El lector, al menos ese fue mi
caso, tendrá una idea diferente de esta biografía cuando finalice su lectura
respecto de lo que esperaba cuando leyó el título Los Baroja: memorias familiares. Esto suele suceder en casi todas
las obras, pero aquí se convierte en una clave que nos ayuda a descubrir ante
lo que realmente estamos, la biografía de un solo personaje. Nos acercamos a la
obra de Julio porque como muchedumbre
buscamos las indiscreciones de uno de los mejores escritores de la Generación
de 1914; como minoría, la de uno de los mejores grabadores de la primera mitad
del siglo XX; y quizá, como élite conocer a uno de los mejores antropólogos que
ha tenido este país en su historia. Por tanto, no espere el lector encontrarse
con la extensa familia de los Baroja, ya que cuando terminas el libro, sólo te
quedas con la biografía de Julio Caro Baroja.
Esto no quiere decir que, como en
toda biografía, la familia no ocupe una parte importante, ya que ésta condiciona
a todo ser humano, en mayor o menor medida, ya esté esta presente o ausente. Si
cabe, más en los países mediterráneos y más si eres un soltero que nunca se ha
atrevido a salir de su círculo de relaciones. El propio autor es consciente de
esto mismo y desde el primer momento se compara con el personaje de Dombey de
Charles Dickens, para resaltar el haber sido un niño solitario rodeado de
adultos (1997:24). Aunque la relación con su familia no adquiera tintes tan
oscuros como en la novela del escritor inglés, en ciertos momentos sí nos hace
pensar que la figura de Julio se ve oprimida por la brillantez de los suyos, convirtiéndose
en una figura secundaria de su propia vida. A lo largo de la obra Pío Baroja es
tratado como una especie de ídolo familiar, sin perfiles, sin apenas
manifestaciones, ni sentimientos, no vaya a ser que un crítico literario los
saque de contexto. De hecho el capítulo V dedicado por entero a él no nos
aporta prácticamente nada sobre la obra o el carácter de Pío Baroja. En toda
esta biografía de cerca de 550 páginas sobre “Los Baroja” sólo conseguimos adivinar que Dostoyewski y Dickens
fueron sus dioses mayores (1997: 117). El resto de los miembros de la familia
de Los Baroja no serán tratados con
tanta distancia. Su tío Ricardo será criticado por su “dandismo”, su
versatilidad, su derroche de energías y aptitudes que, según él, no seleccionó
bien acaso porque en el primer golpe
siempre tenía suerte y el segundo le fallaba por falta de voluntad o
indiferencia (1997: 85). También serán expuestos al público otros miembros
más anónimos de la familia, aquí sus simpatías se dividen entre la querencia
por los personajes femeninos de su familia y la ridiculización de los masculinos.
El abuelo Serafín, al que llama el hombre shelebre,
un antiguo ingeniero de caminos, que es presentado como un intelectual
frustrado que publicaba un “folletín” cuya lectura no resultaba entretenida,
hasta tal punto que sólo una tía benévola
sería capaz de encontrarlo original e interesante (1997:46). Pero sus
dardos más hirientes van contra el carácter “pasional” y arbitrario de su
padre, al que describe siempre con la distancia de alguien ajeno a la familia,
una familia que es la de la madre. Por tanto, deja a la madre y a la abuela al
margen de la crítica, porque éstas dentro del esquema de familia tradicional
vasca gobiernan la casa y centran la atención en su cuidado. Aunque desde el
principio marca distancias con el género femenino al considerar que lo
fundamental de este es la búsqueda de la “felicidad”, algo que él desterró
pronto de su mente. (1997: 63)
En este libro también vemos cómo
los Baroja, al margen de los afectos familiares, construyen su identidad como
familia a través de la política. Esto no deja de ser curioso en un Julio Caro
Baroja que se quiere mantener equidistante de las posiciones ideológicas más
extremas. La identidad, tanto entre los
miembros más antiguos como entre los más modernos de la familia, la construyen
en torno a un liberalismo progresista propio del siglo XIX, donde el
anticlericalismo y una manifestación pública de ateísmo es el elemento de
definición más claro. Este, en el siglo XX, sólo transita hasta la Guerra Civil
