientos de aquí a este tiempo, parece que todavía no tenemos cultura de pacto. Por otro lado, el atacar al PSOE supone el querer ocupar su espacio actuando mejor que él, lo cual considero que va en contra de la diversidad que defendemos. Aunque por otro lado, sus actuaciones más bien parece que nos sitúan en esa tesitura.
EliminarEn todo caso, muchas gracias por tus interesantes aportaciones... veremos en los próximos meses como se desarrolla la política en España.
si estamos de acuerdo en la atomización de la izquierda, asumamos que cada partido de izquierda no asuma más del 20% del electorado, como dice Helí. Pero asumamos también que nadie tiene la verdad absoluta en el campo de la izquierda, ni por ser más puro se es mejor. Cuanto más puro, más intransigente, y eso no es una virtud ni ética ni política.
ResponderEliminarNo sé hasta qué punto fue una cuestión ideológica (un proyecto ilustrado reformista-socialdemócrata), lo que permitió crear ese súper-PSOE (siguiendo lo que pasó en Francia y otros sitios, no fuimos los únicos) y no otras cuestiones puramente estratégicas y jurídicas (como la predisposición de los ciudadanos a aceptar gobiernos fuertes y aceptar leyes democráticas de espíritu franquista o hobbesiano) lo que permitían el cómodo bipartidismo del régimen del 78.
Si el PSOE felipista tuvo sus propios demonios provocados por el pragmatismo maquiavélico de sus dirigentes, la otra izquierda no quedó excluida de problemas. Lo que restó de la izquierda de los ochenta encalló identitariamente en un discurso maximalista, encerrado en sí mismo, en el que bastaba una cómoda crítica antisistema para sentirse a gusto consigo mismos y convencer a un pequeño pero fiel grupo de votantes. Así es muy fácil hacer oposición. Ese es precisamente el error en el quizás puede incurrir Unidos Podemos. Después de creer alcanzar el cielo, se conforma con un techo. Y para mantenerse ahí, elabora un discurso de máximos, puro, y al mismo tiempo, incapaz de pactar con nadie a escala nacional. Lo único que pueden hacer será esperar otra crisis para tener alguna posibilidad de alcanzar el poder. Al menos parece que hay debate dentro de la formación (o tortazos, qué sé yo), y no todo el mundo parece pensar igual... En fin. Qué lucha.
El triunfo del PSOE en España supongo que tuvo en cuenta tanto los aspectos ideológicos como estratégicos que tu apuntas. En lo que creo que debe ser completado tu análisis es en el contexto. La década de los ochenta fue una época en que el proyecto socialdemócrata podía ser visionado por los ciudadanos como un modelo exitoso: crecimiento económico en un proceso de reconversión industrial, modernización social y económica vía entrada en la UE, consolidación de las instituciones democráticas tras el golpe de estado del 23-F e, incluso, extensión de cierto bienestar social a través de la universalización de la sanidad y educación tras la Huelga de 1988. El problema es que en la actualidad esos elementos de consenso ilustrado están en cuestión: una clase política corrupta que desestabiliza la democracia, un proyecto europeo que no tiene el afecto de los votantes, una crisis económica que mostró la debilidad de nuestro modelo de desarrollo y el olvido de un pacto social por parte de las élites. Ante esta situación menos mal que hay una izquierda maximalista que puede encauzar el descontento ciudadano por vías democráticas, porque sino hubiera sido así, ¿cuál hubiera sido el cauce de expresión del descontento? Pues posiblemente, como en el resto de Europa, la extensión de partidos de extrema derecha que cuestionan de un modo más peligros nuestro espacio de convivencia.
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