a través del ideario del Partido Radical o los diferentes partidos
republicanos. Además como la definición de liberal es una especie de cajón de
sastre ideológico donde caben muchas identidades, dependiendo del tiempo y del
lugar, el autor, con buen criterio, define en la obra qué es para él el liberalismo:
…el que hace de la libertad de conciencia
individual la base de toda operación política y social (1997: 237). Como ya
he dicho, este liberalismo se completa con un ateísmo cuyas manifestaciones
salpican el libro. A los ocho años se enfrenta a los niños y sus familiares
de Vera de Bidasoa haciendo profesión de
la “fe” familiar, para espanto de los presentes (1997:23). Esta también aparece
cuando defiende la mayor diversidad y densidad cultural de los politeísmos
frente a los monoteísmos, dando lugar a uno de los pasajes más bellos del
libro:…Los pueblos del Mediterráneo que
han tenido una idea clara de las limitaciones de la vida, de las diversidades,
oscuridades, matices y contingencias de que está llena son los que han dejado
una herencia mejor no sólo para el desarrollo de las artes y las ciencias, sino
también para el de las concepciones religiosas y filosóficas… En cambio, los
que partiendo de la idea de un Dios único de dimensiones infinitas no han hecho
más que producir fanáticos y dogmatizantes(…) El Dios infinito es el de los
desiertos; los dioses especiales son los
de los montes, las bahías, los bosques, las islas griegas… ¡Qué más quisiéramos
hoy que tener una sólida religión pagana a nuestro servicio! (1997: 212) El tercer episodio que muestra el liberalismo
anticlerical de la familia de los Baroja se produce ante la muerte de sus dos
tíos, el primero que fallece es Ricardo en 1953 y, al poco, Pío en 1956,
todavía en plena Posguerra y hegemonía del nacionalcatolicismo. Estos exigen en
el testamento a su sobrino que sean enterrados en el cementerio civil de Madrid,
Julio lo cumple sin dudarlo y sin tener en cuenta las presiones que se producen
por diferentes elementos del Régimen, sobre todo, cuando muere Pío, dada la
mayor relevancia pública que adquiere su funeral. (1997: 512 – 515).
El liberalismo anticlerical que
ha sido descrito en los párrafos anteriores representó lo que el historiador
inglés Paul Preston conceptualizó como las tres Españas (1998), es decir, lo
que en palabras del propio Julio sería alguien alejado tanto de la masa como de
los cuarteles. Este relato de la tercera España, a través de diferentes anécdotas
de su familia es lo que creo que tiene un mayor interés para el lector, ya que
nos permite acercarnos al Madrid de las tertulias previas a la Guerra Civil. En
estas establecen relaciones sus tíos, pero también la menos conocida Carmen
Baroja Nessi. Los otros centros de interés serán el Ateneo de Madrid y la
Institución Libre de Enseñanza, claves no sólo en la vida cultural y social de
nuestro país hasta 1939, sino también en la vida política, ya que a través de
ellos y por estas páginas transitaron personajes tan relevantes como
Valle–Inclán, Azaña, Ortega o María de Maeztu. Según avanza el relato y nos
acercamos a los años críticos de la II República y la Guerra Civil Julio Caro
Baroja se quejará de la politización cultural de estas instituciones y,
también, hablará con menos interés de los autores más politizados. De este modo
considera que los socios fundadores del Lyceum
empezaron a dejar de ir cuando este estuvo dominado por mujeres de políticos
republicanos y socialistas (1997: 65). Esta moderación se mantiene a la hora de
describir a la Institución Libre de Enseñanza, ya que defiende que en esta Institución
también había profesores que hacían gala de su catolicismo y conservadurismo,
aunque no eran los que daban mayor tono moral e intelectual a dicha Institución
(1997:149). Otro ejemplo de su posición equidistante fue cuando critica la
famosa quema de iglesias y conventos que se produce durante la proclamación de
la II República en abril de 1931, con frases como: frialdad burocrática o que estuvo llena de comentarios burlones (1997: 202). También criticó que los políticos
republicanos y socialistas quisieran establecer una nueva aristocracia de
familiares y amigos, como los regímenes anteriores, pero con más cultura.
(1997: 205) Lo mismo le sucede al Ateneo que, en los años 30 se convirtió,
según Julio, en una sucursal del Congreso. En lo que respecta a los episodios
familiares destaca la riña entre Ricardo y Azaña, de ahí la animadversión hacia
los políticos de la II República que muestra el autor, como ejemplo dice que
tanto Largo Caballero como Azaña eran falsos hombres enérgicos y que Indalecio
Prieto era un falso hombre hábil (1997: 228).
En resumen esta equidistancia
“calculada” que se manifiesta a lo largo de todas las páginas del libro, también
se manifiesta en un aislamiento intelectual de la familia y en una decadencia
de los negocios del padre en el período de la historia de España en el que se
vive un mayor radicalismo en la esfera política y que el propio autor fecha
entre 1928 y 1936 (1997: 185). Personalmente alargaría la cronología hasta la
Guerra Civil, ya que el padre fue testigo de la demagogia de los rojos y el
resto de la familia de la demagogia Blanca en Vera (1997: 287), aunque
sobrevivieron porque Julio ingresó en una lista colectiva para ingresar en
Falange y su padre por la posesión de un carnet de la C. N. T. (1997: 294).
En un tono menor también son
interesantes las anécdotas sobre el sistema académico que sufrió Julio Caro
Baroja, ya fuera éste durante la escuela, instituto o universidad. Las horas le
parecían larguísimas, inacabables y no
conservaba de ellas ningún buen recuerdo. (1997: 145). También en este
anecdotario biográfico asoma su peculiar misoginia, al considerar que las
alumnas de la ILE son aplicadas,
cumplidoras, obedientes y sumisas, les falta chispa e inteligencia. Cuando no
son equilibradas parecen cuerpos inertes y de vez en cuando sale alguna con
caracteres tremebundos de pandorga contestataria (1997: 158)
También encontramos en estas
páginas a los que fueron sus padres intelectuales: Aranzadi, el padre Barandiarán
y Hugo Obermaier (1997: 218). En el resto de páginas sólo encontramos críticas
a la universidad, entre las que destaca aquella que se produce por su abandono
de los estudios de arqueología a la que definió como estudios de: pucherología trascedental o la ciencia de
averiguar los caracteres de hombres mediante pucheros quebrados (1997:
219). Los pasajes antropológicos son escasos. Nos habla brevemente de cómo la
familia también condicionó su actividad profesional, ya que se hizo antropólogo
por amor a Vera y cargó su vida de quehaceres culturales para, según sus
palabras, olvidar la violencia de la vida pública, las zozobras familiares, los
pensamientos obscenos y la lujuria no satisfecha (1997: 270). En relación con
su trabajo de antropólogo, al final del libro habla de su paso por Andalucía
entre 1949 y 1950, donde aparecen ciertas reflexiones audaces sobre el descuido
hacia el jornalero y su mal trato (1997: 433) o cómo Andalucía históricamente
se ha convertido en escombrera de mina de la civilización mediterránea (1997:
440)
Por último, sólo cabe reseñar que, como su vida, tampoco su escritura es excesivamente alegre, en muchos casos nos recuerda la escritura de los escritores realistas del siglo XIX, excesivamente descriptiva, redundante, decimonónica. Desde los inicios el autor nos indica que escribe desde la vejez, sin apasionamientos, casi desde la ataraxia, donde se ha ido tanto lo bueno como lo malo. La biografía la comenzó a escribir en 1957, cuando se sentía un muerto con cierta inteligencia (1997: 10). Así se sentía y… como no puede ser de otro modo, así sentimos nosotros, a veces, su escritura.
Por último, sólo cabe reseñar que, como su vida, tampoco su escritura es excesivamente alegre, en muchos casos nos recuerda la escritura de los escritores realistas del siglo XIX, excesivamente descriptiva, redundante, decimonónica. Desde los inicios el autor nos indica que escribe desde la vejez, sin apasionamientos, casi desde la ataraxia, donde se ha ido tanto lo bueno como lo malo. La biografía la comenzó a escribir en 1957, cuando se sentía un muerto con cierta inteligencia (1997: 10). Así se sentía y… como no puede ser de otro modo, así sentimos nosotros, a veces, su escritura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario